La Comisión de Uchuraccay
Publicado 2001/01/23 00:00:00
- El Gitano
El colega de La Prensa, Hermes Sucre, mencionó a la Comisión de Uchuraccay del Perú al pasar revista a las comisiones de la verdad que se formaron en diversos países de América Latina para esclarecer actos de genocidio, en el contexto de las dictaduras y el terrorismo. Como miembro de aquella comisión, puedo recapitular sus antecedentes, desarrollo y conclusiones para que se conozca esa experiencia de trabajo investigativo, en Panamá. Horas después de conocerse el asesinato de ocho periodistas peruanos a mediados de la década de los 80, en circunstancias brumosas, viajamos a la comunidad de Uchuraccay, en las alturas de Ayacucho, encabezando una consternada comitiva de periodistas y políticos.
Al arribar a Uchuraccay encontramos a un juez que había abierto y cerrado las tumbas rústicas donde estaban enterrados los periodistas en las faldas de las rocosas colinas. En presencia de la comitiva de periodistas y políticos de la oposición, le exigimos al juez que volviera a abrir las ocho tumbas, antes que pudieran realizar autopsias apócrifas. Comprobamos que los infortunados reporteros habían sido degollados bárbaramente y todos tenían los cráneos fracturados. No había heridas de balas a la vista. Los médicos legistas así lo ratificaron después al realizarse la autopsia oficial en Ayacucho.
Los reporteros y fotógrafos de "La República", el Diario de Marka( vocero de Sendero Luminoso) y de radios de Ayacucho habían sido asesinados, según la hipótesis que se abrió paso por los sectores radicales, por fuerzas de paramilitares para que no revelaran los campamentos de entrenamiento establecidos en Uchuraccay, bajo asesoría de militares argentinos y la CIA., especializados en técnicas de la lucha antisubversiva.
Como decano nacional del Colegio de Periodistas del Perú, encabecé la manifestación que recorrió la Colmena y culminó con un mitin en la Plaza San Martín, donde los oradores exigimos una investigación imparcial e inmediata de los truculentos sucesos.
Días después el gobierno de Belaunde Terry nombró la comisión integrada por el novelista Mario Vargas Llosa, el veterano abogado penalista Abraham Guzmán Figueroa y yo. Por mi condición de representante institucional del gremio periodístico a nivel nacional, me correspondía presidir la comisión, pero la resolución gubernamental no indicaba quién debía presidirla. Como se trataba de investigar en equipo y entre amigos de antigua data, ni siquiera discutimos quién debía presidir la comisión. Resultaba una minucia superflua ponernos a disputar quién debía presidir la comisión, ante el imperativo que nos animó, desde el principio, de contribuir al conocimiento de la gestación social de los sucesos y su trágico desenlace. No hubo primus inter pares. Los tres miembros tuvimos idéntica jerarquía.
Todos abandonamos nuestros oficios y deberes y nos fuimos a reconstruir el itinerario del viaje de los periodistas, desde Ayacucho hasta Uchuraccay, y a dialogar con cuantas personas podían suministrarnos información. La comisión obtuvo el asesoramiento de un destacado grupo de científicos sociales que viajó con nosotros a Ayacucho. El universo político se había tensado y debíamos actuar con imparcialidad rigurosa, con un respaldo académico a prueba de parcialidades. Sin embargo no pudimos presentir en ese momento hasta qué punto avanzaría la pasión política.
Por su avanzada edad, el doctor Guzmán Figueroa se quedó en Ayacucho investigando expedientes, mientras mi tocayo y yo nos aventurábamos a viajar en destartalados helicópteros por las alturas andinas; a largas caminatas por escabrosos parajes controlados por Sendero Luminoso; a diálogos con militares, civiles, maestros, policías, familiares del guía asesinado que condujo a los periodistas a la boca del lobo, sin presentir que él mismo perdería la vida.
