Dinámica
Vejez y cambio social
- Alberto Valdés Tola (Sociólogo)
Las sociedades cambian y, con ellas, no solo las concepciones del sistema económico, las ideologías políticas y los estándares sociales de interacción, sino también la misma moral de la sociedad.
En este sentido, debe entenderse la moral como la conciencia colectiva que permite la cohesión social de una sociedad. Por esta razón, es necesario que las representaciones socioculturales que componen cada aspecto de la estructura social sean internalizadas y, hasta cierto punto, legitimadas por los miembros de una sociedad, por medio de la socialización de estos imaginarios, ya sea a través de universos simbólicos como las máximas, moralejas ejemplares, chistes populares, leyendas folclóricas, concepciones populares de la misma idiosincrasia nacional, etc., o en términos más institucionales, impuestas por un nuevo orden de cosas.
Basado en lo anterior, no debe sorprender que las personas mayores tengan una añoranza del pasado, ya que en la sociedad en que vivieron sus abuelos a estos se les trataba con mayores consideraciones y respeto que en la actual sociedad panameña de principios del siglo XXI. La razón del cambio tan vertiginoso de una sociedad en la que la posición de prestigio de la persona mayor estaba garantizada socialmente a una sociedad en la que el adulto mayor es percibido como un individuo residual tiene como fundamento estructural la aparición del sistema de seguridad social. Esto no significa que este último haya sido negativo, al contrario, proporcionó un cuerpo institucional que salvaguardará el bienestar social de la población en general, sin embargo, este sistema también creó todo un orden cronológico, que al tiempo que constituía parámetros temporales para estudiar (la infancia), casarse, trabajar (edad adulta) y jubilarse (etapa de vejez), estructuró la vida al mismo sistema, lo que permitió que el mercado decidiera cuándo era el mejor momento para hacer las cosas, en detrimento de la misma voluntad individual.
Históricamente, esta voluntad individual había sido en casi todas las sociedades occidentales el verdadero mecanismo natural para empezar y terminar de estudiar, trabajar, etc. Por ende, para describir esta etapa sociohistórica de autonomía es lícito hablar de edad social, ya que no era un sistema en sí lo que definía propiamente los límites productivos de una persona, sino, en cambio, la propia voluntad de esta última.
De esta forma, al sustituirse la edad social por la edad cronológica se obligó a los individuos a adaptarse a un orden artificial de cosas, en el que la etapa más funesta para estos era la jubilación o cese de actividades productivas, pues al ser expulsadas del sistema laboral estas personas mayores tuvieron que asumir un estatus social de rol sin rol, lo que significa, en pocas palabras, que son individuos marginales no solo del mercado laboral, sino también de la misma vida en sociedad.
De esta forma, y antagonizando con el mito de la eterna juventud, el cual ha sido impulsado estratégicamente por el mismo sistema capitalista avanzado, para la promoción del mercado de trabajo y el mismo consumismo, en la contemporaneidad la vejez se percibe bajo un estigma social, como sinónimo de decadencia, enfermedad e inutilidad.
De esta manera, al igual que han hecho otras sociedades (principalmente europeas), debemos abogar por un cambio de paradigma, en el que la vejez no sea concebida solo y exclusivamente desde parámetros cronológicos institucionales, sino que además se restaure la edad social como criterio para definir el ciclo vital y existencial de las personas.
Por otra parte, debe quedar claro que este planteamiento no es una añoranza romántica del pasado glorioso de la gerontocracia, nada más alejado de la realidad, sino un renacer del envejecimiento por medio de una transmutación de los valores actuales, como la edad cronológica, por otros como la edad social. Este cambio discursivo en los imaginarios sobre el envejecimiento y la vejez no pretende desestructurar el maltrecho sistema de seguridad social por otro de inseguridad, sino liberar al individuo de sus cadenas institucionales y colocarlo antropocéntricamente en el centro del universo, no como un satélite guiado por los caprichos del mercado.
Así, aboguemos por nuestros adultos mayores, no solo con miras de recuperar su privilegiada posición social, sino además para constituir todo un universo simbólico, que termine generando una moral solidaria y responsable, como sociedad panameña, que nos garantice a todos envejecer en un ambiente de respeto y dignidad.
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