Ricardo J. Alfaro, el hombre y su obra
Publicado 2005/10/16 23:00:00
- San José
Su contribución a la patria y al mundo surgían de su propia mente y corazón.
AL CONMEMORAR el sexagésimo aniversario de la fundación de la Organización de las Naciones Unidas, los panameños debemos recordar muy especialmente al Doctor Ricardo J. Alfaro, puesto que él fue uno de los constructores de dicha institución sin la cual nuestro mundo contemporáneo sería menos próspero y más peligroso de lo que es.
Ricardo J. Alfaro nació en 1882, 21 años antes de que Panamá declarara su independencia de Colombia. Y murió en 1971, en el tercer año del período más traumático y controvertido de nuestra historia nacional. Él, que vivió como joven adulto el 3 de noviembre, nunca tuvo dudas de que ese día los panameños hubiéramos forjados nuestra independencia y no una simple separación de Colombia como lo sugirió el ex presidente colombiano Alfonso López Michelsen.
El historiador Carlos Manuel Gasteazoro, maestro de la historiografía panameña moderna, en su obra El pensamiento de Ricardo J. Alfaro: Estudio introductorio y antología, resumió la vida de Alfaro magistralmente en estos términos: "Pocas figuras en la historia republicana han sido tan ricas en experiencias y en saberes como la de Ricardo J. Alfaro. Un inmenso inventario de cargos burocráticos, un sinnúmero de nombramientos, honores y condecoraciones de sociedades académicas en países de América y Europa, un magisterio nacional e internacional en el que fue, en todo momento, un ejemplo de disciplina intelectual y un innovador de las materias que le tocó enseñar; diplomático con entereza moral, patriotismo y apego a una realidad en que no ahorraba esfuerzos para interpretarla, son los rasgos más resaltantes de su personalidad polifacética. Agreguemos también una sólida vocación política que lo llevó hasta el solio presidencial a la par que altivez en las lides internacionales de las que no puede separarse su subyugante gallardía espiritual".
La escritora panameña Gloria Guardia de Alfaro en su muy útil Curriculum Vitae, Dr. Ricardo J. Alfaro, 1882- 1971, identificó los diversos cargos que ocupó el Dr. Alfaro y que marcaron su carácter de panameño y humanista. Mencionó, 99 cargos que habría ocupado, entre otros: Subsecretario de Gobierno y Relaciones 1905-1908, Cónsul de Panamá en Barcelona 1908, Miembro de la Comisión Codificadora de la República con encargo de redactar el Código Judicial 1913-1916, Secretario Gobierno y Justicia, en diversas ocasiones encargado de Relaciones Exteriores 1918-1922, y 1933-1936, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Panamá en los EU 1924-1930, elegido Primer Designado en 1928, de acuerdo con la fórmula constitucional que se adoptó al inicio de la República para hacer posible el entendimiento de las principales fuerzas políticas del país, y Presidente de la República en 1931-1932.
Dicho sea de paso, la Constitución de 1904 fue acogida mayoritariamente por su moderación que la hizo aceptable a conservadores y a liberales, como también a quienes podían discrepar de ambos.
El más erudito de nuestros constitucionalistas actuales, Doctor Jorge Fábrega Ponce, considera que la Constitución de 1904 "cumplió su cometido", aunque define su base como más individualista que social. Añade que el pasaje del tiempo y el cambio en las teorías jurídicas erosionaron su eficacia. De allí surgieron tendencias reformistas que se hicieron sentir sobre todo en la década de los 20 y de los 30. Algunas abogando por cambios parciales mientras otras argumentaban a favor de un cambio total. El Doctor Arnulfo Arias Madrid, cuya participación en el derrocamiento del Presidente Florencio Harmodio Arosemena fue notoria, quiso responder a estas tendencias reformistas de la Constitución de manera más bien radical. En cuanto al método de cambiar la Constitución recurrió a un referéndum, que arrojó un muy cuestionable 98.73% a favor del cambio; en cuanto a su contenido, si bien incluyó medidas progresistas y de avanzada, se caracterizó lamentablemente por un fortalecimiento del presidencialismo, una tendencia hacia el autoritarismo y un innegable racismo.
Cuando en 1945 se planteó la necesidad de sustituir la Constitución de 1941 por una que fuera a la vez social y democrática, se le encomendó al Doctor Ricardo J. Alfaro en compañía de los doctores José Dolores Moscote y Eduardo Chiari, la preparación de un anteproyecto que sirviera de base al trabajo de la Constituyente. Cabe mencionar que desde 1903 hasta la Constitución de 1946, el pueblo panameño había tenido sólo dos experiencias de elecciones válidas por su libertad y su transparencia: la que presidió el Dr. Alfaro en 1932 y la que dio eligió a la Asamblea Constituyente en 1945.