El acontecimiento central fue el viaje de la comisión y sus asesores a la comunidad de Uchuraccay. Nunca podré olvidarlo. Yo creía conocer el Perú como la palma de mi mano. Pero no conocíamos los comisionados esta zona oscura de la pobreza andina. Pobreza extrema de harapos, hambre, marginación deliberada, pero al mismo tiempo de orgullo y dignidad. Los campesinos de Uchuraccay son descendientes de los huancas, grupo étnico que combatió sangrientamente contra los incas por el dominio del espacio andino y fueron derrotados por el inca Pachacutec en el intento de tomar el Cuzco.
Los comuneros habían asesinado a los integrantes de una columna senderista, días antes que los periodistas llegaron a Uchuraccay. Todas las comunidades estaban en pie de guerra, alertas a un ataque senderista de represalia, cuando infortunadamente aparecieron los forasteros en un territorio donde no se leen periódicos, sólo se habla quechua y sólo circulan los indígenas. Los periodistas probablemente interrogaron a los comuneros para saber si fuerzas del ejército eran los autores de la muerte de los senderistas. El diálogo, bajo la tensión de una probable venganza subversiva, llevó a la confusión y ésta al estallido de la ira a borbotones. Los periodistas fueron perseguidos y atacados por una horda de comuneros que los creyó terroristas y que creyó que estos forasteros habían llegado para delatarlos.
A esta conclusión llegamos tras nuestra accidentada visita a Uchuraccay. Arribamos en varios helicópteros. Dos coroneles de comandos, metralleta al ristre, nos escoltaban a Vargas Llosa y a mí. Los lingüistas ayacuchanos nos asesoraron sobre lo que debíamos hacer para ganar la buena voluntad de los comuneros y así éstos se abrieran a un diálogo que nos llevara a la reconstrucción de los trágicos sucesos. Debíamos, primero, antes de empezar a hablar, cumplir ciertos ritos ancestrales: beber un sorbo de un licor rijoso con el alcalde de Uchuraccay, que tenía su bastón de mando o varayoc; hacer un brindis en homenaje al cerro nevado Razuwilca, dios tutelar de la comunidad; entregar, como ofrenda de amistad, hojas silvestres de coca a los comuneros. Si no hubiéramos cumplido el ritual andino, no habrían abierto la boca.
Así y todo, el vocero de los comuneros aceptó que ellos habían matado a " la milicia" ( nunca aceptaron que se trataba de periodistas y no estábamos seguros que supieran bien qué es un periodista) y cuando intentamos que identificara al responsable de las órdenes de ataque y a los ejecutores de la masacre, el vocero respondió una y mil veces " comunidad, señor". En cinco horas de trunco diálogo, eso fue lo único que conseguimos. La insistencia en demandar más información creó un creciente malestar, sobre todo entre las mujeres que empezaron a gritar en quechua en forma hostil. Habíamos pedido a los coroneles que se alejaran para preservar la imparcialidad del encuentro en el centro comunal y los comuneros hablaran libremente. De pronto, los comuneros, hombres de piel quemada por el frío de la puna, picados de viruelas y mirada recelosa, que nos rodeaban por centenares, avanzaron hacia donde estábamos sentados con los asesores, en actitud preocupante. Los militares, que no oían lo que hablábamos, pero estaban pendientes de la situación, rastrillaron las metralletas. Las mujeres cesaron los gritos al ver que no seguían las preguntas. Notamos su influencia decisiva en situaciones críticas. Uchu - raccay significa picante sexo femenino en quechua. El espíritu militantemente colectivista de los comuneros asumió la responsabilidad de los sucesos y no admitió culpas individuales. Antes de que Lope de Vega escribiera "Fuente Ovejuna", la justicia colectiva imperó en las comunidades indígenas.
Después que la Comisión Uchuraccay presentó las conclusiones de su informe, redactado por Vargas Llosa, más los anexos de los asesores, se encendió un debate que aún no cesa. Como no culpamos a los militares, la izquierda nos acusó de encubridores. El informe cuidó cautelosamente no interferir con la investigación policial y no invadir los fueros de competencia judicial. Producimos un informe fundamentalmente cultural sobre el contexto social, étnico, histórico, en que se desenvolvieron los trágicos acontecimientos de Uchuraccay. Pero la crispada polarización ideológica exigía que pusiéramos en bandeja las cabezas de los jefes militares supuestamente responsables.
