El Punto Omega
- Juan Carlos Ansin
El progreso del conocimiento ha ido evolucionando de la mano de la ciencia y la tecnología, herramientas que la frágil responsabilidad humana ha utilizado para bien y para mal. Todo avance científico está sujeto a retroceso cuando es utilizado para lo que no se debe.
Quienes empuñan la bandera de la autonomía del pensamiento, se empeñan, basados en sus creencias, en atacar las creencias de los otros. Si se debe respetar la libertad de pensamiento, también debemos respetar la libertad de creer en lo que se quiera, siempre y cuando sus doctrinas no sean dañinas ni sean utilizadas para cercenar otros derechos y libertades. No es científico, ni se tiene mentalidad científica, cuando a priori se niega aquello que no se conoce o porque tales afirmaciones no sigan los mismos métodos de investigación o no obedezcan a las mismas leyes. Sirvan de ejemplo dos campos científicos en pleno desarrollo: el método y las leyes particulares aplicadas a la física cuántica y la enorme plasticidad del cerebro humano en los inconmensurables procesos bioquímicos mentales que dan origen al pensamiento.
Para unos la fertilización de un óvulo por un espermatozoide lleva implícita la creación de un ser humano, otros creen que el ser humano es más complejo que ese circunstancial evento biológico; ambas consideraciones deben ser respetas y la ley a aplicarse debiera contemplar las consecuencias naturales derivadas de tales convicciones, permitiendo a cada uno de sus seguidores acometer las acciones que, libremente, en forma justa y responsable decidan.
Los griegos son considerados los padres de la filosofía, pero revelan que su sabiduría bebió de otras fuentes. Según Fischl, el judío Filón dice que los griegos le robaron a Moisés esa sabiduría. Y esta opinión fue aceptada también por la Iglesia. Esto obligó luego a deslindar los atributos de la religión que precedieron a la filosofía y a la ciencia tal como las conocemos ahora.
Como resultado de esta vieja dialéctica antitética, los creyentes intentan apropiarse para sí de los descubrimientos científicos y los científicos pretenden minar las bases dogmáticas de la fe. Quien resume con profunda lucidez la indiscutible realidad de esta evolución existencial ha sido un científico y filósofo francés, injustamente olvidado por el autoritarismo dogmático de la Iglesia a la que perteneció y por el cientificismo ultraracionalista que no lo comprendió a cabalidad. Se trata del jesuita Teilhard de Chardin. Evolucionista que consideró al tiempo como cuarta dimensión, donde el cambio es lo trascendente y el estatismo lo intrascendente. Para él no sólo existe una evolución en el campo de la biología, sino también en la vida y en el pensamiento. Todo tiende a mayores niveles de complejidad y de conciencia. Hasta que se llega a un punto donde se condensan todas las conciencias en una sola reflexión que reúne todos los pensamientos individuales y extrae de ellos la conciencia primitiva común. El atávico Punto Omega del pensamiento universal que todo ser humano lleva dentro. Un punto por donde necesariamente pasan infinitas ideas.
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