Los caminos de la insatisfacción humana
- Arnulfo Arias O.
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Es parte de la naturaleza humana quejarse; y quejarse siempre. Por alguna razón, el pasto del vecino parecerá siempre más verde. Lo que tenemos, no lo apreciamos, y lo que nos falta lo codiciamos. Pero si hacemos un acto de conciencia, sumando las pequeñas cosas que tenemos, y que van desde el equipamiento estándar con el que nacemos, hasta el techo que nos cubre, posiblemente somos más afortunados que cientos de miles de personas que sufren diariamente de carencias que nosotros no conocemos. Para comenzar, posiblemente gozamos de buena salud. Curiosamente, las enfermedades causan, en general, el 71% de las muertes por año a nivel mundial; pero usted y yo no somos hoy parte de ese grupo de más de 20 millones de personas que anualmente se nos adelantan hacia los umbrales de la Gran Verdad a causa de alguna u otra enfermedad. Tal vez, encendemos la pluma y … contamos con agua potable. Puede que a nuestros hijos no les falte el alimento diario, que tengamos todos calzado en nuestro hogar y que hasta nuestras mascotas vivan una vida relativamente cómoda y feliz. Si las estadísticas no mienten, tal vez estemos dentro de los afortunados individuos que en nuestro país que, en promedio, perciben más de US620.00 mensuales. En fin, tendemos a restar en vez de adentrarnos en la sumatoria de nuestras grandes bendiciones. Es la naturaleza humana, cierto. Pero quién ha dicho que no nos toca hacer esfuerzos diarios para resistir esas mareas naturales de la insatisfacción que, cuando suben, nos ahogan en preocupaciones tan estériles e improductivas para nuestras vidas.
No hemos venido aquí para complacer a la opinión ajena. Comencemos por ese mismo punto, que hace que gran parte de nuestros días se dediquen a la satisfacción de aquellas cosas que, sin llenarnos a nosotros, son parte de la masificación de las necesidades, del mercadeo de los productos y las marcas que, en realidad, no tenemos por qué consumir. En una ocasión le preguntaron a un náufrago qué lección había aprendido de todo aquello; contestó que, en realidad, un poco de agua y un poco de alimento es todo lo que un hombre necesita en esta vida, si las circunstancias así lo ordenan. Venimos sin nada a este mundo; sin nada nos iremos de él también. Entonces todo lo demás, absolutamente todo, es un beneficio que se pasa sin aprecio alguno.
Tanto se puede haber escrito de este tema, ya que pareciera fastidioso repetirlo aquí. La viga en el ojo propio y la pequeña brusca del ajeno, entre otros, son esas lecciones que la humanidad y su gran conocimiento lega al hombre que es prudente y cauteloso. Sin embargo, no pasa un día sin que nos olvidemos de esas cosas y caigamos en las redes de nuestras rutinas, de nuestras quejas y de nuestras frustraciones. Uno de los hombres con el más alto coeficiente intelectual del que se tiene registro, John Stuart Mill, nos decía que hay solo un camino hacia la felicidad y que ese camino consiste en dejar de fijar nuestra atención en la felicidad propia y dedicarnos a la ajena. Mucho antes que él, en esos tiempos en los que no se hacía la medición del coeficiente intelectual, el gran filósofo Epicteto se pronunció también sobre este tema y dijo que el único camino hacia la felicidad es dejar de preocuparse por las cosas que están fuera de nuestro control. Podemos hacer réplica de esos consejos; o podemos ignorarlos por completo. El libre albedrío, y las grandes libertades que gozamos ya sin apreciar, nos dirán hacia dónde queremos avanzar o dónde nos queremos quedar por siempre empantanados.
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