La comisión fue estigmatizada como parte de una estrategia para ocultar la guerra sucia de las fuerzas armadas. Y en esa perspectiva se exigió que fuéramos comprendidos en el proceso judicial, como cómplices del asesinato múltiple de los periodistas. Fuimos llamados a un juzgado de Ayacucho para que se esclareciera nuestra posición. Fuimos interrogados para que diéramos detalles del crimen, nada menos. Dormíamos en el hotel, con un soldado en la puerta de la habitación. Recuerdo a Mario cenando solo en el comedor del hotel, con un soldado que lo custodiaba, con un rifle entre las manos, según ordenaron los jueces. Así estábamos pasando de testigos a acusados, cuando en Lima estalló el escándalo y, ante la protesta general por sus excesos, los jueces ayacuchanos dieron marcha atrás.
The New York Times publicó una síntesis del informe de la comisión.
Vargas Llosa regresó a Europa donde sostuvo polémicas formidables con Gunther Grass y periodistas británicos. En universidades de Lima y provincias, en foros, radio y televisión, en los tribunales, enfrenté varios años a fanatizados impugnadores que entonces le hacían el juego a Sendero Luminoso y atacaban a la fuerza armada. Vargas Llosa cubrió el frente externo, mientras a mí me llevaron hasta la última instancia judicial de la Corte Suprema, donde fui bombardeado por abogados extremistas que no cesaron de demandar mi encarcelamiento. Cuando el gobierno descubrió que Sendero Luminoso en l986 montó un atentado contra mí, algunos dijeron que era por mi complicidad con los militares genocidas de Uchuraccay. Olvidaron los detractores, muchos de ellos militaristas, mis luchas contra todas las dictaduras militares desde 1950, y mis siete años de exilio por una dictadura militar. Hoy me sonrío ante aquellas críticas, suaves y epidérmicas si las comparo con otras que he soportado en mi trajinar político, y me ratifico en lo que entonces sostuvimos en el informe de la comisión. Sigo creyendo en las comisiones civiles investigadoras, le ocurra lo que le ocurra a los comisionados.
Al arribar a Uchuraccay encontramos a un juez que había abierto y cerrado las tumbas rústicas donde estaban enterrados los periodistas en las faldas de las rocosas colinas. En presencia de la comitiva de periodistas y políticos de la oposición, le exigimos al juez que volviera a abrir las ocho tumbas, antes que pudieran realizar autopsias apócrifas. Comprobamos que los infortunados reporteros habían sido degollados bárbaramente y todos tenían los cráneos fracturados. No había heridas de balas a la vista. Los médicos legistas así lo ratificaron después al realizarse la autopsia oficial en Ayacucho.
Los reporteros y fotógrafos de "La República", el Diario de Marka( vocero de Sendero Luminoso) y de radios de Ayacucho habían sido asesinados, según la hipótesis que se abrió paso por los sectores radicales, por fuerzas de paramilitares para que no revelaran los campamentos de entrenamiento establecidos en Uchuraccay, bajo asesoría de militares argentinos y la CIA., especializados en técnicas de la lucha antisubversiva.
Como decano nacional del Colegio de Periodistas del Perú, encabecé la manifestación que recorrió la Colmena y culminó con un mitin en la Plaza San Martín, donde los oradores exigimos una investigación imparcial e inmediata de los truculentos sucesos.
