Porque eres mujer...hazte valorar y respetar
Publicado 1999/04/26 23:00:00
Dios con su inmenso poder y misericordia hizo al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, dándoles potestad para ejercer el poder sobre todo lo que habitaba sobre la tierra y con libre albedrío. De igual manera, ordenó a ambos estar sujetos unos a otros.
Estos principios cristianos colocan a la mujer, al igual que al hombre en la misma posición privilegiada dentro de la creación.
Luego de la desvalorización de la mujer en el ámbito social, cuando sólo se le concebía en su papel de procrear y atender al esposo y a la crianza de los hijos, reclutada en el hogar, ésta ocupa un nuevo sitial con la revolución industrial, incorporándose luego de arduas luchas a puestos laborales y profesionales, antes prohibitivos para ella, al igual que al otorgársele el derecho al sufragio, sin que por ello haya perdido su naturaleza sensible ni dejado de cumplir con su rol de esposa o madre, en quien en muchos casos recae más responsabilidades que las que se le llegan a reconocer.
En Panamá, la mujer no ha estado exenta a sufrir privaciones y vejaciones como ha sido la tónica en otros puntos de nuestro planeta.
En el ámbito familiar, todavía se practican medidas disciplinarias y formativas adecuadas a niños y niñas que responden a una cultura machista, siendo éstas en mucho responsables de caracteres y desórdenes de la personalidad que exhiben adolescentes y adultos femeninos que tienden al perfeccionismo al haber sido objetos desde pequeños de señalamientos que implican críticas o censuras por los adultos como cuando se le comenta, por ejemplo "te ves bien, pero mejor te sueltas el cabello", lo que lleva una crítica implícita y no aceptación ni respeto por la identidad. Sin embargo, al varón no se le presta mucha atención en cuanto a su apariencia personal, pero se le refuerza su ego, "eres el hombrecito de la casa", cuando en estas aseveraciones en muchos casos fomentamos antivalores y marcamos una línea divisoria.
En otro rubro, se le hace sentir siempre a éstos que tienen privacía sobre el mal denominado "sexo débil", llegando nosotras a introyectar y responder de una u otra manera a esto.
Sólo basta con ver la manera fácil con que se aceptan y justifican muchas conductas en figuras masculinas cercanas o no a nosotras, ligadas o no afectivamente, solamente por el simple hecho de "ser hombres", cuando esas mismas conductas serían motivo de grandes censuras y críticas en figuras femeninas (estafas, infidelidad, adulterio, inconfidencialidad, actos abruptos, obsecenidades y hasta mala apariencia personal).
Por diversas razones, se llega a internalizar en una gran mayoría de la población femenina una auto imagen o auto estima supeditada a la figura masculina a la que en forma consciente o inconsciente llegamos a responder en pro de nuestra identidad.
Es esa misma situación la que nos lleva a sentirnos temerosas, incapaces, inseguras al tomar riesgos, enfrentar retos y a privarnos de apoyar o de identificarnos con mujeres que logran romper barreras y luchar por lo que casi pareciera un imposible en un medio hostil, donde nosotras, mayoría, reconocemos y damos mayor poder y valor al hombre a pesar de que rige el dicho que detrás de "un gran hombre hay siempre una gran mujer" y de que "el hombre muestra su inteligencia al escoger su esposa", entre otros refranes del argot popular.
No podemos negar el papel preponderante que a pesar de los obstáculos y limitaciones, que en muchos casos, los proveemos nosotras mismas, han logrado poner a mujeres valientes y comprometidas a la vanguardia de la historia en muchos campos del quehacer humano.
No se requiere el identificarse con un movimiento feminista, para reconocer en todo su valor aquel refrán que dice que "no hay peor enemiga de la mujer que la mujer misma".
Que tan difícil resulta al sexo femenino aceptar el reconocimiento público del valor y el estoicismo de mujeres profesionales, políticas y amas de casa, etc. y sin embargo se aceptan y se ponderan acciones y conductas del sexo masculino en igualdad de condiciones.
Pareciera que en nuestra sociedad es relevante al concederle dones y atributos a los hombres, cuando los negamos en nosotras mismas, dándoles excusas y pasando por alto hechos que no se permitirían ni aplaudirían en quienes pertenecen a nuestro género.
El sentirse halagadas o autorrealizadas cuando en una reunión social se les ubica junto al hombre "más apuesto", "más viril", "más exitoso", debe ser también el sentir que debe llevar a querer identificarse con otras mujeres con capacidad, valores y grandes atributos que en muchas ocasiones pasan desapercibidos.
En el trastrueque de roles y valores en nuestro medio social, se desvaloriza, se humilla, se irrespeta y se permite utilizar a la mujer por quienes se denomina "sexo fuerte", cuando éste resulta, sin embargo, ser muy vulnerable y débil ante una mujer sagaz y astuta, de lo que pareció haberse percatado, hasta la serpiente en el paraíso.
Cuántas veces se han escuchado aseveraciones como "qué afortunado" o "qué suerte tienen los hombres" por tal o cual motivo, sin darnos cuenta que al hacer estas afirmaciones se están marcando las diferencias que en mucho les favorece, pues se introyectan actitudes, posturas y acciones que reflejan la aceptación de una imagen desvirtuada, ajena a las posiciones privilegiadas a las que tenemos todo el derecho de aspirar con las capacidades y habilidades para cumplirlas a satisfacción.
