Desde los 11 años, Ulises cayó en el flagelo de las drogas.
Una delgada línea separa a indigentes y orates
Publicado 2013/08/16 14:01:00
- Miriam Lasso/Web
En las comunidades queda el comportamiento solidario capaz de incorporar a estas personas a lo poco que tengan.
Existen diferencias entre los seres humanos que, por distintas razones, terminan teniendo el cielo como techo, el suelo como cama y retazos de cartón como abrigo y almohada. Y, aunque parezcan iguales, hay características que distinguen a un indigente de un orate y también entre ellos existen factores de causa y efecto que hacen que cada historia sea diferente de la otra.
Hay quienes caen el hoyo sin retorno, pero también están las historias de quienes tocaron fondo y, repentinamente, se catapultaron para "volver a la vida".
En medio de la satisfacción de haber recuperado su dignidad y el arrepentimiento por haber caído en tal degradación social, Ulises Cornejo, después de 13 años, relata cómo la fuerza de voluntad, la fe y el deseo de superación lograron sacarlo de las calles.
Desde los 11 años, Ulises cayó en el flagelo de las drogas, que poco a poco lo llevó a la delincuencia, y posteriormente a la indigencia.
Experimentó el abandono y el desprecio tanto de sus familiares como el de la sociedad, vivía en los callejones, en los parques y comía de las sobras que eran depositadas en los basureros.
Asegura que su vida se fue al despeñadero cuando su madre le cerró las puertas de su casa, no porque no lo quisieran, sino por que la adicción lo llevó a la delincuencia y la violencia.
Explica que el camino de la indigencia es muy duro y se padece mucho, además del hambre, se sufre la humillación, el desprecio y el maltrato.
Ulises, cuenta con indignación, “que nunca encontró en la sociedad una esperanza para salir de esta situación”.
Luego de haber estado detenido, en al menos cuatro ocasiones, por robar para satisfacer su adicción, un día en medio de una crisis, sintió la necesidad de retomar las riendas de su vida.
En 1994 estando en el desaparecido Penal de Coiba, conoció la palabra de Dios, lo que asegura le dio fuerzas para emprender su reconciliación con la sociedad.
Luego de 13 años, Ulises se describe como una persona útil, tiene una esposa y cuatro hijos, a los que no les oculta su miserable pasado y la realidad de su vida.
Actualmente, se desempeña como seguridad en el Centro de Salud de Santa Ana en la ciudad capital, tiene una casa propia y adicionalemente comparte su experiencia y fe, especialmente con la juventud.
Manifiesta que su experiencia le da propiedad para hablar del tema, igualmente destaca que las autoridades están haciendo un trabajo, pero que no es suficiente, indica que la indigencia va más allá de un paliativo, se requiere de fe y esperanza además de una oportunidad de reintegración tanto social como económica.
Ulises responsabiliza de su debilidad ante el vicio, a la pobreza y la desintegración familiar que sufrió de niño, que terminó convirtiéndolo en “un ser despreciado por la sociedad”.
Esta aseveración la respalda el sociólogo, Roberto Pinock, quien manifiesta que el 99% de los orates tienen sus orígenes en la extrema pobreza y un porcentaje mínimo son el resultado de adicción.
Explica que generalmente confundimos la indigencia con los orates, no obstante, la primera define una situación de extrema pobreza en general y son los orates quienes ocupan el último escalón de este nivel social.
Son entonces los orates, aquellas personas que encontramos durmiendo en las calles, desaliñados y con poca presencia, comiendo de los tinacos, concluye.
También destaca como curioso la relación que se hace de los orates y las ciudades, algo que para la sociología tiene sentido.
Explica Pinock que la diferencia entre las áreas rurales y la urbe es el mecanismo de la solidaridad, el cual se pierde en la medida que avanza el desarrollo.
“En las áreas rurales hay personas que pudiendo trabajar, deciden asumir la protección de aquel adulto mayor, adicto o discapacitado que pudo llegar a ser un orate por su condición”.
En las comunidades quedan el comportamiento solidario capaz de incorporar a estas personas a lo poco que tengan.
La indigencia refleja que la sociedad de alguna manera, está fracasando en su nivel de integración de las poblaciones. Algo está dejando de hacer o haciendo que no está dando la oportunidad para que las personas que están en esta situación puedan salir de ella.
En los primeros meses del 2013, la Alcaldía de Panamá ha rescatado a unas 176 personas de las calles, a los que aseguran mantienen en programas de rehabilitación.
Igualmente detalla la institución, que el 88% de las personas rescatadas tienen relación directa con la adicción.
Las personas reciben ropa, corte de cabello, comida, aseo personal, una charla dictada por psicólogos y trabajadores sociales y posteriormente son remitidos a la Fundación REMAR.