Días después el gobierno de Belaunde Terry nombró la comisión integrada por el novelista Mario Vargas Llosa, el veterano abogado penalista Abraham Guzmán Figueroa y yo. Por mi condición de representante institucional del gremio periodístico a nivel nacional, me correspondía presidir la comisión, pero la resolución gubernamental no indicaba quién debía presidirla. Como se trataba de investigar en equipo y entre amigos de antigua data, ni siquiera discutimos quién debía presidir la comisión. Resultaba una minucia superflua ponernos a disputar quién debía presidir la comisión, ante el imperativo que nos animó, desde el principio, de contribuir al conocimiento de la gestación social de los sucesos y su trágico desenlace. No hubo primus inter pares. Los tres miembros tuvimos idéntica jerarquía.
Todos abandonamos nuestros oficios y deberes y nos fuimos a reconstruir el itinerario del viaje de los periodistas, desde Ayacucho hasta Uchuraccay, y a dialogar con cuantas personas podían suministrarnos información. La comisión obtuvo el asesoramiento de un destacado grupo de científicos sociales que viajó con nosotros a Ayacucho. El universo político se había tensado y debíamos actuar con imparcialidad rigurosa, con un respaldo académico a prueba de parcialidades. Sin embargo no pudimos presentir en ese momento hasta qué punto avanzaría la pasión política.
Por su avanzada edad, el doctor Guzmán Figueroa se quedó en Ayacucho investigando expedientes, mientras mi tocayo y yo nos aventurábamos a viajar en destartalados helicópteros por las alturas andinas; a largas caminatas por escabrosos parajes controlados por Sendero Luminoso; a diálogos con militares, civiles, maestros, policías, familiares del guía asesinado que condujo a los periodistas a la boca del lobo, sin presentir que él mismo perdería la vida.
El acontecimiento central fue el viaje de la comisión y sus asesores a la comunidad de Uchuraccay. Nunca podré olvidarlo. Yo creía conocer el Perú como la palma de mi mano. Pero no conocíamos los comisionados esta zona oscura de la pobreza andina. Pobreza extrema de harapos, hambre, marginación deliberada, pero al mismo tiempo de orgullo y dignidad. Los campesinos de Uchuraccay son descendientes de los huancas, grupo étnico que combatió sangrientamente contra los incas por el dominio del espacio andino y fueron derrotados por el inca Pachacutec en el intento de tomar el Cuzco.
Los comuneros habían asesinado a los integrantes de una columna senderista, días antes que los periodistas llegaron a Uchuraccay. Todas las comunidades estaban en pie de guerra, alertas a un ataque senderista de represalia, cuando infortunadamente aparecieron los forasteros en un territorio donde no se leen periódicos, sólo se habla quechua y sólo circulan los indígenas. Los periodistas probablemente interrogaron a los comuneros para saber si fuerzas del ejército eran los autores de la muerte de los senderistas. El diálogo, bajo la tensión de una probable venganza subversiva, llevó a la confusión y ésta al estallido de la ira a borbotones. Los periodistas fueron perseguidos y atacados por una horda de comuneros que los creyó terroristas y que creyó que estos forasteros habían llegado para delatarlos.
A esta conclusión llegamos tras nuestra accidentada visita a Uchuraccay. Arribamos en varios helicópteros. Dos coroneles de comandos, metralleta al ristre, nos escoltaban a Vargas Llosa y a mí. Los lingüistas ayacuchanos nos asesoraron sobre lo que debíamos hacer para ganar la buena voluntad de los comuneros y así éstos se abrieran a un diálogo que nos llevara a la reconstrucción de los trágicos sucesos. Debíamos, primero, antes de empezar a hablar, cumplir ciertos ritos ancestrales: beber un sorbo de un licor rijoso con el alcalde de Uchuraccay, que tenía su bastón de mando o varayoc; hacer un brindis en homenaje al cerro nevado Razuwilca, dios tutelar de la comunidad; entregar, como ofrenda de amistad, hojas silvestres de coca a los comuneros. Si no hubiéramos cumplido el ritual andino, no habrían abierto la boca.