La Constitución de 1946 a la que tanto contribuyó el Dr. Alfaro como los otros dos comisionados, ha sido considerada como la mejor Constitución que haya tenido nuestra República, por su método de elaboración, por la pureza de la elección de la Asamblea Constituyente y por el equilibrio de los Órganos del Estado que estableció. De esta manera, Alfaro y los otros dos comisionados lograron reorientar la vida constitucional panameña hacia un texto que expresaba un amplio consenso y cuya moderación no impidiera avances significativos en el campo del derecho social. Esa fue una de las contribuciones excepcionales que en colaboración con otros panameños le hizo el Dr. Alfaro a la nación.
Lo que le dio unidad y cohesión a una vida tan prolongada como abarcadora fue su dedicación al derecho, como abogado, pero más aún como jurisconsulto, es decir, como abogado que sobresale y guía a los demás integrantes de su sociedad, a la luz no de una variedad ni cúmulo de leyes, sino a la luz de una visión de conjunto sobre el Estado de Derecho y de la Justicia como la norma suprema de la convivencia ética entre los seres humanos.
Las veces que me encontré en presencia del Dr. Alfaro y pude intercambiar algunas palabras con él (era 61 años mayor que yo), me impresionó muy especialmente que un hombre de una vida tan ocupada y por momentos tan agitada transmitiera sin embargo una innegable paz interior. Creo que esa paz le venía de la misma visión de jurisconsulto, porque a través de ella él había encontrado una armonía con los demás hombres, con la naturaleza e incluso con Dios. No pienso que él fuera un creyente en el sentido más ortodoxo de la palabra, pero me es difícil imaginármelo como una agnóstico, y menos aún como un ateo. Lo comprendo más bien como un Liberal ordenado y teísta.
En una oportunidad lo visité en su oficina, la misma que contiene hoy sus libros y documentos, para preguntarle qué Facultad de Derecho él me recomendaba pues en ese momento pensaba en seguir la carrera de Derecho. Me contestó con particular convicción: "La institución no es lo que importa, lo que importa eres tú y lo que tu piensas hacer en cuanto a tus estudios". Comprendí entonces que la eminencia del Dr. Alfaro y su contribución a la patria y al mundo surgían de su propia mente y corazón.
La segunda gran contribución del Dr. Alfaro no fue sólo a su país sino al género humano, en la medida de que fue uno de los constructores de la Organización de las Naciones Unidas. Ejerció tres cargos que contribuyeron a ello: fue miembro de la Comisión N° 2, que definió los propósitos y fines de la carta de las Naciones Unidas, fue presidente de quienes emprendieron la tarea de traducir el texto inglés de la carta original al texto en español que fue autorizado y sobre todo fue la persona que presentó a la Asamblea de las Naciones Unidas el texto de la declaración universal de Derechos Humanos. Él mismo explica que Panamá "concurrió a la memorable conferencia (de 1945) llena de fe y entusiasmo, y cuando comenzó la formidable labor de redactar la carta constitutiva de la nueva Comunidad Internacional, su delegación propuso un artículo por el cual se incorporara a la carta, una "Declaración de los Derechos y Libertades esenciales del hombre" ". Añadió: "Tres Repúblicas Panamá, Cuba y México tuvieron en cuenta las recomendaciones de la conferencia sobre los temas de la Paz y de la Guerra, reunidos en Chapultepec en febrero de 1945 para proponer en San Francisco la opción de una Declaración de Derechos Humanos, pero solamente Panamá presentó junto con su proposición un proyecto que sirviera de base para el debate. El texto presentado por Panamá fue el que preparo El Comité Especial constituido por la Asociación Jurídica Americana (American Law Association) de Filadelfia. Recayó sobre mí (como Ministro de Relaciones de Exteriores de Panamá y Jefe de la Delegación Panameña a la sesión inaugural de Las Naciones Unidas de 1945) la honrosa y cuanto delicada responsabilidad de sustentar el proyecto".
50 años después, en 1998, el entonces Pontífice Juan Pablo Segundo visitó las Naciones Unidas y declaró que la libertad era leit motiv de la época moderna. Reclamó, como también lo había hecho el Dr. Alfaro en su tiempo, algo así como una Carta de los Derechos Humanos de los Pueblos y no solamente de las personas. Sin duda el pontífice hubiera aprobado otra sugerencia del Dr. Alfaro, a saber que se formulara una Declaración de Deberes Humanos, tanto de las Personas como de los Pueblos. La obra del Dr. Alfaro encontró así el apoyo indiscutible de uno de los líderes espirituales más sobresalientes de nuestros tiempos. Nada más justo y equitativo que rendirle hoy homenaje a un panameño que supo servir tan honrosamente a su país como al género humano. Ojalá que nuestra rememoración de su labor contribuya a rendirle la justicia que todavía le debemos por el servicio que nos brindó y el honor que nos trajo.
