Ser panameño
Patria mía sin cadenas
- Rainer Tuñón C./opinion@epasa.com/
¿Qué es ser panameño? Don Eduardo Maduro nos enseñó que era vivir en un "suelo grato, encantador"; Hersilia Ramos de Argote nos inspiraba al hacer entender que ser panameño es querer a la amada tierra, con sus hombres y mujeres, sus niños bulliciosos y sus pájaros cantores. Ese sentir panameño es el que hace que fuera de nuestras fronteras se piense como si fuésemos verso vivo de un poema de Gaspar Octavio Hernández, Ricardo Miró, Carlos Francisco Changmarín, Amelia Denis de Icaza, Diana Morán, Bertalicia Peralta u otro insigne panameño.
Érase una vez un país lleno de abundancia, tolerante, alegre, caracterizado por el gozo pleno de un estado de bonanza, respeto y entendimiento de las diferencias y culturas que colaboraban día a día a engrandecer su territorio geográfico en el gran concierto de naciones que progresan. Recuerdo vivir en un país en donde algunos términos no eran parte de nuestro vocabulario; no por ignorancia ante sus respectivas definiciones, no por desconocimiento de sus interpretaciones. Eran palabras que, para una comunidad imperfecta, pero equilibrada por sus propias diferencias, no cabían en esta noble tierra.
Sin duda, eran buenos días de infancia y la juventud en las canchas deportivas o por las áreas de entretenimiento, no se etiquetaba al prójimo por su lugar de origen, lo que importaba era si podía convivir en armonía y esperando caminar juntos.
Veo cómo cambian los tiempos, y poco a poco, entre tanta provocación de propios y extraños, Panamá evidencia ser una tierra abundante de intolerantes, xenófobos, misóginos, pseudo etnocentristas, fascistoides, racistas, prepotentes, ignorantes, burdos, mentirosos, gente que no se atreve a salir de su propio clóset, odiosos, proclives a la violencia extrema, miedosos, pueriles, cómodos, ratas, homofóbicos, en fin… un país atestado de gente que no parece ser panameña.
¿Qué es ser panameño? Don Eduardo Maduro nos enseñó que era vivir en un "suelo grato, encantador"; Hersilia Ramos de Argote nos inspiraba al hacer entender que ser panameño es querer a la amada tierra, con sus hombres y mujeres, sus niños bulliciosos y sus pájaros cantores.
Ese sentir panameño es el que hace que fuera de nuestras fronteras se piense como si fuésemos verso vivo de un poema de Gaspar Octavio Hernández, Ricardo Miró, Carlos Francisco Changmarín, Amelia Denis de Icaza, Diana Morán, Bertalicia Peralta u otro insigne panameño. Se trata de siempre querer y ser grande como Panamá, cada día que pasa, en compañía de gente que convive y respeta las culturas, las tradiciones y los grupos étnicos que coexisten en nuestra babel de sancocho, hampao, ladopsomo, pizza, shawarma y paella valenciana.
Ser panameño es cantar con alegría el himno nacional como en se hizo a estadio lleno, vestidos de rojo, blanco y azul, sin que importe distinguir si alguna voz que canta con fervor proviene de algún maldito rincón del planeta, pues ese cantor vive en Panamá y siente la alegría en nuestro país.
Lo panameño se lleva en la sangre y el corazón, no en las cadenas que buscan aparente solidaridad o muestras de respaldo al desprecio. El panameño no necesita doctrinas de falso apego a lo nacional; requiere que damas y caballeros superemos retrógrados paradigmas y vivamos la magia de nuestro sentido patrio, aquel que se sale de los poros cada mes de noviembre, aquel que revive sacando lo mejor de las diferencias y mostrando la sonrisa digna del que mira hacia adelante con espíritu de servir a noble y pujante nación.
Periodista

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