Así y todo, el vocero de los comuneros aceptó que ellos habían matado a " la milicia" ( nunca aceptaron que se trataba de periodistas y no estábamos seguros que supieran bien qué es un periodista) y cuando intentamos que identificara al responsable de las órdenes de ataque y a los ejecutores de la masacre, el vocero respondió una y mil veces " comunidad, señor". En cinco horas de trunco diálogo, eso fue lo único que conseguimos. La insistencia en demandar más información creó un creciente malestar, sobre todo entre las mujeres que empezaron a gritar en quechua en forma hostil. Habíamos pedido a los coroneles que se alejaran para preservar la imparcialidad del encuentro en el centro comunal y los comuneros hablaran libremente. De pronto, los comuneros, hombres de piel quemada por el frío de la puna, picados de viruelas y mirada recelosa, que nos rodeaban por centenares, avanzaron hacia donde estábamos sentados con los asesores, en actitud preocupante. Los militares, que no oían lo que hablábamos, pero estaban pendientes de la situación, rastrillaron las metralletas. Las mujeres cesaron los gritos al ver que no seguían las preguntas. Notamos su influencia decisiva en situaciones críticas. Uchu - raccay significa picante sexo femenino en quechua. El espíritu militantemente colectivista de los comuneros asumió la responsabilidad de los sucesos y no admitió culpas individuales. Antes de que Lope de Vega escribiera "Fuente Ovejuna", la justicia colectiva imperó en las comunidades indígenas.
Después que la Comisión Uchuraccay presentó las conclusiones de su informe, redactado por Vargas Llosa, más los anexos de los asesores, se encendió un debate que aún no cesa. Como no culpamos a los militares, la izquierda nos acusó de encubridores. El informe cuidó cautelosamente no interferir con la investigación policial y no invadir los fueros de competencia judicial. Producimos un informe fundamentalmente cultural sobre el contexto social, étnico, histórico, en que se desenvolvieron los trágicos acontecimientos de Uchuraccay. Pero la crispada polarización ideológica exigía que pusiéramos en bandeja las cabezas de los jefes militares supuestamente responsables.
La comisión fue estigmatizada como parte de una estrategia para ocultar la guerra sucia de las fuerzas armadas. Y en esa perspectiva se exigió que fuéramos comprendidos en el proceso judicial, como cómplices del asesinato múltiple de los periodistas. Fuimos llamados a un juzgado de Ayacucho para que se esclareciera nuestra posición. Fuimos interrogados para que diéramos detalles del crimen, nada menos. Dormíamos en el hotel, con un soldado en la puerta de la habitación. Recuerdo a Mario cenando solo en el comedor del hotel, con un soldado que lo custodiaba, con un rifle entre las manos, según ordenaron los jueces. Así estábamos pasando de testigos a acusados, cuando en Lima estalló el escándalo y, ante la protesta general por sus excesos, los jueces ayacuchanos dieron marcha atrás.
The New York Times publicó una síntesis del informe de la comisión.
Vargas Llosa regresó a Europa donde sostuvo polémicas formidables con Gunther Grass y periodistas británicos. En universidades de Lima y provincias, en foros, radio y televisión, en los tribunales, enfrenté varios años a fanatizados impugnadores que entonces le hacían el juego a Sendero Luminoso y atacaban a la fuerza armada. Vargas Llosa cubrió el frente externo, mientras a mí me llevaron hasta la última instancia judicial de la Corte Suprema, donde fui bombardeado por abogados extremistas que no cesaron de demandar mi encarcelamiento. Cuando el gobierno descubrió que Sendero Luminoso en l986 montó un atentado contra mí, algunos dijeron que era por mi complicidad con los militares genocidas de Uchuraccay. Olvidaron los detractores, muchos de ellos militaristas, mis luchas contra todas las dictaduras militares desde 1950, y mis siete años de exilio por una dictadura militar. Hoy me sonrío ante aquellas críticas, suaves y epidérmicas si las comparo con otras que he soportado en mi trajinar político, y me ratifico en lo que entonces sostuvimos en el informe de la comisión. Sigo creyendo en las comisiones civiles investigadoras, le ocurra lo que le ocurra a los comisionados.
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