Contrastes
La justicia real versus ‘reality show’
- Víctor M. Collado S. (Abogado)
La presencia de la Dra. Ana María Polo en el país levantó el entusiasmo que de seguro pronosticaron sus patrocinadores, pero también la desatención de otros que
La presencia de la Dra. Ana María Polo en el país levantó el entusiasmo que de seguro pronosticaron sus patrocinadores, pero también la desatención de otros que no les atribuyen autenticidad a los “casos” que “juzga” la Sra. Polo.
El fenómeno, sin embargo, no deja de ser interesante, porque el espectáculo de Caso Cerrado tiene buena audiencia y los comentarios que genera se replican sin mayores contratiempos. Aún entre sus seguidores se cuentan los que están seguros de que los “casos” no son tan reales ni las “sentencias” tienen la fuerza vinculante natural que tienen y deben tener las decisiones. Nada de esa realidad mengua el nivel de las recepciones que recibe ni va a hacer que sus fanáticos tengan a la “jueza” como una heroína de sucesos inverosímiles y la reciban teniéndola como personaje de cine.
En la acera contraria, la justicia verdadera, regida por códigos, procedimientos y fallos de obligatorio acatamiento, no goza de la vibra positiva de la ciudadanía nacional si la comparamos con aquella. Se le tiene como legítima, pero no recibe ponderaciones sonoras y muy con frecuencia se le considera como auténtica villana del patio. Ningún juez (incluyendo a los magistrados) genera respaldo notorio ni nadie osa salir a las calles ni llenan plazas para soporte de nuestros juzgadores nacionales.
El país fuera feliz si la justicia real tuviera la aceptación de que se vanagloria la justicia del reality show. El desarrollo nacional estaría garantizado si la justicia de los tribunales logra contagiarse de la confianza nacional. Todos estaríamos seguros si el castigo fuese pronto y tangible, y si las controversias de los particulares se desataran sin zonas grises sospechosas. La del reality show tendría el destino inevitable: se quedaría reducida al espacio de un programa comercial televisado inventado por creativos de los medios de comunicación de masa tras la saga de los rating a través del entretenimiento y la fantasía.
Contrastando una y otra vez lo que resulta diferenciador, sin dejar de constar muchísimas otras, es que a la justicia de reality show le sobra lo que le falta a la justicia real. La del espectáculo se ejercita en público, es oral, se expone a la opinión pública y, desde esa óptica, se gana la percepción de ser transparente. La verdadera actúa a puerta cerrada, con acceso restringido y se atiborra de fojas y tomos, tan inútiles como fatigosos. Aquella, al final de las alegaciones, pronuncia su “fallo” congruente o desatinado, pero solución a fin de cuenta, expuesto al rechazo, la crítica o la aceptación del espectador y/o de sus protagonistas. La otra dilata sus decisiones hasta la desesperación, de modo que cuando el resultado se da a conocer, este viene, irremediablemente, con el rostro impúdico y no suele sacudirse del tinte suspicaz de las injerencias extrajuicio.
La del reality show es inmediata y definitiva. La justicia real admite tantos juicios posteriores al primer juicio, que termina convirtiéndose en un laberinto oscuro, de sorpresas y escándalos, como si de repente se transformara, honestamente, en una inequívoca extensión de los famosos fantasmas borgianos que cuando afloran ya no importan sus resultados o tienen efectos barrocos.
El entusiasmo y la credibilidad de la justicia de reality show es una alucinación simple y pura, y, además, inestable y fugaz. La justicia verdadera provoca un desaliento que es dramáticamente real y dolorosamente permanente.
Es absurdo suponer que la justicia de nuestros tribunales se convierta en un reality show, pero resultaría hartamente beneficioso que recordáramos que la justicia es ética, equidad y honradez, que se le define como el arte de hacer lo justo. Y que, como se dice en El Digesto del derecho romano, ius a iustitia (el derecho es justicia) y que el derecho es el arte de lo bueno y lo equitativo (ius est ars boni et aequi).
Bastaría, para la justicia real, con que encontráramos en el Panamá de hoy los hombres y mujeres adecuados que hagan valer y regirse por los principios de origen de la justicia. Que tengan el coraje de la Dra. Polo, sin circunloquios ni timideces. Con frescura y firmeza.
No requerimos de un prodigio. Solo de la capacidad y decisión para sacarle a la justicia televisada los atributos necesarios que la han hecho popular, y endosarlos a la justicia verdadera para que esta se imponga a plenitud con transparencia y apremio en las soluciones de los problemas que se le someten a debate. Que la justicia del reality show reine con su falsedad intrínseca mientras la justicia real sea eso y nada más que eso: real y verdadera.
Mientras nos llegue el momento para disfrutar de ese suceso histórico: añoramos la justicia verdadera mientras nos entretiene la justicia del reality show.
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