Para qué se entra en la Universidad
Publicado 2003/01/27 00:00:00
- Diego Domínguez Caballero
1- Se entra en la Universidad para adquirir educación. Esto es claro y tajante. Sin embargo, es posible obtener educación sin asistir a la Universidad. Sócrates, Shakespeare, Cervantes, Lincoln, Franklin, Sarmiento, Rubén Darío, y entre nosotros, Ricardo Miró, Amelia Denis de Icaza, Gil Blas Tejeira, no se graduaron en la Universidad. La enumeración de las personalidades mencionadas no fundamenta un argumento, ni son un testimonio en contra de la entrada en la Academia. Todos ellos son admirable y noble excepción -talentos y genios- que confirman la regla. Es la Universidad la que nos disciplina intelectualmente y nos ayuda en nuestro afán por perfeccionarnos, física y espiritualmente.
No obtienen educación quienes, aunque matriculados en la Universidad, carecen de auténtico interés e inquietud intelectual. Tampoco se logra la debida disciplina académica si los cursos y asignaturas no están reglamentados, en un preciso horario de estudio, trabajo y recreo. Podemos ingresar en los predios académicos y matricularnos sin que logre calar en nosotros aquello que es objetivo y fin de la formación integral: entramos físicamente en el campus universitario, pero espiritualmente, la Universidad no entra en nosotros.
2- Sólo hay una razón legítima e indiscutible para ingresar en la Universidad: lograr en nuestra individualidad la formación espiritual de la persona humana.
La Universidad, esto es menester recalcarlo, sólo puede ir señalando caminos y derroteros. Es impotente y nada puede hacer si el estudiante se desvía de la ruta señalada y, tozudamente, se planta en sus prejuicios e intereses individuales. Es inútil enseñar la técnica y principios de la natación si el presunto nadador no se tira al agua y trata de dominar, por él mismo, el líquido elemento. En educación es condición esencial la actividad, afán y entusiasmo del mismo educando.
3- Cuando se habla de educación es preciso apuntar lo siguiente: reglas y medidas nos indican cómo amaestrar un animal; cómo adiestrar a un hombre para un particular oficio. Nadie sabe, exactamente, cómo educar a un hombre.
El motivo de la Universidad no puede, ni debe ser el amaestramiento, ni el adiestramiento. El objetivo a que apunta el adiestramiento es competencia en un oficio determinado; un abogado diestro en defender pleitos; un ingeniero competente en construir puentes y caminos; una dietética debidamente informada de los alimentos y viandas que convienen al cuerpo humano; y, asimismo, con las diversas profesiones y oficios.
La mira de la educación va más allá de la preparación estrictamente profesional o del adiestramiento en una particular actividad. Se trata y esto es menester destacarlo, del conocimiento personal de lo que somos en tanto seres humanos y, asimismo, de nuestra posibilidad de entendimiento y diálogo con los otros seres humanos; del entorno que nos rodea y de nuestro personal puesto y misión en el universo.
4- Somos seres mortales, homo viator = viajero, que debemos convivir con otros seres semejantes en el espacio vital que nos ha sido asignado, en el tiempo fugaz de nuestra existencia. El hombre sólo es suspiro y sombra, nos dice Sófocles. Y, a pesar de esta transitoriedad de la criatura humana, captar nuestro ser y nuestra responsabilidad es de importancia vital para todos y cada uno de nosotros.
El hombre educado entiende a cabalidad su circunstancia y momento. Su existencia, en la brevedad apuntada por Sófocles, adquiere sentido y norte; se percata de su posición en el mundo y es consciente de sus deberes y derechos como persona humana o como individuo social.
El hombre educado tiene esa virtud que los escolásticos denominaban prudencia; sabe juzgar con cuidado; sus acciones son ponderadas y juiciosas- La Universidad, ella sola, no puede producir este ejemplar de hombre educado. Es una labor, reiteramos, en la cual ha de participar activa, decidida y plenamente, el mismo educando.
5- Nuestra primordial actitud como estudiantes: debe animarnos la fe en la educación, con ella aprenderemos a ser hombres, en el sentido radical de la palabra. Este valioso aprendizaje no nos viene de fuera solamente -lo leído en los libros o escuchado y discutido con los profesores- debe surgir de nuestro interior, de nuestra reflexión y meditación; de la mismidad de nuestro ser. Aprendemos a ser humanos en la medida en que nos humanizamos. La educación es un proceso que no termina con el acto de graduación y la entrega de los respectivos diplomas; continúa hasta el final de nuestra vida. Mantendremos la existencia y la energía espiritual, mientras continuemos aprendiendo: estudiando, observando y analizando la realidad de nuestro ser en el mundo.