Mujeres panameñas, porque Dios lo ha querido, hagámos valorar, respetar y reconocer en toda su magnitud el papel preponderante que también somos capaces de desempeñar en cada ámbito de nuestro medio social, ganándonos el respeto y admiración de nuestros conciudadanos, reforzando así el privilegio de ser mujer.
Estos principios cristianos colocan a la mujer, al igual que al hombre en la misma posición privilegiada dentro de la creación.
Luego de la desvalorización de la mujer en el ámbito social, cuando sólo se le concebía en su papel de procrear y atender al esposo y a la crianza de los hijos, reclutada en el hogar, ésta ocupa un nuevo sitial con la revolución industrial, incorporándose luego de arduas luchas a puestos laborales y profesionales, antes prohibitivos para ella, al igual que al otorgársele el derecho al sufragio, sin que por ello haya perdido su naturaleza sensible ni dejado de cumplir con su rol de esposa o madre, en quien en muchos casos recae más responsabilidades que las que se le llegan a reconocer.
En Panamá, la mujer no ha estado exenta a sufrir privaciones y vejaciones como ha sido la tónica en otros puntos de nuestro planeta.
En el ámbito familiar, todavía se practican medidas disciplinarias y formativas adecuadas a niños y niñas que responden a una cultura machista, siendo éstas en mucho responsables de caracteres y desórdenes de la personalidad que exhiben adolescentes y adultos femeninos que tienden al perfeccionismo al haber sido objetos desde pequeños de señalamientos que implican críticas o censuras por los adultos como cuando se le comenta, por ejemplo "te ves bien, pero mejor te sueltas el cabello", lo que lleva una crítica implícita y no aceptación ni respeto por la identidad. Sin embargo, al varón no se le presta mucha atención en cuanto a su apariencia personal, pero se le refuerza su ego, "eres el hombrecito de la casa", cuando en estas aseveraciones en muchos casos fomentamos antivalores y marcamos una línea divisoria.
En otro rubro, se le hace sentir siempre a éstos que tienen privacía sobre el mal denominado "sexo débil", llegando nosotras a introyectar y responder de una u otra manera a esto.
Sólo basta con ver la manera fácil con que se aceptan y justifican muchas conductas en figuras masculinas cercanas o no a nosotras, ligadas o no afectivamente, solamente por el simple hecho de "ser hombres", cuando esas mismas conductas serían motivo de grandes censuras y críticas en figuras femeninas (estafas, infidelidad, adulterio, inconfidencialidad, actos abruptos, obsecenidades y hasta mala apariencia personal).
Por diversas razones, se llega a internalizar en una gran mayoría de la población femenina una auto imagen o auto estima supeditada a la figura masculina a la que en forma consciente o inconsciente llegamos a responder en pro de nuestra identidad.
Es esa misma situación la que nos lleva a sentirnos temerosas, incapaces, inseguras al tomar riesgos, enfrentar retos y a privarnos de apoyar o de identificarnos con mujeres que logran romper barreras y luchar por lo que casi pareciera un imposible en un medio hostil, donde nosotras, mayoría, reconocemos y damos mayor poder y valor al hombre a pesar de que rige el dicho que detrás de "un gran hombre hay siempre una gran mujer" y de que "el hombre muestra su inteligencia al escoger su esposa", entre otros refranes del argot popular.
No podemos negar el papel preponderante que a pesar de los obstáculos y limitaciones, que en muchos casos, los proveemos nosotras mismas, han logrado poner a mujeres valientes y comprometidas a la vanguardia de la historia en muchos campos del quehacer humano.
No se requiere el identificarse con un movimiento feminista, para reconocer en todo su valor aquel refrán que dice que "no hay peor enemiga de la mujer que la mujer misma".
Que tan difícil resulta al sexo femenino aceptar el reconocimiento público del valor y el estoicismo de mujeres profesionales, políticas y amas de casa, etc. y sin embargo se aceptan y se ponderan acciones y conductas del sexo masculino en igualdad de condiciones.
Pareciera que en nuestra sociedad es relevante al concederle dones y atributos a los hombres, cuando los negamos en nosotras mismas, dándoles excusas y pasando por alto hechos que no se permitirían ni aplaudirían en quienes pertenecen a nuestro género.
El sentirse halagadas o autorrealizadas cuando en una reunión social se les ubica junto al hombre "más apuesto", "más viril", "más exitoso", debe ser también el sentir que debe llevar a querer identificarse con otras mujeres con capacidad, valores y grandes atributos que en muchas ocasiones pasan desapercibidos.
En el trastrueque de roles y valores en nuestro medio social, se desvaloriza, se humilla, se irrespeta y se permite utilizar a la mujer por quienes se denomina "sexo fuerte", cuando éste resulta, sin embargo, ser muy vulnerable y débil ante una mujer sagaz y astuta, de lo que pareció haberse percatado, hasta la serpiente en el paraíso.
Cuántas veces se han escuchado aseveraciones como "qué afortunado" o "qué suerte tienen los hombres" por tal o cual motivo, sin darnos cuenta que al hacer estas afirmaciones se están marcando las diferencias que en mucho les favorece, pues se introyectan actitudes, posturas y acciones que reflejan la aceptación de una imagen desvirtuada, ajena a las posiciones privilegiadas a las que tenemos todo el derecho de aspirar con las capacidades y habilidades para cumplirlas a satisfacción.
Mujeres panameñas, porque Dios lo ha querido, hagámos valorar, respetar y reconocer en toda su magnitud el papel preponderante que también somos capaces de desempeñar en cada ámbito de nuestro medio social, ganándonos el respeto y admiración de nuestros conciudadanos, reforzando así el privilegio de ser mujer.

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