¿Sobreviviremos al cataclismo socio-ambiental?
Publicado 1999/07/12 23:00:00
- Roberto N. Méndez
Los principales periódicos de los Estados Unidos informan desde principios de julio al respecto de la intensa ola de calor que afecta al noreste de ese país, y que ya ha causado varias muertes. En la Ciudad de Nueva York, el calor rompió todas las marcas históricas e indujo a la población a recurrir masivamente a sus aparatos de aire acondicionado, lo que a su vez causó la sobrecarga de las líneas eléctricas y un apagón de varias horas de duración, el que afectó, el martes 6 de julio, a un amplio sector del norte de Manhattan, donde viven cientos de miles de personas.
Se trata de la tercera crisis en 3 años; en 1993 y 1996 apagones similares afectaron las comunidades neoyorkinas de Brooklyn y Queens, respectivamente. Pero esta vez el apagón alcanzó partes de sectores aledaños a la ciudad, como es Long Island, y a varias comunidades en los estados de Massachusetts y Maryland.
Otros eventos naturales, como es el caso del fenómeno "El Niño", con su secuela de sequías e inundaciones, han alcanzado igualmente intensidades inauditas en años recientes y han tenido repercusiones severas no sólo en Panamá sino en muchos otros países de América y el mundo.
Parece por tanto lógico deducir que la ola de calor que afecta al Norte es otro síntoma del desastre ecológico en el que nos sumimos inexorablemente desde hace años.
Y en Panamá, además de estos problemas globales, nos abocamos a otra gran encrucijada socio-ambiental: la devolución de miles de hectáreas previamente ocupadas por bases militares norteamericanas, pero que están contaminadas con deshechos militares y explosivos no detonados, y cuyo responsable, el gobierno de los EE.UU., se niega a limpiar. La explosión, ocurrida el 5 de julio pasado, de una bomba en las cercanías de la ex base militar de Río Hato, y que causó graves heridas a dos humildes panameños, es una clarinada más al respecto de este gravísimo problema.
En conclusión, se acumulan los nubarrones de advertencia de que nos aproximamos a un período de crisis socio-ambiental sin precedentes no sólo en Panamá sino en todo el mundo, crisis derivada, en mi opinión, del individualismo egoísta de que han hecho gala por muchos años los actuales líderes de la humanidad.
Me refiero a aquellos que controlan los grandes consorcios internacionales que dominan la economía mundial, a sus aliados, las oligarquías nacionales, y a sus lacayos burocráticos, entre los que descollan los altos oficiales del ejército de EE.UU.
Estas personas se rehúsan a tomar las medidas necesarias para frenar la contaminación del aire, la tierra, las aguas, y la destrucción de los bosques, ya que ello reduciría sus márgenes de ganancia. Es decir, actúan en beneficio propio, no en beneficio de la comunidad internacional y (no obstante los golpes de pecho que sin duda muchos de ellos se dan los domingos en las iglesias) ciertamente que tampoco siguen el principio cardinal de todas las religiones, que los cristianos formulan como "amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo".
Pero el resto de nosotros tiene también parte de la culpa. No hemos tenido la valentía o la determinación de actuar para frenar las acciones depredadoras de esos grandes consorcios internacionales y oligarquías, y de obligarlos a actuar en aras del bienestar colectivo.
¿Sobreviviremos al desastre socio-ambiental en curso? ¿Cambiaremos nuestra pasividad y complicidad colectivas, y obligaremos a los líderes del mundo a actuar en bien de la colectividad o, mejor aún, los reemplazaremos por otros que sí lo hagan? ¿O seguiremos pensando que nosotros y nuestras familias nos libraremos "de algún modo" del problema, y que a "otros" les corresponde actuar para corregir las cosas?
Quisiera ser optimista, pero tengo serias dudas al respecto.
Se trata de la tercera crisis en 3 años; en 1993 y 1996 apagones similares afectaron las comunidades neoyorkinas de Brooklyn y Queens, respectivamente. Pero esta vez el apagón alcanzó partes de sectores aledaños a la ciudad, como es Long Island, y a varias comunidades en los estados de Massachusetts y Maryland.
Otros eventos naturales, como es el caso del fenómeno "El Niño", con su secuela de sequías e inundaciones, han alcanzado igualmente intensidades inauditas en años recientes y han tenido repercusiones severas no sólo en Panamá sino en muchos otros países de América y el mundo.
Parece por tanto lógico deducir que la ola de calor que afecta al Norte es otro síntoma del desastre ecológico en el que nos sumimos inexorablemente desde hace años.
Y en Panamá, además de estos problemas globales, nos abocamos a otra gran encrucijada socio-ambiental: la devolución de miles de hectáreas previamente ocupadas por bases militares norteamericanas, pero que están contaminadas con deshechos militares y explosivos no detonados, y cuyo responsable, el gobierno de los EE.UU., se niega a limpiar. La explosión, ocurrida el 5 de julio pasado, de una bomba en las cercanías de la ex base militar de Río Hato, y que causó graves heridas a dos humildes panameños, es una clarinada más al respecto de este gravísimo problema.
En conclusión, se acumulan los nubarrones de advertencia de que nos aproximamos a un período de crisis socio-ambiental sin precedentes no sólo en Panamá sino en todo el mundo, crisis derivada, en mi opinión, del individualismo egoísta de que han hecho gala por muchos años los actuales líderes de la humanidad.
Me refiero a aquellos que controlan los grandes consorcios internacionales que dominan la economía mundial, a sus aliados, las oligarquías nacionales, y a sus lacayos burocráticos, entre los que descollan los altos oficiales del ejército de EE.UU.
Estas personas se rehúsan a tomar las medidas necesarias para frenar la contaminación del aire, la tierra, las aguas, y la destrucción de los bosques, ya que ello reduciría sus márgenes de ganancia. Es decir, actúan en beneficio propio, no en beneficio de la comunidad internacional y (no obstante los golpes de pecho que sin duda muchos de ellos se dan los domingos en las iglesias) ciertamente que tampoco siguen el principio cardinal de todas las religiones, que los cristianos formulan como "amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo".
Pero el resto de nosotros tiene también parte de la culpa. No hemos tenido la valentía o la determinación de actuar para frenar las acciones depredadoras de esos grandes consorcios internacionales y oligarquías, y de obligarlos a actuar en aras del bienestar colectivo.
¿Sobreviviremos al desastre socio-ambiental en curso? ¿Cambiaremos nuestra pasividad y complicidad colectivas, y obligaremos a los líderes del mundo a actuar en bien de la colectividad o, mejor aún, los reemplazaremos por otros que sí lo hagan? ¿O seguiremos pensando que nosotros y nuestras familias nos libraremos "de algún modo" del problema, y que a "otros" les corresponde actuar para corregir las cosas?
Quisiera ser optimista, pero tengo serias dudas al respecto.
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