Emperador Augusto 63 a. de J.C. y 14 d. de J.C.
- Guillermo Márquez B.
Este emperador romano era muy libertino. No olvidemos que por lo poderosos que eran, ellos resultaban ser muy respetados, pero esencialmente, por temidos. Si les apetecían las mujeres ajenas, a su casa llegaban o enviaban a esclavos suyos a buscarlas en una litera cubierta de tal modo que nadie podía ver quién iba dentro. Y la mujer no tenía más que someterse resignadamente a acceder a entrar en ella para no exponer a su marido o su familia a represalias. Tales eran los tiempos.
En Roma hubo un filósofo llamado Atenodoro quien contrajo matrimonio con una bellísima mujer. Poco tiempo después, la litera del emperador llegó a su casa a buscarla.
Estupefactos e indignados, marido y mujer no sabían qué hacer. Y Atenodoro tuvo una idea genial: Se vistió de mujer, salió de la casa y subió a la litera. El emperador, quien en esa ocasión esperaba en su recámara esperando a su nueva presa, vio, sorprendido, que llegaba un hombre. Atenodoro se acercó y le dijo: - Lo he hecho para salvar tu vida, señor. Yo no traigo armas, pero si las tuviera, tal cual estamos los dos aquí, nada me impediría matarte. Piensa que otro día puede salir tu asesino de esta litera y morirás sin defensa.-
Augusto le dio la razón, le agradeció la advertencia dejó en paz a su mujer.
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