
Todo está, más que coordinado, bien clarificado, en la Santa Biblia, respecto al nacimiento, crecimiento, vida, obra, muerte y resurrección de Jesucristo como el Salvador del Mundo, del Mesías anunciado por los Santos Profetas del Antiguo Testamento: Daniel, Jeremías, Elías, Isaías, David, Salomón, Ezequiel, y otros. No existe contradicción alguna entre el Nuevo Testamento –Cristo céntrico- y el Antiguo Testamento –Jehová céntrico-. La singular y asombrosa identidad aplica de modo sustancial: Una cosa solo se parece as í misma y no a otra: En Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo: ES UNO. Un solo Dios!. Toda la Escritura es inspirada por Dios y es idónea, apta, utilísima, para enseñarnos, instruirnos, persuadirnos y disuadirnos, reprender y corregir, para instruirnos en justicia, en toda buena acción u obra para glorificar el Santo Nombre de Dios (2 Timoteo : 16-17).
En esta Semana Santa o Semana Mayor reflexionamos y recordamos a Jesús, el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre hecho carne (Plenitud del Dios encarnado en cuerpo humano) y que moró entre nosotros, pues viniendo a los suyos, como rezan las escrituras, los suyos no le recibieron, más a todo aquel que le ha recibido le ha hecho merecedor de ser llamado Hijo de Dios. Jesús dijo: ¡El que tiene al Hijo tiene la Vida¡
Los tiempos concuerdan en todo: Así, por ejemplo, para los judíos, en Panamá, la fiesta del Pésaj y arrancó del día 12 hasta el 20 de abril de este año, celebración que no es otra cosa que la misma Pascua judía y que tiene por eje el recordar, sin posibilidad de olvido, la liberación de los israelitas de la mano dura de la esclavitud en Egipto. La fiesta, que demora ocho días, durante los que está prohibido ingerir alimentos con levadura, tiene como ritual principal el Séder, que viene a ser una cena muy ceremonial que se realiza las dos primeras noches e implica que el libro del Éxodo sea leído minuciosamente en comunión con la familia. Luego, ¿será mera coincidencia todo esto?: ¿Es decir, la Pascua Judía y la rememoración, por parte del mundo cristiano, de la Semana Santa en que, reitero, recordamos la muerte, crucifixión Y resurrección de nuestro Señor Jesucristo? La respuesta categórica es: No¡! La Biblia dice que todos estos hechos se producen, precisamente, momentos en que se llevaba a cabo la celebración de la Pascua Judía y por ello, de Jesús dice Juan el Bautista: ¡He allí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo! (Juan 1:29-51). No hay necesidad, luego, de comer pan ácido, ni ingerir un alimento recordando el oprobioso trabajo en Egipto, menos los panes sin levadura, tampoco hay necesidad de purgar sufridas y largas promesas -mandas- hechas a ídolos o imágenes de santo alguno. Con Jesús, el Hijo de Dios, todo fue consumado (Juan 19:30). “Consummatum est” es una expresión latina, que significa: Todo se ha terminado, todo está cumplido.
Es con Jesús que nos llega la plena y más absoluta idea de la libertad. La libertad implica liberación en todos los sentidos: físico, mental, espiritual, etc. Plenitud de vida en Cristo es plenitud de liberación para vivir conforme a los postulados y enseñanzas de Jesús.
Cuando allí, a los pies del Señor Jesús, una vez hubo expirado o entregado su espíritu al Señor, alguien exclamó: ¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios¡Los cielos tronaron como nunca lo habían hecho, no brindaron ese día su mágico esplendor ni claridad, el sol se ocultó para dar paso a la oscuridad, la misma tierra rugió como nunca!: Y era que algo extraordinario había sucedido, fenómeno irrepetible e inédito en la historia de la humanidad: Habíamos crucificado al mismo Hijo de Dios. Surgía el verdadero y real paradigma de la salvación, ya no hay condena por los pecados para el alama que ha creído en Jesús y lo tiene como Señor y Soberano de su vida. ¡Dios Salvador¡, ¡Dios Transformador!, ¡Dios de Milagros!, ¡Dios Reivindicador y Dios Reconciliador de los hombres para con el Padre!
Pero, aún estamos a tiempo de salirnos de aquel grupo de injuriadores y autores de tanta maldad. La fórmula es sencilla: ¡Que Cristo Resucitado entre a nuestros corazones, plenamente, arrepentidos de tanta maldad en nuestras vidas, y que hagamos que Cristo viva y reine en nuestras almas y que su Nombre sea glorificado por siempre hasta el día de su prontísima venida!. Jesús dice: He aquí yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz, abre la puerta de su corazón, yo entraré a él, cenará conmigo y yo con él (Apocalipsis: 20).
Aún podemos escuchar las misericordiosas y compasivas, piadosas, palabras del Divino Hijo de Dios, antes de exhalar o entregar su cuerpo y el Espíritu a Dios: ¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen! (Lucas 23:34). ¡Dios bendiga a la Patria!

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