Opinión
Sobre las lecciones de los años
- Arnulfo Arias Olivares
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Podemos hacer lo que los capitanes sabios hacen, en las embarcaciones grandes que deben pilotear...
"Acata dócilmente el consejo de los años, abandonando con donaire las cosas de la juventud", nos aconseja Max Ehrmann en su épico poema Desiderata. Pero ¿cuántos de nosotros estamos tan dispuestos a alejarnos fácilmente de esa etapa de la vida que más llena está de vida? Fuerza física, sentimientos profundos, imaginación sin rienda ni señor y, sobre todo, juventud. El explorador Ponce De León estaba seriamente convencido de que se podía encontrar la fuente de la juventud. Congregó el esfuerzo, los recursos y los hombres y emprendió su viaje en búsqueda de la fuente de la juventud, ubicándola supuestamente en lo que hoy es la Florida. La obsesión del hombre en general con esa etapa de la vida es tan marcada, que no escatima costos para regresar, por lo menos en apariencia, a los días sin arrugas y sin canas, a los caminos en los que no existe la fatiga ni el agotamiento físico. Algo dentro de nosotros, muy adentro, nos dice que eso es imposible. Por más que Hollywood nos venda el resultado de la cirugía plástica en rostros de artistas que no parecen jamás envejecer, sabemos que todo eso es el producto de una fantasía atroz e irrealizable. Todo debe necesariamente envejecer, para dar paso a lo que también debe envejecer un día, en una cadena interminable y natural. El árbol, la planta y hasta la montaña, que envejece por medio de la imperceptible erosión, y hasta la roca, que algún día, se convertirá en el polvo fusionado del que fue forjada, deben aceptar igual destino; y en efecto, lo hacen resignadamente. Salvo el hombre, que es esclavo del espejo y que mira siempre con nostalgia los años que se fueron ya y que nunca han de volver.
Hace poco, vimos a un Mike Tyson, campeón indiscutible de la historia, tratando que se repitiera lo que ya no puede ser. El desgaste de los años, la erosión de las rodillas, el peso mismo de su cuerpo, agobiado por la ley de gravedad, pudieron más que su apariencia de ferocidad, que pretendía ganarle la partida al tiempo. El circo trágico de la tragedia humana; que se repite una y otra vez. Para Mike, fueron los guantes, para la mayoría son los productos "rejuvenecedores". Al final, solo los que ya pasaron el umbral de años que revelan lo imposible del retorno, comienzan a dar ventilación a la esperanza de lograr ese retorno.
Podemos hacer lo que los capitanes sabios hacen, en las embarcaciones grandes que deben pilotear. Si un compartimiento se hace agua, lo sellan durante la marcha, sabiendo que se deben a la carga y a la embarcación, y que no pueden abrir ese compartimiento nuevamente por el tiempo de ese viaje, sin el riesgo de un naufragio. Otros podrán hacer reparación del barco en ese puerto, cuando llegue, pero al él le toca solo navegar. En la carrera de relevo que es la vida, no podemos regresar atrás, sin que perdamos. Pero esa lección es dura, y debemos aceptarla dócilmente, diariamente. No significará tampoco el abandono irresponsable y el dejarse ir, sin procurar llevar la vida sana que podemos. Pero, son las cosas que no son realizables ya, como las imprudencias vivas y el calor de nuestra juventud, lo que debemos ver de lejos y a distancia, y que debemos aceptar inevitablemente como parte de recuerdos gratos de la vida. Las lecciones quedan, la experiencia queda, pero la madurez hay que forjarla, porque no se logra sola, sino con reflexión, entendimiento y, sobre todo, con resignación pasiva.
Si bien los años llevan a dolores propios de la edad, a los cansancios crónicos del cuerpo, nuestra mente es fuente eterna y receptáculo de las lecciones aprendidas. Podemos ser más sabios, o más viejos simplemente; o podemos ser los dos. De cada cual dependerá tomar la decisión en esta encrucijada de la vida.
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