Campesinos se apegan a sus tradiciones
Publicado 2007/06/01 23:00:00
- Milerick Alvendas
Añoran la tranquilidad del campo y no cambian el agua de la tinaja, ni el arroz con frijoles.
Una mirada por los paisajes interioranos, deja al descubierto la figura sencilla del hombre campesino que, en medio de la evolución de los pueblos, busca conservar las raíces más autóctonas de la vida humilde y laboriosa que heredaron de sus antepasados.
La alegre saloma, en medio de la peonada, el agua en las totumas y el sombrero para ampararse del sol siguen siendo parte de los elementos primordiales de estos hombres, que se levantan desde tempranas horas de la madrugada para trabajar los bienes que Dios les ha regalado y ganar así el sustento familiar.
Marcelino Corrales, quien desde los 15 años se dedica al trabajo en el campo, relató que desde pequeño se le enseñaba a valorar la tierra y los frutos que les daba y fue a través de los padres y abuelos que ellos aprendieron a sacarle provecho.
"Con una tortilla y frijoles como vianda, salíamos a trabajar muy temprano en la faena diaria, que se extendía hasta que se ocultara el sol", relató Marcelino, quien recordó que en los siembros se ayudaban unos a otros y utilizaban las herramientas que el propio hombre construía para poder subsistir.
Mencionó la coa, el chuzo, la churuca de bejuco y las totumas para llevar el agua de las quebradas y pozos, como los materiales fundamentales para las faenas del campo.
Acotó que aunque hoy día se ha ido incorporando mucha tecnología en la actividad agropecuaria, hay quienes aún conservan lo tradicional.
Para Corrales, el mejor legado que tiene es la forma rudimentaria de trabajar, porque puede salir adelante ante cualquier dificultad que se le presente, tomando en cuenta que hasta las "mañas" del antiguo campesino son importantes para tener buenas cosechas, partiendo de que antes no utilizaban el arado ni los abonos preparados en tiendas.
Con la mirada ya cansada del trabajo, el señor Pastor Aparicio, oriundo de la comunidad de El Cajeto de Los Pozos, también compartió su experiencia.
Aseguró que no hay nada como vivir en la tranquilidad del campo y, aunque hoy día hay mucho modernismo, no cambia el agua de la tinaja, el arroz con frijoles y el aire fresco y saludable de su pueblo.
Don Pastor recordó que con el canto de los primeros gallos, se anunciaba el inicio de una nueva jornada, donde todos salían entusiasmados a sembrar maíz, arroz y frijoles, que eran los alimentos que más consumían, y a diferencia de ahora las peonadas eran extensas y duras, pero lo hacían todo con muchas ganas.
Como rebuscando en su memoria, manifestó que con 89 años él sigue despertándose con el canto de los gallos y, aunque ya no trabaja como antes, se siente muy contento de ser un campesino que ha sabido conservar sus raíces y dar valor a las cosas sencillas que vienen de la creación, para que el hombre pobre y trabajador pueda vivir.
La alegre saloma, en medio de la peonada, el agua en las totumas y el sombrero para ampararse del sol siguen siendo parte de los elementos primordiales de estos hombres, que se levantan desde tempranas horas de la madrugada para trabajar los bienes que Dios les ha regalado y ganar así el sustento familiar.
Marcelino Corrales, quien desde los 15 años se dedica al trabajo en el campo, relató que desde pequeño se le enseñaba a valorar la tierra y los frutos que les daba y fue a través de los padres y abuelos que ellos aprendieron a sacarle provecho.
"Con una tortilla y frijoles como vianda, salíamos a trabajar muy temprano en la faena diaria, que se extendía hasta que se ocultara el sol", relató Marcelino, quien recordó que en los siembros se ayudaban unos a otros y utilizaban las herramientas que el propio hombre construía para poder subsistir.
Mencionó la coa, el chuzo, la churuca de bejuco y las totumas para llevar el agua de las quebradas y pozos, como los materiales fundamentales para las faenas del campo.
Acotó que aunque hoy día se ha ido incorporando mucha tecnología en la actividad agropecuaria, hay quienes aún conservan lo tradicional.
Para Corrales, el mejor legado que tiene es la forma rudimentaria de trabajar, porque puede salir adelante ante cualquier dificultad que se le presente, tomando en cuenta que hasta las "mañas" del antiguo campesino son importantes para tener buenas cosechas, partiendo de que antes no utilizaban el arado ni los abonos preparados en tiendas.
Con la mirada ya cansada del trabajo, el señor Pastor Aparicio, oriundo de la comunidad de El Cajeto de Los Pozos, también compartió su experiencia.
Aseguró que no hay nada como vivir en la tranquilidad del campo y, aunque hoy día hay mucho modernismo, no cambia el agua de la tinaja, el arroz con frijoles y el aire fresco y saludable de su pueblo.
Don Pastor recordó que con el canto de los primeros gallos, se anunciaba el inicio de una nueva jornada, donde todos salían entusiasmados a sembrar maíz, arroz y frijoles, que eran los alimentos que más consumían, y a diferencia de ahora las peonadas eran extensas y duras, pero lo hacían todo con muchas ganas.
Como rebuscando en su memoria, manifestó que con 89 años él sigue despertándose con el canto de los gallos y, aunque ya no trabaja como antes, se siente muy contento de ser un campesino que ha sabido conservar sus raíces y dar valor a las cosas sencillas que vienen de la creación, para que el hombre pobre y trabajador pueda vivir.
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