Zafra de las palabras huecas
La lucha interna que libran a campo abierto los que aspiran a ser candidatos por sus respectivos partidos políticos, ha adelantado la zafra sobre toda clase y tipo de promesas, desde las que son obvias en boca del clásico charlatán de esquina hasta las bien pensadas y documentadas. Para cada comunidad tienen una oferta y en cada reunión un compromiso.
Lo triste del espectáculo, al que asistimos como invitados forzosos, unos, y, como avariciosos actores, otros, es que el político nacional es como la piedra: no cambia, se aferra a la demagogia como si ese lenguaje fuese la lámpara de Aladino, al discurso común, a la repartidera de regalos baratos y a la comercialización de sus poses fotográficas.
Cualquier idiota, entremetido personaje popular de ocasión y protagonista de fiesta de chiquillos, se autoproclama como líder mesiánico al tiempo que otros se pasean por las calles como dignos ejemplos de cadáveres insepultos. La ideología es la murga de carnaval y los programas de gobierno son trapitos de cocina.
Estoy más que seguro que algún día la gente descubrirá la luz y separará al hipócrita, rayará al farsante y le bloqueará el camino a tantos bufones que, porque ya nos hicieron tanto daño, piensan aún lo pueden seguir haciendo impunemente y sin costo alguno.
Sin embargo, nada de lo que está ocurriendo y lo que pasará hasta el primer domingo de mayo del año próximo, será inédito ni sorprendente. Y para peor racha, nada tampoco pasará como para cambiar de raíz nuestra lerda manera de hacer política desde que así empezamos en estos "trepaquesubes" de tiempos inatrapables.
Ahora, como todos los ayeres, volveremos a reír para no llorar leyendo los principios del gobierno que prometen y que nadie, con un solo dedo de frente, puede llegar a soñar que serán cumplidos. Y nos volverán las migrañas soportando los mismos discursos pastosos sobre los grandes intereses nacionales. Vocearán, como comerciantes de mercado público, sus profundas preocupaciones sobre las infinitas privaciones populares, pero para dedicarse, desde la silla, a relamerse de las planillas oficiales con una perplejidad patológica. Gritarán todo lo malo del gobernante para hacer, más tarde, con su cara de cemento, lo mismo y lo peor.
El país, pese a todo, no es tan complejo ni sus problemas cubren todos los tomos de una enciclopedia escolar. Si quisiéramos (y debemos) distinguir entre el auténtico y el ficticio, digámosle a los candidatos que de manera precisa, concisa y maciza definan soluciones en unos contados temas: el acceso permanente a la comida básica, fuentes de empleo fijos, transporte público de pasajeros y justicia. Todo lo demás son y serían palabras huecas.
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