Panamá
Por amor al arte
- Alonso Correa
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Mil vidas puestas bajo los focos de centenares de pupilas observando. Moldear la roca hasta convertirla en carne y tela. Sentimientos vulcanizados por el peso de lo que es estético y bello. Esto es el arte. Una brisa divina en la monotonía de la vida. Rozar, aunque sea por un breve instante, la cúpula celestial y caer hasta lo más profundo en un orgásmico vals de éxtasis.

Ondas de ritmo chocan las paredes del ayer. Manchas de aceites y pigmentos sobre piezas de tela. Líneas de carbón sobre pulpa de madera y hojas. Inmortalizaciones de momentos. Fonogramas impresos sobre una hoja recreando infinitos universos. Gotas de amor y odio escondidos entre los matorrales de siete palabras.
Mil vidas puestas bajo los focos de centenares de pupilas observando. Moldear la roca hasta convertirla en carne y tela. Sentimientos vulcanizados por el peso de lo que es estético y bello. Esto es el arte. Una brisa divina en la monotonía de la vida. Rozar, aunque sea por un breve instante, la cúpula celestial y caer hasta lo más profundo en un orgásmico vals de éxtasis. Eso es el arte.
Esta expresión de la más sublime porción de nuestro ser era la conjunción de aquello que nos forma. De lo masculino y de lo femenino. La suma de ambas mitades. Expresión e inspiración. Reflejos de la amable reacción ante la hermosura. Recuerdos de un sol que dejó empañadas las ventanas con su miel. Eso era el arte. La más precisa alianza del poder y querer de la humanidad. Eso era el arte. El arca de la alianza entre lo astral y lo físico. La demostración más cumplida de la capacidad humana de amar. Eso era el arte.
Hasta que empezó a prostituirse, dejándose abusar por el mejor postor. Bailando por cuatro monedas y manteniéndose dentro de los límites impuestos por el populacho. Eso es el arte.
Herramienta dorada de aristócratas para esconder dentro de las cáscaras vacías de lo que fue las piezas de su poder. Jarrones de plástico inmundo que destrozan con su vil apariencia aquello que de verdad importa. Cadenas bañadas en oro, diamantes coloreados de escarcha y plumas de pavo real recubren la odiosa existencia de lo obsceno sobre lo valioso. Lo soez, lo idiota, lo simple, lo repetitivo, lo pomposo es lo que consumen las masas ahora. Réplicas perfectas de un molde creado para la venta. Se perdió la esencia de la vida, ya no hay poesía en los días de lluvia. Todo se ha convertido en una aleación verde que restriega sobre la cara del público una serie de valores mezquinos y estúpidos. Eso es el arte. Y es que la corrupción de tal etéreo concepto ha llegado junto a la fobia de quedarse solo con uno mismo.
El miedo a sentir el demoledor peso de una fracción de segundo y quedarse cegado ante la brillante realidad de tener que acompañarte sin la ayuda de las distracción más fútil e innecesaria. Perderse en el bosque del ahora y avergonzarte de no tener el reluciente escudo de lo virtual. Ahora se busca la sobreexcitación constante, la asfixia de emociones día y noche, que no quede rastro de la visceral y aburrida vida. Ya no hay un momento natural, solo intentos fallidos. Y es normal que ya no existan estos instantes porque ya no nos interesa mantener el abultado poder de algo bello; es mejor, más sencillo y más económico el arte de usar y tirar. Eso es el arte.
Hasta que no retorne el aprecio por el ahora, el reconocimiento de los clásicos, la vuelta de lo estético y la pérdida del miedo a la realidad seguiremos estando envuelto en esta bacanal de lo ordinario, una orgía de lo grosero. Encerrados en este ciclo, sucio y depravado, de ir en contra de la corriente siguiendo la guía y las pautas de la corriente misma. Hace falta una renovación, un renacimiento, una implosión que solo se logrará apartando el miedo y la censura de este tan complicado ejercicio humano.
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