Panamá
Sobre la enseñanza formal y la sabiduría
El otro día leía el libro del magnífico autor Dale Carnegie, titulado "Cómo Suprimir las Preocupaciones y Disfrutar de la Vida".
- Arnulfo Arias O.
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- - Actualizado: 13/12/2022 - 12:00 am
El otro día leía el libro del magnífico autor Dale Carnegie, titulado "Cómo Suprimir las Preocupaciones y Disfrutar de la Vida". La obra es un pozo seguro de sabiduría universal y de conocimiento práctico, siendo tal vez una de las más valiosas lecciones aquella que nos invita a "vivir solamente hasta la hora de acostarse"; advirtiéndonos con ello que el futuro no existe en realidad y que "llevar hoy la carga de mañana unida a la de ayer hace vacilar al más vigoroso".
Solo tenemos el hoy. Esa lección no es una autoría de Carnegie, sino que está parafraseando, si se quiere, las lecciones milenarias que han acompañado al ser humano desde principios de la historia escrita, y tal vez antes. Pero, cuando nos damos cuenta que una obra así, exitosa para los estándares mundiales y vendida en más de 6.000.000 de ejemplares desde su primera edición en 1948, ha sido leída tal vez por menos de fracción insignificante del 1% de la población mundial, y que el resto del 99% de ella decide simplemente mantenerse en medio de la oscuridad de las grandes enseñanzas, simples y eternas, que se revelan tanto en el conocimiento antiguo como en el moderno. Conocimiento, entonces, no es enseñanza formal. Me pregunto yo, ¿de qué nos sirve la imposición de un sistema educativo que solo se dedica a diluir conocimiento, como si fuera una bebida fuerte que viniera concentrada? En las aulas se aprende a leer, pero en la vida se aprende a vivir. Enseñanzas como las que nos ofrece Carnegie fueron obtenidas de la Biblia, del Corán, de budismo, de la literatura universal y, sobre todo, de la vida práctica de hombres y mujeres que han dejado el vivo testimonio de la aplicación de esas enseñanzas en los grandes momentos de crisis que debieron enfrentar. ¿Por qué, entonces, no se nos enseña a todos sobre estas verdades, que se deberían abrir como una flor al sol de nuestros intelectos, desde la más temprana edad?,
¿Por qué fracasamos como padres y por qué fracasamos como sociedad? En principio, pareciera que velar esas verdades de la mayoría de la población es parte de una conspiración eterna, de la fuerza de una jerarquía impuesta entre la ignorancia, entendida como la falta de conocimiento de esas cosas (no como la enseñanza formal), y la familiaridad con el conocimiento de aquellas cosas que resultan verdaderamente plenas e importantes en la vida.
El entendimiento de la valiosa verdad de que ocuparse es más productivo que entregarse a la preocupación, de que la sombra oscura de la depresión se porta con sí mismo y que solo se deben abrir las ventanas cerradas para que las sombras se disipen a la luz de la esperanza balanceada, de que la fe y la religión es la tercera pata del banquillo que siempre tambalea y cae cuando le falta, es más necesario que la matemática, la geometría y la historia, porque su ignorancia hace que el hombre viva muchas veces una cámara genuina de torturas infinitas o que, por su propia mano, cave sepulturas prematuras a lo que hubiera sido una existencia plena.
Por eso, pienso que se debe desaprender lo que se ha enseñado mal; reestructurar ese sistema educativo, primero en el hogar y luego dentro de la sociedad. La resistencia al cambio es vana y es inútil y, como decía Heráclito, lo único que no cambia es esa ley del cambio. Hay que repensar si lo que se quiere es "educar" para que no se piense o fomentar en los pequeños, ante todo, ese apetito por ampliar siempre su conocimiento, primero en cosas de la vida misma, de las grandes verdades, y luego de la educación formal, que vendría simplemente a sostener la bóveda de aquello que es más grande que uno mismo: la vida misma, la vida plena. Entonces seríamos todos sabios y alfabetizados, por añadidura.
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