6- Anotemos otro aspecto de la misma cuestión. El propósito y fin de la educación universitaria no radica, unilateralmente, en obtener pericia en una determinada profesión, para conseguir un buen empleo; o escalar cierto grado en la escala social; o tener título que, delante de nuestro nombre, nos confiera prestigio y respeto.
La educación básica y esencial que debe impartir la institución universitaria, para impedir se la convierta en un frío taller de autómatas, concierne a todo trabajo y toda profesión. Suceda lo que suceda el futuro universitario sabrá enfrentarse a cualquier situación que le plantee la existencia con una actitud comprensiva, racional y humana. Esto último es el motivo por el que alienta la Universidad. Por lo expresado hasta ahora, en la Universidad es necesario distinguir la capacitación profesional y la formación humanística. Con la capacitación profesional seremos útiles y obtendremos los debidos medios económicos para subsistir y disfrutar materialmente de nuestro efímero tránsito por el mundo. Con la formación personal nos conoceremos a nosotros mismos; liberaremos la mente humana de fanatismos, dogmas y prejuicios; y lograremos dialogar y cambiar ideas con los demás seres humanos, en la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza.
7- Debemos comprender que la educación es una necesidad indemorable en nuestra República: tenemos la fundamental urgencia, como nación, de una ciudadanía debidamente educada.
El éxito democrático depende, en buena parte, del conocimiento y de la sabiduría de los ciudadanos.
Y sabiduría es la capacidad del ser humano de escoger lo mejor; y ello se logra como producto de una auténtica formación humanística; una mente liberada, disciplinada y bien informada.
El propósito de la educación general es, precisamente, unir la instrucción recibida en la escuela primaria y el nivel secundario con la profesionalización universitaria.
Se prepara el joven para que pueda enfrentarse a los problemas personales y sociales que plantea toda democracia.
Formar, a través de la educación general, al futuro ciudadano de la nación democrática.
8- Docentes y educandos debemos de cuidarnos del adoctrinamiento.
El sentido actual, y en él utilizamos el vocablo mencionado, significa infundir con ahínco en el ánimo del individuo una idea, un concepto o una determinada doctrina. Se trata, pura y sencillamente, de persuadir para que nuestro interlocutor consienta en algo que a uno le interesa individualmente. Por ello la crítica racional al adoctrinamiento, que lleva al fanatismo e impide el libre examen y la propia opinión.
Educar no es infundir o convencer para lograr la aceptación de determinadas ideas o creencias.
Educar es liberar la mente para que ella se decida, libremente, entre las distintas ideas y creencias. Enseñar al estudiante el camino al razonamiento y del pensamiento libre; que tenga, como afirma Descartes, una opinión propia. Se trata de que el estudiante -además de esa capacidad razonadora acabada de señalar- esté preparado, emocionalmente, para apreciar y disfrutar los resultados de la actividad creadora en la ciencia y en las artes. Tener ideas, conceptos y principios con los cuales pueda hacer inteligible, dentro de los humanos límites, el análisis y comprensión de nuestra realidad. No se trata de un sofístico manipular de palabras sino de la disciplina mental y emotiva que muestre, claramente, la relación de las palabras, del lenguaje, con las ideas, las cosas y las personas.
9- Por muy suntuosos y esplendorosos, los edificios, no constituyen lo esencial de la Universidad. En los primeros lugares donde se destiló la sabiduría; esa sabiduría de la que ha bebido toda la humanidad, no necesitaron de grandes edificaciones. Fue bajo los árboles, un jardín, una esquina cualquiera, fue el rincón de un mercado donde encontramos a Sócrates, unión maravillosa de una mente altamente especulativa con un amor apasionado por la verdad -indicándonos los caminos de esa sabiduría. Es deseable y en extremo conveniente que la Universidad tenga buenos edificios pero, ellos solos, no hacen la Universidad.
10- Un título universitario, en sí, no significa gran cosa. Puede o no ser la credencial de que su portador está educado. Desdichadamente, a veces, puede tener el aval de una patente de corso. El verdadero valor de un título universitario no está en el diploma reluciente, sino en la sapiencia y calidad humana del que lo recibe. El prestigio de la Universidad reside y está comprometido por su capacidad para producir mentes especulativas, disciplinadas e inquiridoras; y el lograr la formación de espíritus nobles y de humana excelencia.
