Vietnamización de la guerra
Publicado 2003/02/26 00:00:00
Con el envío de una primera avanzada de 150 boinas verdes, con el encargo de ayudar al ejército colombiano a ubicar y rescatar a dos agentes norteamericanos capturados por la guerrilla de las FARC, el presidente de los Estados Unidos, George Bush hijo, da un salto cualitativo hacia adelante en la progresiva involucración de su país en el delicado conflicto armado de Colombia. En otras palabras, empieza a escucharse en voz alta la palabra vietnamización.
Vietnam tras malos recuerdos para al menos dos generaciones de estadounidenses. Lo que inició como un mero relevo imperial de posiciones con Estados Unidos sustituyendo a la decadente Francia en Indochina, terminó en tragedia. Más de un millón de vietnamitas muertos o heridos y más de un cuarto de dicha cifra de norteamericanos; sin contar la secuela de perniciosos efectos en términos de padecimiento social, degradación moral colectiva y altísimo costo humano para los sobrevivientes, sus familias y comunidades.
Aquello fue un desastre tan grande, que “Che” Guevara, el mítico guerrillero de los 60, sugería como fórmula para acabar con el capitalismo en el planeta: “Crear dos, tres y más Vietnam”, muriendo en el intento.
Colombia, ciertamente, no es Vietnam. En varios aspectos es mucho peor. Es al menos tres veces más grande y más poblado. Tiene todos los clima, desde picos andinos con sus nieves eternas, hasta zonas selváticas más densas y extensas.
Hay también un detalle que empeora el escenario de una guerra total en Colombia, y es que ese país colinda con cinco naciones, tres de las cuales ( Venezuela, Ecuador y Perú) son ricos en petróleo; mientras que Panamá tiene su Canal y Brasil es el país más poblado del continente con una pobreza capaz de explotar en cualquier momento al asomo de la menor chispa eléctrica.
Así las cosas, la incursión de Estados Unidos en la guerra civil de nuestra vecina debe ponderarse con cuidado. Cierto, no se puede dejar sola a Colombia ni puede permitirse el colapso del gobierno y su ejército a manos de esos forajidos. Pero no debe perderse de vista que “la guerra es hacer política, por otros medios”, por lo que -una vez mejorada la precaria situación bélica del estado colombiano-, hay que buscar una salida política. Esta es la enseñanza que nos deja la guerra civil en Centroamérica y, en cierta medida, la costosa guerra irregular urbana de los años 60 y 70 en Argentina. Se doblega al enemigo para que se rinda, no para que pelee hasta el último hombre a riesgo de hacernos morir con él en ese empeño.
Vietnam, incluso, se complicó cuando bajo el presidente Richard Nixon y el secretario de defensa Robert McNamara, se pensó que Estados Unidos podía ganar la guerra.
La paz y el final del conflicto sobrevino tras todo lo contrario, cuando se creó conciencia que no se podía ganar por la fuerza sin pagar costos insoportables. Sólo que se cometió el error de hacerlo muy tarde, cuando una vez alterado el equilibrio bélico a favor de los norvietnamitas y guerrilleros, poco o nada quedaba por negociar, excepto marcharse apresuradamente colgado de las patas de un helicóptero.
Vietnam tras malos recuerdos para al menos dos generaciones de estadounidenses. Lo que inició como un mero relevo imperial de posiciones con Estados Unidos sustituyendo a la decadente Francia en Indochina, terminó en tragedia. Más de un millón de vietnamitas muertos o heridos y más de un cuarto de dicha cifra de norteamericanos; sin contar la secuela de perniciosos efectos en términos de padecimiento social, degradación moral colectiva y altísimo costo humano para los sobrevivientes, sus familias y comunidades.
Aquello fue un desastre tan grande, que “Che” Guevara, el mítico guerrillero de los 60, sugería como fórmula para acabar con el capitalismo en el planeta: “Crear dos, tres y más Vietnam”, muriendo en el intento.
Colombia, ciertamente, no es Vietnam. En varios aspectos es mucho peor. Es al menos tres veces más grande y más poblado. Tiene todos los clima, desde picos andinos con sus nieves eternas, hasta zonas selváticas más densas y extensas.
Hay también un detalle que empeora el escenario de una guerra total en Colombia, y es que ese país colinda con cinco naciones, tres de las cuales ( Venezuela, Ecuador y Perú) son ricos en petróleo; mientras que Panamá tiene su Canal y Brasil es el país más poblado del continente con una pobreza capaz de explotar en cualquier momento al asomo de la menor chispa eléctrica.
Así las cosas, la incursión de Estados Unidos en la guerra civil de nuestra vecina debe ponderarse con cuidado. Cierto, no se puede dejar sola a Colombia ni puede permitirse el colapso del gobierno y su ejército a manos de esos forajidos. Pero no debe perderse de vista que “la guerra es hacer política, por otros medios”, por lo que -una vez mejorada la precaria situación bélica del estado colombiano-, hay que buscar una salida política. Esta es la enseñanza que nos deja la guerra civil en Centroamérica y, en cierta medida, la costosa guerra irregular urbana de los años 60 y 70 en Argentina. Se doblega al enemigo para que se rinda, no para que pelee hasta el último hombre a riesgo de hacernos morir con él en ese empeño.
Vietnam, incluso, se complicó cuando bajo el presidente Richard Nixon y el secretario de defensa Robert McNamara, se pensó que Estados Unidos podía ganar la guerra.
La paz y el final del conflicto sobrevino tras todo lo contrario, cuando se creó conciencia que no se podía ganar por la fuerza sin pagar costos insoportables. Sólo que se cometió el error de hacerlo muy tarde, cuando una vez alterado el equilibrio bélico a favor de los norvietnamitas y guerrilleros, poco o nada quedaba por negociar, excepto marcharse apresuradamente colgado de las patas de un helicóptero.
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