La OPEP y la crisis mundial
Publicado 2000/09/21 23:00:00
Cuando se fundó la Organización de Productores de Petróleo( OPEP) en Bagdad el 14 de setiembre de 1960, el precio del barril de crudo no llegaba a los dos dólares. El ingeniero venezolano Juan Pablo Pérez Alfonso, considerado el cerebro de la creación de la OPEP, dijo hace 40 años que la regulación de la producción es la mejor manera de alcanzar precios justos para los productores. Desde entonces el concepto de precio justo ha sufrido graves distorsiones hasta alcanzar los picos que en los días recientes han remecido el mundo.
Tumultuosas caravanas de buses y camiones han bloqueado las principales avenidas de Londres, París, Marsella, Bruselas y Barcelona, exteriorizando una protesta que, en verdad, involucra a los productores más que a los gobernantes. Desde el año pasado los productores vienen engañando a los consumidores internacionales con promesas de aumento de la producción; sin embargo en los hechos los precios han rebasado la barrera de los 30 dólares. Arabia Saudita, primer productor mundial, se comprometió a aumentar su producción. Pero un concierto de países de línea dura echa por tierra sus promesas, empujando el constante aumento de los precios con regulaciones hacia abajo.
El impacto múltiple de los precios del combustible en el transporte terrestre y aéreo, industria, agricultura, desata el traslado de los costos a los usuarios, poniendo en acción mecanismos inflacionarios en espiral en todas partes del mundo, desde Londres hasta Tanzania, desde Seúl hasta Penonomé. Los países de la OPEP no escapan a la acción del impacto inflacionario, ya que los bienes de capital y servicios que ellos adquieren del exterior registran las alzas que ellos mismos promueven. Serpiente que se muerde la cola, la OPEP se inocula el veneno de la inflación que ella misma destila.
El juego irresponsable de los miembros del cartel se ha probado con la experiencia irrefutable de que los cuantiosos ingresos que perciben, al costo del sacrificio de los consumidores, no contribuyen al desarrollo sino al despilfarro de recursos y a la corrupción de mandatarios y burócratas. Después de la crisis de la guerra de los seis días, que bloqueó la salida de los tanqueros del Golfo Pérsico, desencadenó una ola especulativa sin paralelo a principios de la década de los setenta. El precio del barril de crudo saltó de dos dólares a doce y siguió creciendo hasta bordear los 40 dólares. Los productores nadaban en dólares, experimentando graves distorsiones porque el ingreso no era producto de un esfuerzo planificado sino de alzas especulativas. Los petrodólares se gastaron en wiskey, champagne, caviar y en importaciones extravagantes en países tercermundistas, mientras los jeques árabes compraban Cadillacs y castillos europeos y el excedente lo depositaban en bancos occidentales para inundar el mundo de créditos que después no se pudieron pagar.
Pero el mundo industrial reaccionó ante los excesos consumistas de combustible y los precios bajaron abruptamente, cayendo a 8 y 10 dólares el barril. El cartel de la OPEP conoció la decadencia. Ahora el ciclo ha vuelto a reciclarse, sin aprender las lecciones del pasado. Los extremos engendran respuestas polares de un rápido tránsito de la riqueza a la pobreza y viceversa. Las oscilaciones de precios golpean a los consumidores de los países ricos y los países pobres. Ante esa evidencia no queda otra alternativa que aumentar la producción para que los precios se equilibren moderadamente, sin poner al mundo otra vez al borde de la desestabilización económica.
Tumultuosas caravanas de buses y camiones han bloqueado las principales avenidas de Londres, París, Marsella, Bruselas y Barcelona, exteriorizando una protesta que, en verdad, involucra a los productores más que a los gobernantes. Desde el año pasado los productores vienen engañando a los consumidores internacionales con promesas de aumento de la producción; sin embargo en los hechos los precios han rebasado la barrera de los 30 dólares. Arabia Saudita, primer productor mundial, se comprometió a aumentar su producción. Pero un concierto de países de línea dura echa por tierra sus promesas, empujando el constante aumento de los precios con regulaciones hacia abajo.
El impacto múltiple de los precios del combustible en el transporte terrestre y aéreo, industria, agricultura, desata el traslado de los costos a los usuarios, poniendo en acción mecanismos inflacionarios en espiral en todas partes del mundo, desde Londres hasta Tanzania, desde Seúl hasta Penonomé. Los países de la OPEP no escapan a la acción del impacto inflacionario, ya que los bienes de capital y servicios que ellos adquieren del exterior registran las alzas que ellos mismos promueven. Serpiente que se muerde la cola, la OPEP se inocula el veneno de la inflación que ella misma destila.
El juego irresponsable de los miembros del cartel se ha probado con la experiencia irrefutable de que los cuantiosos ingresos que perciben, al costo del sacrificio de los consumidores, no contribuyen al desarrollo sino al despilfarro de recursos y a la corrupción de mandatarios y burócratas. Después de la crisis de la guerra de los seis días, que bloqueó la salida de los tanqueros del Golfo Pérsico, desencadenó una ola especulativa sin paralelo a principios de la década de los setenta. El precio del barril de crudo saltó de dos dólares a doce y siguió creciendo hasta bordear los 40 dólares. Los productores nadaban en dólares, experimentando graves distorsiones porque el ingreso no era producto de un esfuerzo planificado sino de alzas especulativas. Los petrodólares se gastaron en wiskey, champagne, caviar y en importaciones extravagantes en países tercermundistas, mientras los jeques árabes compraban Cadillacs y castillos europeos y el excedente lo depositaban en bancos occidentales para inundar el mundo de créditos que después no se pudieron pagar.
Pero el mundo industrial reaccionó ante los excesos consumistas de combustible y los precios bajaron abruptamente, cayendo a 8 y 10 dólares el barril. El cartel de la OPEP conoció la decadencia. Ahora el ciclo ha vuelto a reciclarse, sin aprender las lecciones del pasado. Los extremos engendran respuestas polares de un rápido tránsito de la riqueza a la pobreza y viceversa. Las oscilaciones de precios golpean a los consumidores de los países ricos y los países pobres. Ante esa evidencia no queda otra alternativa que aumentar la producción para que los precios se equilibren moderadamente, sin poner al mundo otra vez al borde de la desestabilización económica.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.