Nuevos presidentes en Colombia y Bolivia
Publicado 2002/07/28 23:00:00
- Isaac Bigio
El 6 y 7 de agosto, Bolivia y Colombia tendrán nuevos presidentes. Ambos serán gobiernos que se enfrenten a significativas y radicalizadas oposiciones y su destino influirá al del continente. Mientras las elecciones colombianas del 26 de mayo arrojaron un claro vencedor y Alvaro Uribe ha tenido más de dos meses para preparar su futura gestión, los comicios bolivianos del 30 de junio no han dado un claro triunfador y aún no se tiene certeza quién será el nuevo mandatario y cuál será su coalición de gobierno. En ambos países hay una tradicional alta abstención, fruto de una desconfianza en el sistema. Sin embargo, en Colombia Uribe ganó en primera vuelta con el 53% de los sufragios válidos, mientras que en Bolivia nadie ha llegado si quiera al cuarto de la votación.
Colombia y Bolivia han votado en direcciones opuestas. En los Andes del norte el descontento fue dirigido hacia un proceso de paz que era acusado de no rendir frutos y Alvaro Uribe ha irrumpido con un mandato claro en favor de imponer mano dura contra la guerrilla colombiana, la más antigua y fuerte del hemisferio. En el altiplano andino lo que ha crecido es la insatisfacción hacia el modelo neoliberal que el MNR y Sánchez de Lozada impusieron desde 1985. Si Uribe y Morales llegaran esa misma semana a la presidencia de sus respectivos países se produciría un significativo choque. Morales está a la izquierda de Chávez y de Lula. Uribe, en cambio, está a la derecha de la mayor parte de los presidentes de la región. Mientras Uribe pide erradicar forzosamente la producción de la coca y propone la militarización para acabar con la guerrilla, Morales es un cocalero que quiere el libre cultivo y comercialización de dicha hoja, y que trabaja y quiere gobernar con líderes que anteriormente organizaron guerrillas. Mientras Uribe busca la ayuda militar norteamericana, Morales ha dirigido manifestaciones violentas contra la DEA y pide la expulsión de las tropas estadounidenses de su país.
Washington ha lanzado su veto contra un eventual gobierno de Evo. Uribe, por el contrario, aparece como el nuevo presidente más a tono con la nueva cruzada antiterrorista pregonada por Bush desde el 11 de septiembre. Mientras la salida esencialmente militar se ha venido imponiendo en Afganistán y Palestina, y está por implementarse en Irak, ésta aún no se había venido desarrollando en relación a los dos principales conflictos armados al sur de los EE.UU. (México y Colombia).
Hasta recientemente en Colombia se buscaba implementar una paz como en Irlanda del Norte, en la cual las FARC (tan amigas del IRA) pudiesen irse incorporando a un sistema que previamente debería auto-reformarse. Tras el bombardeo contra los talibanes, fue creciendo el sector que proponía tomar fuertes acciones contra una guerrilla que era acusada de no querer ir hacia el desarme.
La suerte de las montañas afganas, donde se produce el grueso de la heroína internacional, afectaba directamente a lo que pudiese pasar en las montañas colombianas donde se produce la mayor parte de la cocaína consumida globalmente.
Uribe va a construir una de las administraciones más cercanas a la actual doctrina republicana estadounidense. El promete que potenciará a las fuerzas armadas y policiales colombianas, incrementando su número, armamento y presupuesto, y rodeándolas de un millón de informantes y de 200,000 guardias privados que deberán trabajar con ellos.
Mientras Colombia tendrá una administración fuerte, basada en una mayoría electoral y parlamentaria, y con fuerte apoyo de EE.UU., el nuevo gobierno boliviano nacerá débil y jaqueado por movimientos sociales que se sienten fuertes.
Lo más probable es que Sánchez de Lozada vuelva a la presidencia, pero lo hará teniendo que buscar alianzas parlamentarias con fuerzas tradicionalmente enemigas, y teniendo en frente a un ascenso sindical acostumbrado a organizar bloqueos y huelgas radicalizadas. Sánchez deberá hacer concesiones frente a un grueso del electorado que quisiera que el gas (principal riqueza nacional legal) pase a manos públicas. Mientras escribo estas líneas Oruro está en huelga reclamando que se cumpla la desprivatización de la principal mina de su departamento. Uribe, por lo opuesto, va a continuar con el modelo de libre mercado y de privatizaciones, y la represión antiterrorista será utilizada para consolidar dicho modelo.
La izquierda colombiana quedó tercera en las elecciones con poco más del 5%. Los sindicatos allí no son una fuerza mayoritaria. La guerrilla tiene peso en diversas regiones, pero no cuenta con una masiva aprobación popular. En Bolivia la izquierda sale de su marginalidad apareciendo a la cabeza de sindicatos muy fuertes y con una masiva base social, particularmente en las comunidades y las grandes urbes andinas. Uribe apostará por sacar a Colombia de sus crisis eco-social mediante una administración muy dura que derrote a la subversión armada. En Bolivia, es posible que el nuevo presidente no acabe su mandato quinquenal y que el país pueda entrar en un estallido social. La oposición armada colombiana quisiera una revolución a la cubana, aunque en 40 años no ha podido hacerla. La oposición izquierdista boliviana puede llegar a producir un cuadro donde se repita una revolución espontánea como la ocurrida hace 50 abriles.
