La soledad de Pedro Knight
Publicado 2003/08/08 23:00:00
- Carlos A López Z
En Nueva Jersey, cerca de Nueva York, la babilónica capital del mundo, un músico cubano de 79 años procura armarse de valor para asimilar el amargo papel que le depara el destino: el de viudo de Celia Cruz, auténtico ícono del arte musical que partió al más allá, tras mantenerse en la cresta de la popularidad por espacio de 50 años.
Este hombre que hoy vive uno de los domingos más tristes de su vida se llama Pedro Knight Caballero. Nació en Matanzas, en 1924, en la misma cuna de la gloriosa e irrepetible Sonora Matancera, de la que fue uno de sus fundadores históricos.
Antes de ser trompetista, trabajaba como tipógrafo de un diario cubano. Knigth, el viudo que más condolencias ha recibido y en todos los idiomas, conoció a su Celia cuando ella llegó a cantar a la Sonora Matancera. Se casaron por lo civil en Nueva York, el sábado 14 de julio de 1962, tres meses después de la muerte, en Cuba, de la madre de la artista.
Don Pedro -hombre de aspecto bondadoso- afrontó en los últimos meses los días más duros de su existencia, a partir del momento en que se le diagnóstico a Celia el cáncer cerebral que le quitaría la vida y lo separaría de la mujer con la que compartió los mejores años de su existencia.
A pesar de la partida de su amada, él no puede apartarla ni un instante de su charla, en la que se mezclan anécdotas que devuelven la risa al rostro cansado del músico que abandonó su actividad de trompetista excelso para dedicarse a la carrera de manager y esposo y los instantes de silencio cuando Pedro pugna por impedir que surjan lágrimas nacidas de un pasado irrecuperable, cortado de un tajo por la muerte.
No teníamos planeado preguntarle sobre la enfermedad de Celia Cruz, pero antes de iniciar la charla, nos dijo: "Yo tengo un compromiso grande con ella. Nunca quiso hablar de su enfermedad y eso lo he respetado. Por eso les suplico que evitemos hablar de ese tema para no echar a perder el compromiso mío con Celia".
Llevaron su ritmo a las entrañas de la Tierra, a los rincones más apartados y los sitios más fantásticos del mundo, pero hoy Knight reconoce una triste verdad: "Recorrimos el mundo, pero no lo conocimos". Siempre era lo mismo: del aeropuerto al hotel, del hotel al trabajo. Celia se limitaba, no iba a la playa porque si se enfermaba no quería que después dijeran que por estar paseando no podría cumplir.
Cuando a ella le gustaba un lugar, me decía "Negro, tráeme aquí cuando estemos de vacaciones"", comenta al rememorar pasajes de su vida, que se confunden en su memoria y se repiten como si al hacerlo tratara de mantener la imagen fresca de su Celia.
Celia sigue junto a su "cabecita de algodón", un apodo que ella le puso y lo hizo conocer al público. Y la realidad puede palparse en un hecho: pocas veces Pedro se refiere a ella en tiempo pasado. Habla de Celia como si estuviera viva, en presente. Cuando la aceptación de su partida definitiva se hace evidente, Pedro evita mirarnos porque en sus ojos empieza a nacer un tenue y húmedo velo. ¿Cómo estará Pedro Knight?, es una pregunta que hemos escuchado muchas veces desde que el cuerpo de la "Reina de la rumba" fue dejado en un cementerio del Bronx.
Se le nota sumido en una nostalgia profunda y conmovedora, pero cuando alguien habla de la grandeza de su compañera eterna, de sus momentos triunfales, del amor que los mantuvo unidos, los ojos se le iluminan, sonríe anchamente y hasta tiene tiempo para un pasaje ocurrente de la vida de la estrella. Y confiesa: "Ella era demasiado especial para mí. Aún enferma, como estaba, les hacía un pedido a sus amistades: cuídenme a Pedro, denle todas sus medicinas".
No sobreviven mucho las parejas del mundo del espectáculo. Lo de Celia y Pedro fue una rareza. Ni una sombra en los 41 años que compartieron; ella deslumbrante, triunfadora, convocadora de multitudes frenéticas que se agitaban con su "tumbao". Él, ubicado por propia voluntad en un segundo plano; incapaz de querer abandonar su papel de director musical de la carrera de su esposa después de haber brillado como trompetista.
