Los retos de la civilización
- Arnulfo Arias Olivares
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El comercio y la política han sido, en su conjunto, elementos civilizadores de la humanidad. Sin ambos, tan antiguos como la religión misma, estaríamos todavía sacándonos los piojos como los bonobos o aullando en las praderas como lobos. El hombre debe negociar para vivir en sociedad; al margen de que quiera hacerlo o no. Hasta los semáforos son indicadores de la sumisión de voluntades, solo por el bien de la convivencia pacífica. ¿Qué sería de nuestras vidas si la fuerza fuera nuestra ley y no, por el contrario, la ley fuera la fuerza? El homicidio sería la carta de presentación y, como en el Viejo Oeste, el Colt sería el único juez y pacificador de las disputas. Los pueblos más prósperos e inmemoriales en comercio, aprendieron la lección de la concertación desde temprano; y precisamente por eso fueron exitosos. Tomemos por ejemplo a los cartaginenses. Fueron maestros orfebres, transformadores de materia prima en acabada y, sobre todo, sabios en el intercambio comercial. Abrieron las primeras rutas como navegantes en las costas africanas y el mar Atlántico. Hicieron del consenso civilizado una costumbre y una práctica. Llevaban mercancía a las costas, hacia pueblos desconocidos hasta entonces. Fondeaban sus embarcaciones, bajaban y ordenaban sus productos, encendían fuegos para que el humo diera aviso de su presencia y se embarcaban nuevamente a esperar. Los lugareños llegaban a la costa, colocaban oro junto a la mercancía importada y se retiraban sin tocarla. Los cartaginenses inspeccionaban el pago y, si les parecía suficiente, se retiraban satisfechos; pero si les parecía poco, abordaban nuevamente, sin tocar las bolsas de dinero, y esperaban a que sus clientes llegaran a satisfacer la oferta. Intercambio y negociación civilizada entre potenciales enemigos que, posiblemente derramaban sangre en guerras, pero se hermanaban en los intercambios comerciales.
En nuestra política, en nuestra convivencia, puede que haya adversarios; pero nos encontramos todos dentro de la costa estrecha de este Istmo, que nos reclama siempre reconciliación después de cualquier lucha. Estamos en estos momentos en el tiempo de esa reconciliación, tan necesaria para que el país avance. Los sectores que estaban muy acostumbrados a la explotación abierta y franca de la población, como los prestatarios de servicios públicos, tendrán que ceder o perecer, comercialmente. Un "quid pro quo" que balancee lo que se paga a cambio de lo que se recibe debe necesariamente convertirse en denominador común; o deben necesariamente irse, erradicados de la faz del país.
Los tiempos de la tolerancia y mansedumbre han acabado ya; y el sello de esa decisión fue dada con esos brotes tan violentos de poder público, evidenciados el año pasado, no tanto en contra de la mina, sino más bien en contra del abuso del poder, del rechazo de una representación que excedía los límites de lo que el elector había autorizado. La mina en sí fue solo un factor más que colmó nuestra paciencia. En el mismo camino está el servicio público concesionado y nosotros todos nos pondremos a favor de concesiones que respeten el principio de equidad y balance justo en cuanto a suministro. Si el servicio de energía eléctrica resulta deficiente, debe mejorar o cancelarse, hasta que demos con el prestatario que sí respete ese principio básico. Igual debe suceder, pienso yo, con los concesionarios del servicio de telecomunicaciones, que venden celulares y solo cubren áreas fáciles y urbanas. En Penonomé, solo para dar un ejemplo, el servicio de comunicación se hace deficiente desde que se entra al área norte, que es rural por excelencia. Sin embargo, no le advierten al cliente que el servicio será solo parcial y que deben pagar por el mismo aunque no lo reciban a veces. Se entiende el ánimo de lucro, se entiende que las empresas privadas tienen directivas y accionistas, pero deben conformarse, como en tiempos inmemoriales, al ritual de la concertación y del consenso con los consumidores o deben perecer, comercialmente hablando.
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