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Opinión / La "Escuela de Marina"

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La "Escuela de Marina"

Publicado 2003/12/08 00:00:00
  • Rita Irene Typaldos de Ozores*
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Tal vez no sea yo la persona más autorizada para escribir estos imborrables recuerdos sobre mi Colegio San José, mejor conocido por el nombre de su directora, señorita Marina Ucrós. No pude graduarme con mis queridas compañeras, porque me enviaron para los Estados Unidos tres años antes de recibir mi diploma de Bachiller. Las tres hermanas Ucrós, Teresa, Marina y Josefa, eran nacidas y educadas en Colombia de maestras. Su intensa vocación docente las impulsó a venir a Panamá para fundar un plantel de enseñanza que reuniera ciertos requisitos esenciales para la formación intelectual y moral de señoritas panameñas. Tras meses de organización, el Colegio San José estuvo listo para iniciar las clases en el año 1889.
Su ilustre directora preparó un programa de estudios muy selectivo. Y para reforzar los ciclos superiores, contrató a profesores de la talla de Doña Débora H. De Ayala y de Don Salvador Muñoz, entre otros. Nuestra cultura era muy deficiente, y se requerían en el país mujeres instruidas, capaces de brillar en cualquier medio y de nutrir sus propios hogares.
Estas extraordinarias educadoras crearon métodos exclusivos, facilitando a sus alumnas la asimilación de los estudios. Aprendíamos con rapidez, sencillas preguntas y repuestas que ellas nos resumían de los textos, y adquiríamos dominio de la gramática, aplicando sus reglas, al analizar párrafos completos de un libro. Las ex alumnas de la "Escuela de Marina", eran motivo de admiración por su excelente ortografía y caligrafía, y porque estudiábamos como tarea cotidiana, la Urbanidad de Carreño.
Se admitían varones hasta el tercer grado, siendo su primer alumno, el niño Ricardo Arango Jované. A las graduandas las obligaban a tomar un curso en la Escuela Normal, para que obtuvieran un diploma de Maestra, además del de Ciencias y Comercio; con tal fin, nos entrenaban desde sexto grado en la enseñanza, y como primer cometido, repasábamos el abecedario con los párvulos. A mí me tocó un chico algo lerdo, pero logré que aprendiera a leer de corrido, a pesar de mi inexperiencia.
La mayor inquietud de las señoritas Ucrós era proporcionarnos una orientación católica muy definida, y asiduamente llegaban sacerdotes Agustinos Recoletos o Jesuitas a catequizarnos. Nos preparaban muy bien para nuestra Primera Comunión y años después nos consagraban como Hijas de María. Cada mañana orábamos ante la Virgen y nos encomendábamos a nuestro santo patrón, San José. Personalmente, le invocaba luces para entender los fundamentos de la Filosofía que explicaba el Padre Vicente, sacerote jesuita.
El colegio estaba ubicado en la Avenida Norte, muy cerca de la Presidencia. Todas vivíamos en el vecindario y como dábamos clases mañana y tarde, hacíamos cuatro recorridos a pie, y a nadie se le ocurría protestar, aunque algunas se quedaban a almorzar en el colegio. Había un patio central para los recreos, pero si llovía, nos reuníamos en el amplio vestíbulo en donde Balbina y Manga vendían pastelitos, golloría y más dulces, como las deliciosas "bocas de sapo" merengadas.
Los aposentos de la señorita Ucrós quedaban en el tercer piso, además del ventilado dormitorio para las estudiantes, cuyas familias radicaban fuera de la capital. Yo tuve una compañera que fue aceptada transitoriamente en el Internado, porque sus padres se habían ido de viaje, y desde que llegó, gastaba bromas a la supervisora Doña Delia. En una ocasión, quiso pasarse de lista y agotó la paciencia de esta estricta matrona, quien dio por terminada su misión de disciplinarla. Mi inquieta amiga tuvo la ocurrencia de esconderle a Doña Delia su dentadura postiza, y aunque continuaba asistiendo a clases, nunca más regresó al Internado.
Me habría encantado quedarme en Panamá para graduarme aquí, pero fracasaron los intentos de la "Niña Marina" por persuadir a mi madre para que me dejara en el colegio. En mal momento se le ocurrió a un estudiante de La Salle obsequiarme un ramillete de flores, para mis catorce años. Fue este motivo suficiente para sacarme del país, pues nuestra sociedad de antaño era muy cerrada y se guardaba con mucho celo la reputación.
Todo surgió por culpa de nuestro entrenador de basket-ball. Yo pertenecía a un equipo mal llamado "Lucky Girls", pues jamás ganamos un juego de los tantos torneos celebrados en el Gimnasio Nacional. Nuestra jugadora de centro pudo haber metido muchas canastas con tan sólo estirar su brazo, pero era tan chambona como el resto de nosotras, y por más empeño del entrenador, quedábamos en la cola. Por suerte, él nunca llegó a enterarse que su gentileza de llevarme flores fue la causa de mi destierro.
Además de la "Niña Tere", la "Niña Marina y la "Niña Pepa", teníamos otras dos "Niñas" en mi colegio. A nuestra maestra de Costura, señorita Clementina Almengor, la llamábamos "Niña Clemen" y "Niña Nati", a la señorita Natividad Cervera, maestra de piano. Pero, a la profesora de Educación Física, Ernestina Sucre, le decíamos señorita, y a nuestra profesora de Inglés, Miss Dolores.
Su nombre completo era Dolores Arosemena Icaza, y ella me daba también clases de piano. Me hacía repetir la misma sonata, aunque la tocara bien, para prolongar la práctica y hablarme de mi abuela, Rita Gómez Garrido de Duque, quien fue su vecina por años.
No podía comprender entonces las intenciones de Miss Dolores, pero al hacerme adulta, adiviné que intentaba grabarme una bonita imagen de una abuela a quien nunca conocí. Era sumamente cariñosa conmigo, y una vez me trabajo de Nueva York una "R" de plata para marcar mi servilleta. Aquel regalo está ahora en California, en la vitrina de la sala de mi hija Rita.
En aquella época se acostumbraba velar a los difuntos en la intimidad del hogar, y cuando trajeron a mi hermana Marielena fallecida en Nueva York, las tres hermanas Ucrós, estuvieron hasta pasada la media noche acompañando a mi madre en su dolor. Sus compañeras de grado, uniformadas de gala, caminaron junto al cortejo fúnebre, hasta el Cementerio Amador. Este atuendo, casi centenario, era de piqué blanco, con mangas largas, cuello alto y pechera rematada a cada lado por una solapa. Lo complementaba el gorro blanco de piqué y elegantes botines de cuero negro con botonadura hasta media pierna.
Mi corazón ha guardado durante siete décadas estas remembranzas, que ojalá hayan servido como homenaje póstumo a la memoria de mis profesoras, hoy fallecidas. Deseo enaltecer la bondad de Miss Dolores y la meritoria obra de las excelsas fundadoras del Colegio San José, el cual tristemente llegó a su ocaso en el año 1943. Las señoritas Teresa, Marina y Josefa Ucrós dedicaron sus vidas a enriquecer con sus sabios conocimientos a dos futuras generaciones de madres panameñas. Como bisabuela, he sentido necesidad de expresarles mi reconocimiento en un día tan glorioso. Ellas se esmeraron como maestras y, a la vez, ejercieron funciones de madres, al transmitirnos, a cada una de nosotras, su cultura cristiana.
*Ex presidenta de la Estrella de Panamá.
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