Epicentro
Sobre la disciplina partidista
- Arnulfo Arias O./opinion@epasa.com/
Perdemos vigencia, dispersamos nuestras energías propias y hasta traicionamos nuestro destino cada vez que aceptamos o somos cómplices de la implementación de líneas políticas que hacen de los miembros de un partido meros seguidores fieles y mansos, en vez de hombres y mujeres que responden solo a su conciencia y que están dispuestos a seguir a aquel que comparte con ellos esa afinidad.
Tal vez en algunos partidos se ingresa con la idea de seguir líneas férreas, de moderarse políticamente, de atrapar el espíritu de lucha en los colores uniformes de una sola camiseta, de normar y poner freno a la conciencia, de callar en medio de disciplinas pasajeras lo que pudiera ser contrario a toda una nación.
Si en algunos partidos el hombre ingresa para limitar su potencial de pensamiento, debería, en contrabalanza, haber aquellos en los que se ingresa para potenciar al máximo la libertad de su conciencia, pero siempre con una finalidad social. Porque un hombre que no es libre, no puede exigir libertad para otros. Los partidos deberían estar llamados a ser siempre y sobre todas las cosas una herramienta útil para canalizar en el hombre el sentimiento de patria y la sensibilidad social que encuentran su máxima expresión en un grupo de hombres y mujeres que buscan en forma individual el bien común una toda sociedad.
Debemos adversar todo sistema que busque destruir aquella esencia libre que tiene el ser humano al fomentar en forma alguna la disciplina electorera y clientelista, en vez de la libertad plena del hombre que, guiado por su conciencia, encuentra en el resto de los miembros de tal o cual partido igual inclinación hacia una misma conciencia colectiva, cumpliendo así la tarea de ocuparse en forma receptiva, como individuo, de todas aquellas inquietudes que pudieran surgir en sociedad. Y es que el hombre no sirve solamente prestando una función pública, ni es esa la única finalidad de ingresar a un partido.
Desde donde estemos, debemos cultivar ese llamado en nosotros de realizar aquellos cambios sociales que requiere nuestra nación, pero sin renunciar nunca a nuestra propia individualidad. Perdemos vigencia, dispersamos nuestras energías propias y hasta traicionamos nuestro destino cada vez que aceptamos o somos cómplices de la implementación de líneas políticas que hacen de los miembros de un partido meros seguidores fieles y mansos, en vez de hombres y mujeres que responden solo a su conciencia y que están dispuestos a seguir a aquel que comparte con ellos esa afinidad. La legitimación de una dirigencia se consolida solamente cuando logra en forma respetuosa congregar, en vez de imponer y de exigir.
Abogado
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