([email protected])
Ricardo J. Alfaro nació en 1882, 21 años antes de que Panamá declarara su independencia de Colombia. Y murió en 1971, en el tercer año del período más traumático y controvertido de nuestra historia nacional. Él, que vivió como joven adulto el 3 de noviembre, nunca tuvo dudas de que ese día los panameños hubiéramos forjados nuestra independencia y no una simple separación de Colombia como lo sugirió el ex presidente colombiano Alfonso López Michelsen.
El historiador Carlos Manuel Gasteazoro, maestro de la historiografía panameña moderna, en su obra El pensamiento de Ricardo J. Alfaro: Estudio introductorio y antología, resumió la vida de Alfaro magistralmente en estos términos: "Pocas figuras en la historia republicana han sido tan ricas en experiencias y en saberes como la de Ricardo J. Alfaro. Un inmenso inventario de cargos burocráticos, un sinnúmero de nombramientos, honores y condecoraciones de sociedades académicas en países de América y Europa, un magisterio nacional e internacional en el que fue, en todo momento, un ejemplo de disciplina intelectual y un innovador de las materias que le tocó enseñar; diplomático con entereza moral, patriotismo y apego a una realidad en que no ahorraba esfuerzos para interpretarla, son los rasgos más resaltantes de su personalidad polifacética. Agreguemos también una sólida vocación política que lo llevó hasta el solio presidencial a la par que altivez en las lides internacionales de las que no puede separarse su subyugante gallardía espiritual".
La escritora panameña Gloria Guardia de Alfaro en su muy útil Curriculum Vitae, Dr. Ricardo J. Alfaro, 1882- 1971, identificó los diversos cargos que ocupó el Dr. Alfaro y que marcaron su carácter de panameño y humanista. Mencionó, 99 cargos que habría ocupado, entre otros: Subsecretario de Gobierno y Relaciones 1905-1908, Cónsul de Panamá en Barcelona 1908, Miembro de la Comisión Codificadora de la República con encargo de redactar el Código Judicial 1913-1916, Secretario Gobierno y Justicia, en diversas ocasiones encargado de Relaciones Exteriores 1918-1922, y 1933-1936, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Panamá en los EU 1924-1930, elegido Primer Designado en 1928, de acuerdo con la fórmula constitucional que se adoptó al inicio de la República para hacer posible el entendimiento de las principales fuerzas políticas del país, y Presidente de la República en 1931-1932.
Dicho sea de paso, la Constitución de 1904 fue acogida mayoritariamente por su moderación que la hizo aceptable a conservadores y a liberales, como también a quienes podían discrepar de ambos.
El más erudito de nuestros constitucionalistas actuales, Doctor Jorge Fábrega Ponce, considera que la Constitución de 1904 "cumplió su cometido", aunque define su base como más individualista que social. Añade que el pasaje del tiempo y el cambio en las teorías jurídicas erosionaron su eficacia. De allí surgieron tendencias reformistas que se hicieron sentir sobre todo en la década de los 20 y de los 30. Algunas abogando por cambios parciales mientras otras argumentaban a favor de un cambio total. El Doctor Arnulfo Arias Madrid, cuya participación en el derrocamiento del Presidente Florencio Harmodio Arosemena fue notoria, quiso responder a estas tendencias reformistas de la Constitución de manera más bien radical. En cuanto al método de cambiar la Constitución recurrió a un referéndum, que arrojó un muy cuestionable 98.73% a favor del cambio; en cuanto a su contenido, si bien incluyó medidas progresistas y de avanzada, se caracterizó lamentablemente por un fortalecimiento del presidencialismo, una tendencia hacia el autoritarismo y un innegable racismo.
Cuando en 1945 se planteó la necesidad de sustituir la Constitución de 1941 por una que fuera a la vez social y democrática, se le encomendó al Doctor Ricardo J. Alfaro en compañía de los doctores José Dolores Moscote y Eduardo Chiari, la preparación de un anteproyecto que sirviera de base al trabajo de la Constituyente. Cabe mencionar que desde 1903 hasta la Constitución de 1946, el pueblo panameño había tenido sólo dos experiencias de elecciones válidas por su libertad y su transparencia: la que presidió el Dr. Alfaro en 1932 y la que dio eligió a la Asamblea Constituyente en 1945.