11- Reiteramos. Tenemos el deber y el derecho, en tanto personas, de ser conscientes de nuestro ser individual y del puesto que nos corresponde en el mundo y en la historia. El hombre educado se conoce a sí mismo, conoce su espacio y conoce su entorno. El hombre educado conoce los principios del arte y la literatura; de la ética, de la política y de la ley; de la filosofía y de la religión; tiene las debidas nociones científicas del mundo que lo rodea. Posee una capacidad disciplinada que lo ayuda a distinguir lo bueno de lo malo; lo feo de lo bello; lo trivial de lo importante. Sus gustos se han afinado y tiene el hábito y la capacidad de pensar de manera ética y lógica. Para esto se entra en la Universidad: para ser un hombre en el sentido auténtico, moral y esencial de la palabra.
No obtienen educación quienes, aunque matriculados en la Universidad, carecen de auténtico interés e inquietud intelectual. Tampoco se logra la debida disciplina académica si los cursos y asignaturas no están reglamentados, en un preciso horario de estudio, trabajo y recreo. Podemos ingresar en los predios académicos y matricularnos sin que logre calar en nosotros aquello que es objetivo y fin de la formación integral: entramos físicamente en el campus universitario, pero espiritualmente, la Universidad no entra en nosotros.
2- Sólo hay una razón legítima e indiscutible para ingresar en la Universidad: lograr en nuestra individualidad la formación espiritual de la persona humana.
La Universidad, esto es menester recalcarlo, sólo puede ir señalando caminos y derroteros. Es impotente y nada puede hacer si el estudiante se desvía de la ruta señalada y, tozudamente, se planta en sus prejuicios e intereses individuales. Es inútil enseñar la técnica y principios de la natación si el presunto nadador no se tira al agua y trata de dominar, por él mismo, el líquido elemento. En educación es condición esencial la actividad, afán y entusiasmo del mismo educando.
3- Cuando se habla de educación es preciso apuntar lo siguiente: reglas y medidas nos indican cómo amaestrar un animal; cómo adiestrar a un hombre para un particular oficio. Nadie sabe, exactamente, cómo educar a un hombre.
El motivo de la Universidad no puede, ni debe ser el amaestramiento, ni el adiestramiento. El objetivo a que apunta el adiestramiento es competencia en un oficio determinado; un abogado diestro en defender pleitos; un ingeniero competente en construir puentes y caminos; una dietética debidamente informada de los alimentos y viandas que convienen al cuerpo humano; y, asimismo, con las diversas profesiones y oficios.
La mira de la educación va más allá de la preparación estrictamente profesional o del adiestramiento en una particular actividad. Se trata y esto es menester destacarlo, del conocimiento personal de lo que somos en tanto seres humanos y, asimismo, de nuestra posibilidad de entendimiento y diálogo con los otros seres humanos; del entorno que nos rodea y de nuestro personal puesto y misión en el universo.
4- Somos seres mortales, homo viator = viajero, que debemos convivir con otros seres semejantes en el espacio vital que nos ha sido asignado, en el tiempo fugaz de nuestra existencia. El hombre sólo es suspiro y sombra, nos dice Sófocles. Y, a pesar de esta transitoriedad de la criatura humana, captar nuestro ser y nuestra responsabilidad es de importancia vital para todos y cada uno de nosotros.
El hombre educado entiende a cabalidad su circunstancia y momento. Su existencia, en la brevedad apuntada por Sófocles, adquiere sentido y norte; se percata de su posición en el mundo y es consciente de sus deberes y derechos como persona humana o como individuo social.
El hombre educado tiene esa virtud que los escolásticos denominaban prudencia; sabe juzgar con cuidado; sus acciones son ponderadas y juiciosas- La Universidad, ella sola, no puede producir este ejemplar de hombre educado. Es una labor, reiteramos, en la cual ha de participar activa, decidida y plenamente, el mismo educando.
5- Nuestra primordial actitud como estudiantes: debe animarnos la fe en la educación, con ella aprenderemos a ser hombres, en el sentido radical de la palabra. Este valioso aprendizaje no nos viene de fuera solamente -lo leído en los libros o escuchado y discutido con los profesores- debe surgir de nuestro interior, de nuestra reflexión y meditación; de la mismidad de nuestro ser. Aprendemos a ser humanos en la medida en que nos humanizamos. La educación es un proceso que no termina con el acto de graduación y la entrega de los respectivos diplomas; continúa hasta el final de nuestra vida. Mantendremos la existencia y la energía espiritual, mientras continuemos aprendiendo: estudiando, observando y analizando la realidad de nuestro ser en el mundo.
6- Anotemos otro aspecto de la misma cuestión. El propósito y fin de la educación universitaria no radica, unilateralmente, en obtener pericia en una determinada profesión, para conseguir un buen empleo; o escalar cierto grado en la escala social; o tener título que, delante de nuestro nombre, nos confiera prestigio y respeto.
