Mensaje
El milagro de los panes y peces
Nada se perdió; se guardó. Esa es la voluntad de Dios. Que haya comida para todos y que se ahorre, se guarde. Que nada se pierda. Que seamos solidarios.
- Rómulo Emiliani
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- - Publicado: 08/8/2020 - 12:00 am
Que una persona se olvide de comer, o no se preocupe por llevar nada de alimento para una larga jornada de camino, o es porque lo que sigue o persigue es extraordinariamente grande y seductor, o lo contrario, huye de algo terrible.
Pero no escapaban de nada. Más bien había algo que los atraía intensamente.
En aquellos tiempos no era cuestión de parar la marcha en cualquier lugar y comprar qué comer, cuando sobre todo había una multitud en igual condición.
Ningún pueblo podría dar de comer a más de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
¿Qué pasaba con esa gente que se unía y seguían una marcha larga y sin preocuparse por otra cosa que estar pendiente de algo grande?
Es que había una persona que hablaba con autoridad, con voz clara y potente, y que lo que decía tenía sabor a vida eterna, a gloria, a cielo, a plenitud.
Lo que decía llegaba al corazón, les llenaba el alma.
Y además hacía cosas como curar enfermos, limpiar leprosos, devolver la vista a los ciegos, resucitar muertos.
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Era alguien muy importante, especial, único.
Y ese alguien, llamado Jesús, sentía compasión por esa gente. Por el vacío de Dios que experimentaban, sus miedos y angustias, sus pecados y tragedias y porque tenían hambre.
Y él trataba de llenar el corazón de ellos de la presencia de Dios, de sabiduría, de esperanza, de paz y perdón.
Pero también quería que no sufrieran de hambre física.
Dios no quiere que nadie sufra de hambre y en el mundo son millones los que pasan hambre y muchos niños mueren por desnutrición.
El Señor siente una infinita compasión por la humanidad. Y Jesús cuestiona a los discípulos sobre la situación de esta gente.
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¿Qué se puede hacer? No hay respuesta de parte de ellos, solo la de despacharlos.
¿Y con qué contaban ellos? Unos pocos peces y panes.
Jesús sintió en su alma que le salía un poder infinito que no quería, en ese momento, controlar ni apagar.
Generalmente lo hacía. No quería demostrar quién era y que la gente lo siguiera por sus milagros, y no por su palabra. Nunca exhibió su poder.
Y vino el milagro. Los mandó sentarse en grupos de cincuenta y empezó a repartir los panes y peces.
Serían los mejores panes que habrían comido en toda su vida, igual que los peces. Directamente de manos de Dios. Quedaron saciados y sobraron doce canastos de comida.
Nada se perdió; se guardó. Esa es la voluntad de Dios.
Que haya comida para todos y que se ahorre, se guarde. Que nada se pierda. Que seamos solidarios. Que nadie pase hambre en el mundo. ¡Qué mal andamos!
Monseñor
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