La Constitución de 1946 a la que tanto contribuyó el Dr. Alfaro como los otros dos comisionados, ha sido considerada como la mejor Constitución que haya tenido nuestra República, por su método de elaboración, por la pureza de la elección de la Asamblea Constituyente y por el equilibrio de los Órganos del Estado que estableció. De esta manera, Alfaro y los otros dos comisionados lograron reorientar la vida constitucional panameña hacia un texto que expresaba un amplio consenso y cuya moderación no impidiera avances significativos en el campo del derecho social. Esa fue una de las contribuciones excepcionales que en colaboración con otros panameños le hizo el Dr. Alfaro a la nación.
Lo que le dio unidad y cohesión a una vida tan prolongada como abarcadora fue su dedicación al derecho, como abogado, pero más aún como jurisconsulto, es decir, como abogado que sobresale y guía a los demás integrantes de su sociedad, a la luz no de una variedad ni cúmulo de leyes, sino a la luz de una visión de conjunto sobre el Estado de Derecho y de la Justicia como la norma suprema de la convivencia ética entre los seres humanos.
Las veces que me encontré en presencia del Dr. Alfaro y pude intercambiar algunas palabras con él (era 61 años mayor que yo), me impresionó muy especialmente que un hombre de una vida tan ocupada y por momentos tan agitada transmitiera sin embargo una innegable paz interior. Creo que esa paz le venía de la misma visión de jurisconsulto, porque a través de ella él había encontrado una armonía con los demás hombres, con la naturaleza e incluso con Dios. No pienso que él fuera un creyente en el sentido más ortodoxo de la palabra, pero me es difícil imaginármelo como una agnóstico, y menos aún como un ateo. Lo comprendo más bien como un Liberal ordenado y teísta.
En una oportunidad lo visité en su oficina, la misma que contiene hoy sus libros y documentos, para preguntarle qué Facultad de Derecho él me recomendaba pues en ese momento pensaba en seguir la carrera de Derecho. Me contestó con particular convicción: "La institución no es lo que importa, lo que importa eres tú y lo que tu piensas hacer en cuanto a tus estudios". Comprendí entonces que la eminencia del Dr. Alfaro y su contribución a la patria y al mundo surgían de su propia mente y corazón.
La segunda gran contribución del Dr. Alfaro no fue sólo a su país sino al género humano, en la medida de que fue uno de los constructores de la Organización de las Naciones Unidas. Ejerció tres cargos que contribuyeron a ello: fue miembro de la Comisión N° 2, que definió los propósitos y fines de la carta de las Naciones Unidas, fue presidente de quienes emprendieron la tarea de traducir el texto inglés de la carta original al texto en español que fue autorizado y sobre todo fue la persona que presentó a la Asamblea de las Naciones Unidas el texto de la declaración universal de Derechos Humanos. Él mismo explica que Panamá "concurrió a la memorable conferencia (de 1945) llena de fe y entusiasmo, y cuando comenzó la formidable labor de redactar la carta constitutiva de la nueva Comunidad Internacional, su delegación propuso un artículo por el cual se incorporara a la carta, una "Declaración de los Derechos y Libertades esenciales del hombre" ". Añadió: "Tres Repúblicas Panamá, Cuba y México tuvieron en cuenta las recomendaciones de la conferencia sobre los temas de la Paz y de la Guerra, reunidos en Chapultepec en febrero de 1945 para proponer en San Francisco la opción de una Declaración de Derechos Humanos, pero solamente Panamá presentó junto con su proposición un proyecto que sirviera de base para el debate. El texto presentado por Panamá fue el que preparo El Comité Especial constituido por la Asociación Jurídica Americana (American Law Association) de Filadelfia. Recayó sobre mí (como Ministro de Relaciones de Exteriores de Panamá y Jefe de la Delegación Panameña a la sesión inaugural de Las Naciones Unidas de 1945) la honrosa y cuanto delicada responsabilidad de sustentar el proyecto".
50 años después, en 1998, el entonces Pontífice Juan Pablo Segundo visitó las Naciones Unidas y declaró que la libertad era leit motiv de la época moderna. Reclamó, como también lo había hecho el Dr. Alfaro en su tiempo, algo así como una Carta de los Derechos Humanos de los Pueblos y no solamente de las personas. Sin duda el pontífice hubiera aprobado otra sugerencia del Dr. Alfaro, a saber que se formulara una Declaración de Deberes Humanos, tanto de las Personas como de los Pueblos. La obra del Dr. Alfaro encontró así el apoyo indiscutible de uno de los líderes espirituales más sobresalientes de nuestros tiempos. Nada más justo y equitativo que rendirle hoy homenaje a un panameño que supo servir tan honrosamente a su país como al género humano. Ojalá que nuestra rememoración de su labor contribuya a rendirle la justicia que todavía le debemos por el servicio que nos brindó y el honor que nos trajo.
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