Panamá
La ciberguerra que se está librando. Parte II
- José R. González Rivera
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- Cirujano Subespecialista
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El éxito cibernético de China no se debe solo a su capacidad técnica, sino a una visión política coherente: controlar la información para dominar el futuro. Desde finales de los años noventa, Pekín creó su famosa "Gran Muralla Digital" para censurar el internet y bloquear plataformas occidentales. Lo que comenzó como una herramienta de represión interna terminó siendo una fortaleza defensiva y un laboratorio de guerra digital.
La censura china evolucionó en una compleja red de vigilancia capaz de identificar amenazas cibernéticas en tiempo real. Hoy, sus plantas de energía, redes de telecomunicaciones y sistemas de agua cuentan con capas de protección imposibles de replicar en una democracia donde la vigilancia estatal está sujeta a límites legales.
Estados Unidos, por el contrario, ha delegado la seguridad de su infraestructura crítica al sector privado. Una planta de agua en Ohio puede tener el mismo nivel de protección que una Pyme, pero con consecuencias nacionales si es atacada. A ello se suma que el gobierno no puede monitorear las redes sin consentimiento, lo que genera un sistema fragmentado e ineficiente.
China ha sabido aprovechar esa debilidad. Ha desarrollado una doctrina militar llamada defensa activa, que justifica atacar primero para prevenir agresiones. Bajo esa lógica, sus hackers no solo espían: se posicionan dentro de las redes enemigas, listos para paralizar servicios esenciales si se desata una crisis, por ejemplo, por Taiwán.
Pekín no necesita lanzar un ataque directo. Basta con que Washington sepa que puede hacerlo. Esa amenaza latente es en sí misma un mecanismo de disuasión: si China puede cortar la luz o interferir el transporte, puede también influir en decisiones estratégicas sin recurrir a la guerra convencional.
El problema para Estados Unidos es que la diplomacia tradicional no funciona en este terreno. La negación plausible —"no hay pruebas de que haya sido China"— dificulta atribuir responsabilidades y responder sin escalar el conflicto. La era digital ha creado una zona gris donde los ataques se mezclan con los accidentes, y la guerra con la criminalidad.
China ha comprendido esa ambigüedad mejor que nadie. Y mientras Estados Unidos debate entre la privacidad y la seguridad, Pekín avanza hacia un dominio digital que redefine la noción misma de poder.
Mientras tanto en Panamá estamos en una forma moderna de colonización: la colonización de los datos. Así como en el siglo XIX exportábamos materias primas, hoy exportamos información, sin control ni soberanía sobre su destino.
China ha entendido que el poder del siglo XXI no está en los minerales ni en el petróleo, sino en los algoritmos. Y mientras Washington intenta defender su hegemonía, Pekín ya construye carreteras digitales que pasan por Panamá. La pregunta es si ¿el país del Canal Interoceánico será capaz de aprovechar esa Ruta de la Seda Digital sin entregar el control total de su soberanía tecnológica?
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