Nuevo uniforme de la Policía
Publicado 2002/09/04 23:00:00
La real policía montada del Canadá ostenta hoy día con orgullo el mismo vestido de chaqueta roja correa ancha, pantalón abombado azul y sombrero de ala ancha que la ha distinguido por más de un siglo como la mejor uniformada del mundo. Los famosos "bobbies", como llama cariñosamente el pueblo británico a sus policías, son parte de la adusta personalidad del paisaje londinense y de su país, con su sencillo uniforme negro y singular casco. Francia, en cambio, tiene desde siempre su policía vestida de azul, con gorra de tambor corto templado que la ha caracterizado desde siempre. En Latinoamérica, la policía chilena es quizás la mejor dotada, con su abrigo de color plomo olivo y gorra militar, que ya usaba desde inicios del siglo pasado.
Cierto, "el hábito no hace al monje", "pero ¡cómo ayuda!". En este aspecto, sin ánimo peyorativo alguno, hay que entender que un policía no es un cura de atuendo medieval, ni un estudiante secundario tipo "Artes y Oficios", ni una enfermera vestida de "ángel blanco", ni un abogado de saco y corbata, ni un juez de toga negra y tocado de graduación; y mucho menos una acicalada secretaria. Sería un disparate vestir a un policía de payaso o de guardia de agencia de seguridad. El uniforme no puede estar divorciado de la tarea de quien lo viste; y su inmutabilidad ha de estar condicionada por la proyección institucional que se desea proyectar.
Los curas, que sirven a una organización que carga inalterable dos mil años a cuestas, visten como gala la misma sotana del medievo, símbolo de estabilidad y conservadurismo que le ha permitido sobrevivir el embate de los siglos y de los prodigiosos cambios del mundo. En ese sentido, dan la impresión que todo cambia, salvo la Iglesia, que más bien evoluciona con glacial parsimonia. En sentido contrario, una empresa cualquiera puede cambiar el uniforme de su personal porque vende a su clientela todo lo opuesto, es decir, la dinámica de la renovación constante. Los jóvenes y la moda son un buen ejemplo. Pero los policías son otra cosa.
Un agente del orden exige respeto porque representa la autoridad del Estado en una de sus funciones primarias desde su invención como institución de organización política, la de preservar la paz, la seguridad y el orden público frente a las transgresiones de la ley y las agresiones exteriores. El uniforme verde olivo tiene en ese sentido un bien ganado lugar en la historia y su sola presencia en las calles inspira acatamiento al orden y respeto a la majestad de la autoridad.
Lo hecho a la policía nacional, cambiándole el uniforme de fatiga verde olivo, es un disparate mayúsculo y un irrespeto para con la institución y para la ciudadanía a la que sirve. No sólo son los millones gastados en tan deplorable espectáculo que ofrecen nuestros humildes agentes, es también la apertura de la puerta al pesetero negociado de la renovación del nuevo uniforme que se vende a los agentes mal pagados y pésimamente dotados. La policía requiere instrumentos de trabajo, en la forma de vehículos, armas, entrenamiento, comunicación, informática, no vestidos de boys scout.
Cierto, "el hábito no hace al monje", "pero ¡cómo ayuda!". En este aspecto, sin ánimo peyorativo alguno, hay que entender que un policía no es un cura de atuendo medieval, ni un estudiante secundario tipo "Artes y Oficios", ni una enfermera vestida de "ángel blanco", ni un abogado de saco y corbata, ni un juez de toga negra y tocado de graduación; y mucho menos una acicalada secretaria. Sería un disparate vestir a un policía de payaso o de guardia de agencia de seguridad. El uniforme no puede estar divorciado de la tarea de quien lo viste; y su inmutabilidad ha de estar condicionada por la proyección institucional que se desea proyectar.
Los curas, que sirven a una organización que carga inalterable dos mil años a cuestas, visten como gala la misma sotana del medievo, símbolo de estabilidad y conservadurismo que le ha permitido sobrevivir el embate de los siglos y de los prodigiosos cambios del mundo. En ese sentido, dan la impresión que todo cambia, salvo la Iglesia, que más bien evoluciona con glacial parsimonia. En sentido contrario, una empresa cualquiera puede cambiar el uniforme de su personal porque vende a su clientela todo lo opuesto, es decir, la dinámica de la renovación constante. Los jóvenes y la moda son un buen ejemplo. Pero los policías son otra cosa.
Un agente del orden exige respeto porque representa la autoridad del Estado en una de sus funciones primarias desde su invención como institución de organización política, la de preservar la paz, la seguridad y el orden público frente a las transgresiones de la ley y las agresiones exteriores. El uniforme verde olivo tiene en ese sentido un bien ganado lugar en la historia y su sola presencia en las calles inspira acatamiento al orden y respeto a la majestad de la autoridad.
Lo hecho a la policía nacional, cambiándole el uniforme de fatiga verde olivo, es un disparate mayúsculo y un irrespeto para con la institución y para la ciudadanía a la que sirve. No sólo son los millones gastados en tan deplorable espectáculo que ofrecen nuestros humildes agentes, es también la apertura de la puerta al pesetero negociado de la renovación del nuevo uniforme que se vende a los agentes mal pagados y pésimamente dotados. La policía requiere instrumentos de trabajo, en la forma de vehículos, armas, entrenamiento, comunicación, informática, no vestidos de boys scout.
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