La educación básica y esencial que debe impartir la institución universitaria, para impedir se la convierta en un frío taller de autómatas, concierne a todo trabajo y toda profesión. Suceda lo que suceda el futuro universitario sabrá enfrentarse a cualquier situación que le plantee la existencia con una actitud comprensiva, racional y humana. Esto último es el motivo por el que alienta la Universidad. Por lo expresado hasta ahora, en la Universidad es necesario distinguir la capacitación profesional y la formación humanística. Con la capacitación profesional seremos útiles y obtendremos los debidos medios económicos para subsistir y disfrutar materialmente de nuestro efímero tránsito por el mundo. Con la formación personal nos conoceremos a nosotros mismos; liberaremos la mente humana de fanatismos, dogmas y prejuicios; y lograremos dialogar y cambiar ideas con los demás seres humanos, en la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza.
7- Debemos comprender que la educación es una necesidad indemorable en nuestra República: tenemos la fundamental urgencia, como nación, de una ciudadanía debidamente educada.
El éxito democrático depende, en buena parte, del conocimiento y de la sabiduría de los ciudadanos.
Y sabiduría es la capacidad del ser humano de escoger lo mejor; y ello se logra como producto de una auténtica formación humanística; una mente liberada, disciplinada y bien informada.
El propósito de la educación general es, precisamente, unir la instrucción recibida en la escuela primaria y el nivel secundario con la profesionalización universitaria.
Se prepara el joven para que pueda enfrentarse a los problemas personales y sociales que plantea toda democracia.
Formar, a través de la educación general, al futuro ciudadano de la nación democrática.
8- Docentes y educandos debemos de cuidarnos del adoctrinamiento.
El sentido actual, y en él utilizamos el vocablo mencionado, significa infundir con ahínco en el ánimo del individuo una idea, un concepto o una determinada doctrina. Se trata, pura y sencillamente, de persuadir para que nuestro interlocutor consienta en algo que a uno le interesa individualmente. Por ello la crítica racional al adoctrinamiento, que lleva al fanatismo e impide el libre examen y la propia opinión.
Educar no es infundir o convencer para lograr la aceptación de determinadas ideas o creencias.
Educar es liberar la mente para que ella se decida, libremente, entre las distintas ideas y creencias. Enseñar al estudiante el camino al razonamiento y del pensamiento libre; que tenga, como afirma Descartes, una opinión propia. Se trata de que el estudiante -además de esa capacidad razonadora acabada de señalar- esté preparado, emocionalmente, para apreciar y disfrutar los resultados de la actividad creadora en la ciencia y en las artes. Tener ideas, conceptos y principios con los cuales pueda hacer inteligible, dentro de los humanos límites, el análisis y comprensión de nuestra realidad. No se trata de un sofístico manipular de palabras sino de la disciplina mental y emotiva que muestre, claramente, la relación de las palabras, del lenguaje, con las ideas, las cosas y las personas.
9- Por muy suntuosos y esplendorosos, los edificios, no constituyen lo esencial de la Universidad. En los primeros lugares donde se destiló la sabiduría; esa sabiduría de la que ha bebido toda la humanidad, no necesitaron de grandes edificaciones. Fue bajo los árboles, un jardín, una esquina cualquiera, fue el rincón de un mercado donde encontramos a Sócrates, unión maravillosa de una mente altamente especulativa con un amor apasionado por la verdad -indicándonos los caminos de esa sabiduría. Es deseable y en extremo conveniente que la Universidad tenga buenos edificios pero, ellos solos, no hacen la Universidad.
10- Un título universitario, en sí, no significa gran cosa. Puede o no ser la credencial de que su portador está educado. Desdichadamente, a veces, puede tener el aval de una patente de corso. El verdadero valor de un título universitario no está en el diploma reluciente, sino en la sapiencia y calidad humana del que lo recibe. El prestigio de la Universidad reside y está comprometido por su capacidad para producir mentes especulativas, disciplinadas e inquiridoras; y el lograr la formación de espíritus nobles y de humana excelencia.
11- Reiteramos. Tenemos el deber y el derecho, en tanto personas, de ser conscientes de nuestro ser individual y del puesto que nos corresponde en el mundo y en la historia. El hombre educado se conoce a sí mismo, conoce su espacio y conoce su entorno. El hombre educado conoce los principios del arte y la literatura; de la ética, de la política y de la ley; de la filosofía y de la religión; tiene las debidas nociones científicas del mundo que lo rodea. Posee una capacidad disciplinada que lo ayuda a distinguir lo bueno de lo malo; lo feo de lo bello; lo trivial de lo importante. Sus gustos se han afinado y tiene el hábito y la capacidad de pensar de manera ética y lógica. Para esto se entra en la Universidad: para ser un hombre en el sentido auténtico, moral y esencial de la palabra.
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