Pedro nos habla así de ese romance inextinguible: "Cuando nos conocimos, en el tiempo en que estábamos en La Sonora, llegamos ser grandes amigos. Nadie puede decir en qué momento empieza un romance. Ella era una muchacha muy seria y responsable y con el tiempo se fue transformando esa amistad. Ni yo ni ella pensamos que algún día íbamos a casarnos, pero sucedió. Por eso muchas veces, para molestarme, me decía: "yo le dí el sí al juez, a ti no te lo he dado"".
¿Qué siente un ser humano cuando pierde a su pareja luego de compartir cada instante durante cuatro décadas? Difícil poder describirlo con palabras. Pedro lo intenta: "Yo era la niña de los ojos de esa mujer. Ella me quería mucho y yo a ella. Hoy siento en el alma que no esté conmigo. La voy a extrañar muchísimo. La tristeza que siento hoy va a estar conmigo quién sabe hasta cuando. Yo digo que si el día tiene 24 horas, nosotros estábamos juntos 25. Era tan especial conmigo que hasta me escogía la ropa que yo debía ponerme cada día. El traje que combinara con la corbata. Y yo la complacía porque sabía que todo lo hacía en beneficio mío".
"Su carácter; era muy alegre, siempre estaba alegre. Ella casi no se afectaba por nada, sólo le molestaba que le dijeran una mentira". Pedro Knight confiesa que han sido días de enorme tristeza, pero que ayudó a confortarlo "el amor por Celia de todos los latinoamericanos en este país".
Nos cuenta que él jamás pensó que Celia iba a morir tan pronto, pues "ella era muy fuerte, se reponía rápido de cualquier enfermedad. Pensé que iba a vivir más -dice- pero el que está allá arriba manda más que cualquiera de nosotros".
A veces Pedro parece fugarse de la charla que ha transcurrido en total paz, bajo la advertencia de que podía cortarla en el instante en que se sintiera cansado o perdiera ganas de hablar. Lo más probable es que haya estado con ella; con Celia, ajeno al ambiente en el que estábamos nosotros. ¿Qué le pediría a la gente en este momento? Pedro se lleva ambas manos a su frente, esconde un poco el rostro y piensa. "Que nunca se olviden de ella" contesta. Y agrega: "Yo tampoco voy a poder olvidarla".
Después sonríe y aparece un brillo malicioso en sus ojos antes de contarnos: "Voy a decirles algo que he dicho poco: yo soy cubano y músico, pero no sé bailar". ¿Y Celia no intentó enseñarle?, le preguntamos y él responde con un tono de picardía, siempre sonriente: "No, Celia no quería que yo aprendiera a bailar".
Este hombre que hoy vive uno de los domingos más tristes de su vida se llama Pedro Knight Caballero. Nació en Matanzas, en 1924, en la misma cuna de la gloriosa e irrepetible Sonora Matancera, de la que fue uno de sus fundadores históricos.
Antes de ser trompetista, trabajaba como tipógrafo de un diario cubano. Knigth, el viudo que más condolencias ha recibido y en todos los idiomas, conoció a su Celia cuando ella llegó a cantar a la Sonora Matancera. Se casaron por lo civil en Nueva York, el sábado 14 de julio de 1962, tres meses después de la muerte, en Cuba, de la madre de la artista.
Don Pedro -hombre de aspecto bondadoso- afrontó en los últimos meses los días más duros de su existencia, a partir del momento en que se le diagnóstico a Celia el cáncer cerebral que le quitaría la vida y lo separaría de la mujer con la que compartió los mejores años de su existencia.
A pesar de la partida de su amada, él no puede apartarla ni un instante de su charla, en la que se mezclan anécdotas que devuelven la risa al rostro cansado del músico que abandonó su actividad de trompetista excelso para dedicarse a la carrera de manager y esposo y los instantes de silencio cuando Pedro pugna por impedir que surjan lágrimas nacidas de un pasado irrecuperable, cortado de un tajo por la muerte.
No teníamos planeado preguntarle sobre la enfermedad de Celia Cruz, pero antes de iniciar la charla, nos dijo: "Yo tengo un compromiso grande con ella. Nunca quiso hablar de su enfermedad y eso lo he respetado. Por eso les suplico que evitemos hablar de ese tema para no echar a perder el compromiso mío con Celia".
Llevaron su ritmo a las entrañas de la Tierra, a los rincones más apartados y los sitios más fantásticos del mundo, pero hoy Knight reconoce una triste verdad: "Recorrimos el mundo, pero no lo conocimos". Siempre era lo mismo: del aeropuerto al hotel, del hotel al trabajo. Celia se limitaba, no iba a la playa porque si se enfermaba no quería que después dijeran que por estar paseando no podría cumplir.
