Los precios y la crisis
El detergente (jabón de lavar) de 202 gramos, o la cajeta chica, aumentó su precio al consumidor en un 10% con relación al precio anterior al uno de octubre. Pero el monto al cual se ofertaba el detergente de 202 gramos, al menos, en el último mes antes del alza de cinco centésimos, era de cincuenta centavos; es decir, ya existía una diferencia de precio de diez centésimos de balboa entre el precio anunciado por el empleado de la empresa fabricante del producto y el vendido al detalle por los comerciantes minoristas.
Al inquirir cuál había sido el alza relativa del costo de los componentes químicos de esta mercancía, después de una breve pausa -la entrevista fue telefónica- el ejecutivo de producción concluyó la conversación aduciendo que la información requerida "sólo la podía proporcionar el gerente general de la empresa productora panameña, pero que en ese momento no se encontraba en la oficina". ¡La clásica de la burocracia! De este relato de lo que ocurre en términos microeconómicos, esto es, en una unidad de producción o empresa, podemos inferir dos grandes conclusiones macroeconómicas:
El crecimiento desmedido de los precios de los artículos de la canasta básica de alimentos, así como de los demás bienes no suntuarios, no obedece necesariamente a la inflación importada como consecuencia de la caída estrepitosa del dólar estadounidense; no guarda relación tampoco con el comportamiento de la economía "real"; menos se le puede atribuir al probable impacto de la debacle de los mercados financieros de Estados Unidos; ni a la oscilación de los precios del petróleo.
En el caso particular del hidrocarburo, su precio va en picada. Desde los 148 dólares el precio del barril alcanzado en el mes de julio, ha pasado a 90 balboas a mediados de septiembre; el 6 de octubre se cotizaba en 87 dólares, el viernes 17 había caído a 71 y posterior a esta fecha, está rondando los 60 dólares el barril. De manera que todo parece indicar que además del factor exógeno, se trata principalmente de un fenómeno interno inducido por la avaricia y la "especulación salvaje" de los agentes económicos que operan en el mercado nacional.
Segundo, si el gobierno persiste en su posición de indolencia hacia los pobres y las capas medias, y no decide intervenir en el mercado -como sí lo hizo el gobierno estadounidense- a objeto de corregir las distorsiones especulativas del mercado de nuestro país, la crisis continuará agravándose hasta alcanzar alturas incontrolables, en circunstancias en que ya la inflación ha remontado el nivel histórico de dos dígitos.
De seguro las dificultades económicas seguirán deteriorando, cada vez más, los escuálidos bolsillos de los panameños, especialmente, el desvencijado ingreso de los ciudadanos de a pie y de las disminuidas capas medias. Sin la intervención estatal la situación social y política continuará agudizándose hasta que, "como un rayo caído en cielo despejado", una eclosión social despierte a los gobernantes del letargo político en que se encuentran. ¡Así de sencilla es la cosa!
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