Base de la existencia
Solidaridad intergeneracional ahora
- Juan Jované (Economista)
Las más altas autoridades económicas de la presente administración gubernamental no parecen entender la importancia de la solidaridad intergeneracional, algunas de ellas, al referirse a los problemas de la seguridad social, han llegado al extremo de calificar públicamente dicha forma de solidaridad como carente de sentido ético. Se trata de un hecho grave, el cual resulta peligroso en términos de la posibilidad de un desarrollo nacional con equidad social.
Estamos frente a una posición que muestra, para comenzar, el nivel de rigidez y fundamentalismo ideológico que mantienen algunos de los principales encargados de nuestra política económica y financiera, lo cual los lleva a desconocer hasta el contenido de los modelos más tradicionales de la doctrina económica desarrollada dentro de la llamada “corriente principal”. Cualquiera que esté familiarizado con el modelo de crecimiento de R. Solow y, sobre todo, la versión más neoclásica de Ramsey-Cass-Koopmans, entiende que el crecimiento depende del ahorro y formación de capital actual, el cual permitirá elevar el nivel de vida de las futuras generaciones. Por su parte, la versión del modelo de crecimiento de G. Mankiw, D. Romer y D. Weil destaca la importancia de la inversión actual en educación y salud como elemento determinante del bienestar económico de las próximas generaciones. Más recientemente, Paul Romer ha destacado la importancia de las innovaciones, las cuales dependen, entre otras cosas, de la presencia de personas altamente educadas, mientras que J. Stiglitz y B. Greenwald han llamado la atención sobre la importancia de la creación de una sociedad del aprendizaje.
Más allá de esto, lo cierto es que la humanidad ha logrado sobrevivir gracias a la solidaridad intergeneracional, es decir, a madres y padres que se ocupan de sus hijos, así como de hijos que se preocupan por sus mayores. Además, en las actuales condiciones ambientales esta forma de solidaridad es totalmente indispensable para la conservación de la vida actual y futura.
Esta especie de ceguera, la cual es endémica entre los sectores económicamente dominantes del país, lleva a desconocer un hecho fundamental: que la profunda ruptura del principio de la solidaridad intergeneracional está en la base del problema que ahora afrontan quienes actualmente se encuentran en el llamado sistema de beneficios definidos de la Caja de Seguro Social (CSS). Esto se aclara con unas cuantas cifras disponibles.
Entre el año 2005 y 2013, el número de cotizantes activos de la CSS se elevó en 681 mil 160 personas, es decir, en 92.8%, lo que muestra una tasa promedio anual de 8.2%, quienes, por el contenido de la Ley 51, fueron ingresados al llamado sistema mixto (básicamente de cuentas individuales), lo que dejó por fuera la posibilidad de que esta expansión sirviera de apoyo a quienes quedaron en el sistema solidario. Si se tiene en cuenta que durante 2005 y 2012 las remuneraciones de los asalariados se elevaron en 112.7%, al pasar de $5,122.5 millones a $10 mil 897.7 millones, entonces es posible tener una idea del efecto de la ruptura de la solidaridad intergeneracional para la última generación del sistema solidario.
Más aún, la misma forma concentrante y excluyente del estilo de crecimiento afectó las posibilidades de estabilización de las finanzas del sistema solidario. En efecto, este estilo estuvo signado por una reducción de la participación de las remuneraciones en el PIB, que pasó del 34.7% en 2005 al 30.3% en 2012. Esto significó que la base de las cuotas del seguro social (los salarios de los trabajadores) creciera por debajo del conjunto de la producción. Esto muestra la importancia de la equidad social para el normal funcionamiento de la seguridad social solidaria, lo que llama la atención sobre la vinculación entre solidaridad intrageneracional y la solidaridad intergeneracional.
Si para dar una visión de conjunto se suman el impacto de los elementos de ruptura de la solidaridad y los de la peor distribución del ingreso, se concluye que el sistema solidario perdió la posibilidad de ver sus cuotas crecer en aproximadamente 138.5% en 2012, en comparación con 2005. Si esto se hubiera dado hoy no estarían en peligro las jubilaciones de toda una generación.
En definitiva, resulta importante no solo destacar la enorme equivocación de quienes, poniendo por delante al dios dinero, pretenden desconocer el infinito valor que tiene la solidaridad, como elemento indispensable para la conservación de la vida y el progreso humano sostenible. También resulta inaplazable defender la idea de un seguro social público, universal y solidario, sostenido en un estilo de desarrollo centrado en la equidad social. El objetivo es claro: pensiones decentes con solidaridad y justicia social.
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