Panamá
Mi amada Frida
Desde el momento que cruzamos la mirada en aquella tarde en su criadero de La Pintada, Frida y yo quedamos profundamente enamorados.
- Jaime Figueroa Navarro/[email protected]
- - Actualizado: 09/3/2023 - 12:00 am

A punto de cumplir 6 años, nació el 2 de marzo del 2017. Le arrebataban las galletas en forma de huesos, las pelotas que remordía hasta desinflarles y las caminatas al alba en la cinta costera de ciudad de Panamá. Dicen que la raza canina que más nos flecha por su cupida personalidad es el bulldog francés.
Desde el momento que cruzamos la mirada en aquella tarde en su criadero de La Pintada, Frida y yo quedamos profundamente enamorados. Durante la travesía camino a casa en la ciudad,
dentro de una cajita sobre las piernas de mi esposa Mayin quien adoptó de inmediato como su mamá, se deleitaba en el frescor del aire acondicionado y no dejaba de obsequiarme aquel ojear de ternera huérfanas tan particularmente suyo, compartiendo desde entonces su lealtad y amor incondicional.
Durante los privilegiados años que juntos compartimos, ya al ocaso de la vida, sin presiones ni responsabilidades, pude dedicarle tiempo, interminables muestras de afecto, jugando hasta el
hastío a lo largo de las caminatas de 10,000 pasos diarios en nuestro patio bellavistino, donde le lanzaba una pelota, otra pelota y así subsiguientemente una docena de pelotas que iba acumulando sobre un muro, admirando su aquílatada energía y sus interminables lamidos sobre mis sudados, salados cachetes, amorosos besitos, muestras de profundo afecto canino, ameliorando la terrible soledad de la prision en que se transformaron los primeros meses de la pandemia de COVID-19 logrando emanar sonrisas y una felicidad casi pueril dentro de mi amarga soledad de prisionero, durante casi un tercio de su vida.
De color cremita y musculosa contextura en su abreviado cuerpo, gozaba de una envidiable energía, indomable personalidad y juguetona turbulencia juvenil hasta que el temible osteosarcoma, cancer terminal de los huesos, cercenó su vitalidad durante las últimas semanas, metamorfizando su personalidad resultado del agudisimo dolor que le afectaba, más no así, la brillantez de sus ojos, a pesar de la pérdida total del apetito, augurando del nefasto desenlace.
Fue Frida parte vital de mi vida. De niño no tuve mascota alguna, aunque me encariñé con Moñi, el collie de mi tía Margot Navarro, suegra del presidente Endara, quien vivió en el apartamento
aledaño de nuestro edificio mientras construían su casa en San Francisco posterior a su vivencia en Estrasburgo, Francia, parte del cuerpo diplomático durante el periodo del presidente Robles a mediados de la época de los sesenta del siglo pasado.
Al recibir la bolsa que contenía la urna con las cenizas de Frida el jueves 2 de marzo, fecha en que hubiese cumplido sus seis años, le acompañaba un pergamino con un profundo mensaje titulado “El Puente del Arcoíris”, que me gustaría compartir.
Hay un puente que queda entre el Paraíso y la Tierra, y se llama el Puente del Arcoíris. Cuando un animal que ha sido especialmente amado por alguien aquí en la tierra, muere, entonces va al Puente del Arcoíris, allí hay valles y colinas para todos , nuestros amigos especiales, para que ellos puedan comer y jugar juntos. Hay mucha comida, agua y sol, y nuestros amigos se encuentran cómodos y al abrigo.
Todos los animales que han estado enfermos o que eran ancianos, recuperan su salud y vigor, aquellos que fueron heridos son sanos y fuertes nuevamente, tal como les recordamos en nuestros
sueños de días y tiempos pasados.
Los animales están felices y contentos, excepto por una cosa: cada uno de ellos extraña a alguien muy especial, alguien que tuvo que dejar atrás. Todos corren y juegan juntos, pero llega un día en
que uno de ellos se detiene de repente y mira a la lejanía. Sus brillantes ojos se ponen atentos, su impaciente cuerpo se estremece y vibra. De repente se aleja corriendo del grupo, volando sobre
la verde hierba, moviendo sus patas cada vez más y más rápido.
Te ha visto, sus almas se encuentran y se envuelven en un abrazo maravilloso, borrando así todo rastro de tristeza o dolor y creando un lazo de amistad profundo que durará por la eternidad.
Aquellos que cruzan el Puente del Arcoíris juntos, no volverán a separarse jamás. Guau, guau, hasta luego amada Frida.
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