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Opinión / Luis Najarro, el carbonero de San Salvador

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Anécdotas

Luis Najarro, el carbonero de San Salvador

Publicado 2017/02/14 00:00:00
  • Stanley Heckadon-Moreno/opinion@epasa.com/

“En el pueblo las casas eran dispersas. Estudié nada más que segundo grado. A lo que lo dedicaban los padres a uno era al trabajo. Yo me crié con mi hermano y mi madre, de una edad de cuatro años. De allí para acá lo que nosotros hemos trabajado es la agricultura: maíz, maicillo, frijol y arroz. Así hemos sido criados, a puro esfuerzo. En aquel tiempo ganábamos de jornaleros 25 centavos al día”.

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La crisis del petróleo de 1973 disparó los precios de los hidrocarburos incluyendo el gas de cocinar. Ello incrementó la demanda de leña y carbón, el combustible de los pobres, disparando la deforestación.

En noviembre de 1988 entrevisté a Luis Najarro, campesino del municipio de Rosario Mora, en la Serranía de La Libertad, donde yacen algunas de las cuencas claves que suplen de agua a San Salvador, capital de El Salvador. Había nacido en 1921. Por cuarenta años se había dedicado a hacer carbón para vender a la capital. Esto me comentó de su vida campesina.

“Nací en Rosario Mora cuando era aldea de Panchimalco, pueblo del departamento de San Salvador. Mi papá era de La Paz. Mi madre era nacida en Suchitoto. Tengo 67 años. No estoy casado, pero tengo señora. Hijos no tengo, nada más que tres hembras y un varón”.

“En el pueblo las casas eran dispersas. Estudié nada más que segundo grado. A lo que lo dedicaban los padres a uno era al trabajo. Yo me crié con mi hermano y mi madre, de una edad de cuatro años. De allí para acá lo que nosotros hemos trabajado es la agricultura: maíz, maicillo, frijol y arroz. Así hemos sido criados, a puro esfuerzo. En aquel tiempo ganábamos de jornaleros 25 centavos al día”.

“Como en 1940 un señor carbonero vino y nos inició, que hiciéramos carbón. En esa época, allá en San Salvador, lo utilizaban para planchas de vapor, porque la luz era bastante escasa, y para hacer carne. El pobre era el que más consumía carbón y leña. Usaban, todavía lo usan las dos, leña y carbón. El pobre, como no tiene para tener una estufa de gas, compraba carbón o leña. Por eso para mí, nunca ha decaído la venta”.

“La vida era dura. En ese tiempo la capital era casi como un pueblo, no tenía negocios como ahora. No había transporte de camiones. Los caminos eran demasiado malos. Siempre hacíamos pedazos de milpa. El que trabajaba la milpa producía. Me recuerdo un tiempo se vendía el medio (quintal) de maicillo a 25 centavos”.

“Acá éramos unos 15 que acarreábamos leña a San Salvador y tres carboneros. De aquí, al centro, a Mejicanos, había tres leguas. Nosotros íbamos a vender leña desde aquí en carretas. Llevábamos a San Salvador, por épocas, unas seis veces al año, lo más en verano, de diciembre a enero y febrero, porque era cuando valía un poquito más. De allí caía el precio. La leña, cuando tenía uno su poco y tenía necesidad, se metía en la carreta e íbamos allá. Salíamos a las diez de la noche para llegar a las seis de la mañana a San Salvador. Salía uno con la carreta de casa en casa y le decían 'véndame un colón de leña'”.

“La carretada de cuatrocientas rajas lo más que le veníamos haciendo era veinte colones. El carbón valía dos colones la rede, aquí, la llevábamos al centro y la vendíamos a dos cincuenta. En ese tiempo la madera se podría. Se hacía carbón para no estar de balde”.

“Aquí se dedican, como cinco, al carbón y la leña y a aserrar árboles para madera. De eso vivimos”.

“Uno por necesidad tiene que salir a buscar. Voy a contratar la madera. No es fácil encontrar rápido. Se compra el monte en globo. Llego a las partes que hay madera y les digo que me vendan 'señora, le compro ese monte, ¿cuánto quiere'?. A veces me mandan a avisar 'manda a avisar don fulano que si le compra un poco de madera'? Entonces voy a verla. Si me conviene hacemos el negocio. Le adelanto algo, la seguridad es el dinero alante”.

“Si no se encuentra monte, se compra por pante (término rural salvadoreño para medir una pila de leña, tiene ocho cuartas de largo por ocho de alto). El pante es de ocho cuartas, dos varas de alto. Algunas fincas venden la leña panteada. Cuando hacen una poda y quitan árboles inservibles del medio de la finca, esa leña es la que venden. Entonces me avisan 'hay tantos pantes'”.

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“Yo compro la leña revuelta. Le saco la gruesa que sirve para carbón y la otra para fuego, para leña. Esta es la delgada. El precio varía, primero en base a la voluntad de la persona. Para todo negocio hay individuo que tiene conciencia para vender y otro que no la conoce. Aquí el precio del pante, el que compro, varía entre treinta y sesenta colones. Antes, diez años atrás, valía seis colones y veinte años atrás valía tres colones”.

“El pante tiene la desventaja que, si usté compra diez y se queman bien, vienen dando 40 matates (redes) y si no se queman bien, 20 matates”. 

Antropólogo

 

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