Cuando a ella le gustaba un lugar, me decía "Negro, tráeme aquí cuando estemos de vacaciones"", comenta al rememorar pasajes de su vida, que se confunden en su memoria y se repiten como si al hacerlo tratara de mantener la imagen fresca de su Celia.
Celia sigue junto a su "cabecita de algodón", un apodo que ella le puso y lo hizo conocer al público. Y la realidad puede palparse en un hecho: pocas veces Pedro se refiere a ella en tiempo pasado. Habla de Celia como si estuviera viva, en presente. Cuando la aceptación de su partida definitiva se hace evidente, Pedro evita mirarnos porque en sus ojos empieza a nacer un tenue y húmedo velo. ¿Cómo estará Pedro Knight?, es una pregunta que hemos escuchado muchas veces desde que el cuerpo de la "Reina de la rumba" fue dejado en un cementerio del Bronx.
Se le nota sumido en una nostalgia profunda y conmovedora, pero cuando alguien habla de la grandeza de su compañera eterna, de sus momentos triunfales, del amor que los mantuvo unidos, los ojos se le iluminan, sonríe anchamente y hasta tiene tiempo para un pasaje ocurrente de la vida de la estrella. Y confiesa: "Ella era demasiado especial para mí. Aún enferma, como estaba, les hacía un pedido a sus amistades: cuídenme a Pedro, denle todas sus medicinas".
No sobreviven mucho las parejas del mundo del espectáculo. Lo de Celia y Pedro fue una rareza. Ni una sombra en los 41 años que compartieron; ella deslumbrante, triunfadora, convocadora de multitudes frenéticas que se agitaban con su "tumbao". Él, ubicado por propia voluntad en un segundo plano; incapaz de querer abandonar su papel de director musical de la carrera de su esposa después de haber brillado como trompetista.
Pedro nos habla así de ese romance inextinguible: "Cuando nos conocimos, en el tiempo en que estábamos en La Sonora, llegamos ser grandes amigos. Nadie puede decir en qué momento empieza un romance. Ella era una muchacha muy seria y responsable y con el tiempo se fue transformando esa amistad. Ni yo ni ella pensamos que algún día íbamos a casarnos, pero sucedió. Por eso muchas veces, para molestarme, me decía: "yo le dí el sí al juez, a ti no te lo he dado"".
¿Qué siente un ser humano cuando pierde a su pareja luego de compartir cada instante durante cuatro décadas? Difícil poder describirlo con palabras. Pedro lo intenta: "Yo era la niña de los ojos de esa mujer. Ella me quería mucho y yo a ella. Hoy siento en el alma que no esté conmigo. La voy a extrañar muchísimo. La tristeza que siento hoy va a estar conmigo quién sabe hasta cuando. Yo digo que si el día tiene 24 horas, nosotros estábamos juntos 25. Era tan especial conmigo que hasta me escogía la ropa que yo debía ponerme cada día. El traje que combinara con la corbata. Y yo la complacía porque sabía que todo lo hacía en beneficio mío".
"Su carácter; era muy alegre, siempre estaba alegre. Ella casi no se afectaba por nada, sólo le molestaba que le dijeran una mentira". Pedro Knight confiesa que han sido días de enorme tristeza, pero que ayudó a confortarlo "el amor por Celia de todos los latinoamericanos en este país".
Nos cuenta que él jamás pensó que Celia iba a morir tan pronto, pues "ella era muy fuerte, se reponía rápido de cualquier enfermedad. Pensé que iba a vivir más -dice- pero el que está allá arriba manda más que cualquiera de nosotros".
A veces Pedro parece fugarse de la charla que ha transcurrido en total paz, bajo la advertencia de que podía cortarla en el instante en que se sintiera cansado o perdiera ganas de hablar. Lo más probable es que haya estado con ella; con Celia, ajeno al ambiente en el que estábamos nosotros. ¿Qué le pediría a la gente en este momento? Pedro se lleva ambas manos a su frente, esconde un poco el rostro y piensa. "Que nunca se olviden de ella" contesta. Y agrega: "Yo tampoco voy a poder olvidarla".
Después sonríe y aparece un brillo malicioso en sus ojos antes de contarnos: "Voy a decirles algo que he dicho poco: yo soy cubano y músico, pero no sé bailar". ¿Y Celia no intentó enseñarle?, le preguntamos y él responde con un tono de picardía, siempre sonriente: "No, Celia no quería que yo aprendiera a bailar".
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