Todo indica que tanto Bolivia como Colombia tendrán presidentes afines, los mismos que contarán con el beneplácito de Washington y las instituciones internacionales afines. Sin embargo, ellos tendrán nuevos desafíos y si no logran consolidarse existe el peligro que se vuelva a situaciones como las de los años 1940, donde ambos países conocieron serios estallidos sociales.
Abdiel Abadía sabe que éste no es el mejor trabajo, pero confía en que algún día la proporción de las ganancias cambie un poco a favor de los palancas.
Colombia y Bolivia han votado en direcciones opuestas. En los Andes del norte el descontento fue dirigido hacia un proceso de paz que era acusado de no rendir frutos y Alvaro Uribe ha irrumpido con un mandato claro en favor de imponer mano dura contra la guerrilla colombiana, la más antigua y fuerte del hemisferio. En el altiplano andino lo que ha crecido es la insatisfacción hacia el modelo neoliberal que el MNR y Sánchez de Lozada impusieron desde 1985. Si Uribe y Morales llegaran esa misma semana a la presidencia de sus respectivos países se produciría un significativo choque. Morales está a la izquierda de Chávez y de Lula. Uribe, en cambio, está a la derecha de la mayor parte de los presidentes de la región. Mientras Uribe pide erradicar forzosamente la producción de la coca y propone la militarización para acabar con la guerrilla, Morales es un cocalero que quiere el libre cultivo y comercialización de dicha hoja, y que trabaja y quiere gobernar con líderes que anteriormente organizaron guerrillas. Mientras Uribe busca la ayuda militar norteamericana, Morales ha dirigido manifestaciones violentas contra la DEA y pide la expulsión de las tropas estadounidenses de su país.
Washington ha lanzado su veto contra un eventual gobierno de Evo. Uribe, por el contrario, aparece como el nuevo presidente más a tono con la nueva cruzada antiterrorista pregonada por Bush desde el 11 de septiembre. Mientras la salida esencialmente militar se ha venido imponiendo en Afganistán y Palestina, y está por implementarse en Irak, ésta aún no se había venido desarrollando en relación a los dos principales conflictos armados al sur de los EE.UU. (México y Colombia).
Hasta recientemente en Colombia se buscaba implementar una paz como en Irlanda del Norte, en la cual las FARC (tan amigas del IRA) pudiesen irse incorporando a un sistema que previamente debería auto-reformarse. Tras el bombardeo contra los talibanes, fue creciendo el sector que proponía tomar fuertes acciones contra una guerrilla que era acusada de no querer ir hacia el desarme.
La suerte de las montañas afganas, donde se produce el grueso de la heroína internacional, afectaba directamente a lo que pudiese pasar en las montañas colombianas donde se produce la mayor parte de la cocaína consumida globalmente.
Uribe va a construir una de las administraciones más cercanas a la actual doctrina republicana estadounidense. El promete que potenciará a las fuerzas armadas y policiales colombianas, incrementando su número, armamento y presupuesto, y rodeándolas de un millón de informantes y de 200,000 guardias privados que deberán trabajar con ellos.
Mientras Colombia tendrá una administración fuerte, basada en una mayoría electoral y parlamentaria, y con fuerte apoyo de EE.UU., el nuevo gobierno boliviano nacerá débil y jaqueado por movimientos sociales que se sienten fuertes.
Lo más probable es que Sánchez de Lozada vuelva a la presidencia, pero lo hará teniendo que buscar alianzas parlamentarias con fuerzas tradicionalmente enemigas, y teniendo en frente a un ascenso sindical acostumbrado a organizar bloqueos y huelgas radicalizadas. Sánchez deberá hacer concesiones frente a un grueso del electorado que quisiera que el gas (principal riqueza nacional legal) pase a manos públicas. Mientras escribo estas líneas Oruro está en huelga reclamando que se cumpla la desprivatización de la principal mina de su departamento. Uribe, por lo opuesto, va a continuar con el modelo de libre mercado y de privatizaciones, y la represión antiterrorista será utilizada para consolidar dicho modelo.
La izquierda colombiana quedó tercera en las elecciones con poco más del 5%. Los sindicatos allí no son una fuerza mayoritaria. La guerrilla tiene peso en diversas regiones, pero no cuenta con una masiva aprobación popular. En Bolivia la izquierda sale de su marginalidad apareciendo a la cabeza de sindicatos muy fuertes y con una masiva base social, particularmente en las comunidades y las grandes urbes andinas. Uribe apostará por sacar a Colombia de sus crisis eco-social mediante una administración muy dura que derrote a la subversión armada. En Bolivia, es posible que el nuevo presidente no acabe su mandato quinquenal y que el país pueda entrar en un estallido social. La oposición armada colombiana quisiera una revolución a la cubana, aunque en 40 años no ha podido hacerla. La oposición izquierdista boliviana puede llegar a producir un cuadro donde se repita una revolución espontánea como la ocurrida hace 50 abriles.
Todo indica que tanto Bolivia como Colombia tendrán presidentes afines, los mismos que contarán con el beneplácito de Washington y las instituciones internacionales afines. Sin embargo, ellos tendrán nuevos desafíos y si no logran consolidarse existe el peligro que se vuelva a situaciones como las de los años 1940, donde ambos países conocieron serios estallidos sociales.
Abdiel Abadía sabe que éste no es el mejor trabajo, pero confía en que algún día la proporción de las ganancias cambie un poco a favor de los palancas.
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