Política
Venezuela: El espejo no tiene quién se mire
Es un espejo de nombre hermoso, llamado Venezuela, y desde mi Panamá escucho su lamento llanero y su ensordecedor grito: “¡Maduro, vete ya!”; observo cómo se desangra, olfateo las pocas arepas que puede comer, percibo el sabor amargo de su lección aún ni siquiera masticada y siento el tacto de su dolor.
- Luis Batista/ [email protected]/
- - Publicado: 28/5/2016 - 12:00 am
Es un espejo cruel, triste, indignante a la vista y abofeteador a la conciencia. No cualquier “humano” puede mirarse en él… Los mediocres y politiqueros no lo pueden hacer porque -al observarse en ese espejo- este les devuelve una autocrítica, la cual les muestra sus irreconocibles errores y más bajos mezquinos intereses. Para contemplarse en ese espejo, es necesario tener posturas y de esas, carecen aquellos…
El espejo está cerquita, a la vuelta de la esquina, como dicen nuestros viejitos latinoamericanos, pero no tiene piara política que se quiera ver en él…
Es un espejo de nombre hermoso, llamado Venezuela, y desde mi Panamá escucho su lamento llanero y su ensordecedor grito: “¡Maduro, vete ya!”; observo cómo se desangra, olfateo las pocas arepas que puede comer, percibo el sabor amargo de su lección aún ni siquiera masticada y siento el tacto de su dolor. No es mi patria, pero son mis amigos y hermanos los más de 30 millones de pedacitos en los que está roto ese espejo. Me duele mucho en el alma, Venezuela…
Aún roto en pedacitos, en ese mismo espejo se deben ver las piaras políticas latinoamericanas, incluyendo la panameña. Me refiero a aquellas piaras políticas de la extrema derecha salvaje y extrema izquierda retrógrada, cuál de las dos más inhumana, más ruin y más desfasada. Con distintos y gastados discursos, son más de lo mismo… No tienen nada nuevo qué decir y menos aportar...
Repugna ver cómo ambos extremos de nuestra política latinoamericana –los cuales han demostrado lo pésimo que son- pueden crear una situación como la que vive Venezuela. Por un lado, los derechistas extremos (la gran mayoría educados en colegios y universidades confesionales) alabando, subiendo y bajando a Dios en sus hipócritas discursos, pero ahorcando a los pueblos con altos impuestos, especulación de precios, endeudando hasta las generaciones del fin del mundo para favorecer a sus empresas a través de contratos leoninos concedidos a sus testaferros o donantes de campaña electoral. Haciendo cada vez más a los ricos más ricos y a los pobres más pobres y dando migajas de solidaridad “religiosa”, lo que deben por justicia.
Cuando este extremo está llegando a su fase más deshumanizante –situación que está ocurriendo en Panamá y en varios países de Latinoamérica- esa misma derecha salvaje se convierte en la fabricadora perfecta e indirecta de los también hipócritas líderes de la extrema izquierda retrógrada. Es aquí cuando comenzamos a escuchar discursos baratos de reivindicaciones sociales y palabrería desfasada. Alcanzan el poder y terminan creando una nueva casta privilegiada a la que solo pueden acceder sus familiares y cercanos colaboradores. Hablan de socialismo y de Marx, pero viven igual o mejor que los capitalistas extremos. Visten de marcas, comen exquisitos manjares, se hospedan en los mejores hoteles del mundo, envían a sus hijos a pasear, comprar y estudiar a los países desarrollados, los cuales muchas veces tildan de enemigos. Mientras tanto, la masa -que los llevó al poder- sigue padeciendo los mismos y hasta peores problemas y carencias.
Así las cosas, Venezuela es el espejo en el que deben verse nuestras piaras políticas de extrema derecha e izquierda. En nuestros países están a tiempo de hacer el ejercicio, de reinventar sus concepciones, adaptarlas al momento súper cambiante que vivimos; dinamizar sus formas de hacer política y de administrar la cosa pública. De lo contrario, le tocará a la libre, ingeniosa y crítica generación “Z” echarlos a la tumba que cada bando se ha cavado, como estoy seguro de que lo harán en Venezuela y podrán cantar con júbilo: “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó”.
Hacen falta políticos que no sean de ningún extremo; que usen nuestros sistemas públicos de salud, educación y transporte porque así conocen y se empoderan de una visión más antropológica, la cual los llevará a desarrollar las capacidades, creatividad y originalidad de conciliar posiciones, de dar respuesta y solución; de crear sociedades más justas, equitativas y humanas. Si nuestras piaras políticas no tienen la voluntad de hacer eso, es necesario que se vean a en el espejo de Venezuela y se pregunten: ¿A cuál grado de estupidez queremos llegar?
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