Personalidad, servilismo y los valores
- Paulino Romero C. (opinion@epasa.com)
En el orden de la vida espiritual uno de los valores supremos es la personalidad. Llegar a forjarse una personalidad, alimentarla, defenderla, fortificarla, son tareas del mayor interés espiritual. Pero ¿qué es la personalidad? Para los fines de esta discusión la definiremos apresuradamente como la superación del estado meramente biológico individual, que linda con la animalidad, estructurando por encima de aquel estado una figura espiritual uniforme, con meta definida y propósito de dignidad. Cuando un hombre ha logrado esto, ya puede decirse de él que tiene personalidad.
Lugar preponderante tienen en esta figura que es la personalidad los fines supremos de la vida. De la vida individual y social: porque la “persona” es una entidad social, y la “personalidad” una superación de esa entidad acentuando lo individual para servir mejor lo social.
Cuando un individuo empieza a proclamar la necesidad de renunciar a esa integridad moral y psicológica que es la personalidad, cuando empieza a desgranar argumentos lógicos a favor de la tesis esclavista, que comienza por ser colectivista para terminar en la apoteosis de un caudillo (encarnación de aquella colectividad), cuando invita y persuade a los demás para que se pongan en la
bien definida situación de servicio, al amparo de un hombre providencial, entonces ya podemos señalarlo como un invertido axiológico: su estimación de los valores es la inversa.
Este es el servil ideológico, el servil de los argumentos, de los discursos. Es el teórico del servilismo. No es muy abundante este tipo de serviles, pero por desgracia es poderosa su acción. El servilismo teorizado que profesan es bastante para acabar de penetrar a los incapaces y a los cobardes, generalmente tímidos e indecisos, a quienes solo les falta una idea clara, fuerte, para convertir en alegría su vergüenza.
Por eso es que los serviles ideológicos son tan afortunados en la búsqueda de razones. Y como generalmente son personas de talento, que pronto se dan cuenta del desnivel en que se encuentran con respecto a los teóricos de la personalidad, hacen uso fructífero de sus argumentos y se arman de un entusiasmo vibrante, hasta... ¡revolucionario!
Y hay que ver entonces el espectáculo que da esa masa de incapaces, cobardes e invertidos bajo el soplo arrollador de un discurso perfectamente lógico y hondamente retórico acerca de un hombre poderoso, ¡de su César! El servilismo entonces, de condición baja, se sube espumante como la cerveza, y una ola de satisfacción, de dicha, de triunfo, se estampa en las caras del rebaño.
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