Sin embargo, indica que la indigencia es un problema de Estado y no solo de caridad. Recogerlos y asearlos no soluciona el problema como piensan algunas autoridades.
“Se puede aliviar el problema de esa persona, pero no resuelve la causa que genera que existan. Aunque se murieran, la sociedad seguiría produciendo más orates”, dijo.
En este proceso también se destaca el trabajo de las iglesias. Pinock señala que la iglesia puede brindar su aporte ayudando a los individuos a encontrarle sentido a la vida, a las normas y plantearse metas tantos sociales como familiares.
Puntualiza, que las sociedades conocen el problema, sin embargo, no existe el nivel de compromiso necesario de llevar el proyecto. Comprender que el problema no termina al sacarlos de las calles sino garantizándoles una actividad que le permita sostenerse dignamente.
Hay quienes caen el hoyo sin retorno, pero también están las historias de quienes tocaron fondo y, repentinamente, se catapultaron para "volver a la vida".
En medio de la satisfacción de haber recuperado su dignidad y el arrepentimiento por haber caído en tal degradación social, Ulises Cornejo, después de 13 años, relata cómo la fuerza de voluntad, la fe y el deseo de superación lograron sacarlo de las calles.
Desde los 11 años, Ulises cayó en el flagelo de las drogas, que poco a poco lo llevó a la delincuencia, y posteriormente a la indigencia.
Experimentó el abandono y el desprecio tanto de sus familiares como el de la sociedad, vivía en los callejones, en los parques y comía de las sobras que eran depositadas en los basureros.
Asegura que su vida se fue al despeñadero cuando su madre le cerró las puertas de su casa, no porque no lo quisieran, sino por que la adicción lo llevó a la delincuencia y la violencia.
Explica que el camino de la indigencia es muy duro y se padece mucho, además del hambre, se sufre la humillación, el desprecio y el maltrato.
Ulises, cuenta con indignación, “que nunca encontró en la sociedad una esperanza para salir de esta situación”.
Luego de haber estado detenido, en al menos cuatro ocasiones, por robar para satisfacer su adicción, un día en medio de una crisis, sintió la necesidad de retomar las riendas de su vida.
En 1994 estando en el desaparecido Penal de Coiba, conoció la palabra de Dios, lo que asegura le dio fuerzas para emprender su reconciliación con la sociedad.
Luego de 13 años, Ulises se describe como una persona útil, tiene una esposa y cuatro hijos, a los que no les oculta su miserable pasado y la realidad de su vida.
Actualmente, se desempeña como seguridad en el Centro de Salud de Santa Ana en la ciudad capital, tiene una casa propia y adicionalemente comparte su experiencia y fe, especialmente con la juventud.
Manifiesta que su experiencia le da propiedad para hablar del tema, igualmente destaca que las autoridades están haciendo un trabajo, pero que no es suficiente, indica que la indigencia va más allá de un paliativo, se requiere de fe y esperanza además de una oportunidad de reintegración tanto social como económica.
Ulises responsabiliza de su debilidad ante el vicio, a la pobreza y la desintegración familiar que sufrió de niño, que terminó convirtiéndolo en “un ser despreciado por la sociedad”.
Esta aseveración la respalda el sociólogo, Roberto Pinock, quien manifiesta que el 99% de los orates tienen sus orígenes en la extrema pobreza y un porcentaje mínimo son el resultado de adicción.
Explica que generalmente confundimos la indigencia con los orates, no obstante, la primera define una situación de extrema pobreza en general y son los orates quienes ocupan el último escalón de este nivel social.
Son entonces los orates, aquellas personas que encontramos durmiendo en las calles, desaliñados y con poca presencia, comiendo de los tinacos, concluye.
También destaca como curioso la relación que se hace de los orates y las ciudades, algo que para la sociología tiene sentido.
Explica Pinock que la diferencia entre las áreas rurales y la urbe es el mecanismo de la solidaridad, el cual se pierde en la medida que avanza el desarrollo.
“En las áreas rurales hay personas que pudiendo trabajar, deciden asumir la protección de aquel adulto mayor, adicto o discapacitado que pudo llegar a ser un orate por su condición”.
En las comunidades quedan el comportamiento solidario capaz de incorporar a estas personas a lo poco que tengan.
La indigencia refleja que la sociedad de alguna manera, está fracasando en su nivel de integración de las poblaciones. Algo está dejando de hacer o haciendo que no está dando la oportunidad para que las personas que están en esta situación puedan salir de ella.
En los primeros meses del 2013, la Alcaldía de Panamá ha rescatado a unas 176 personas de las calles, a los que aseguran mantienen en programas de rehabilitación.
Igualmente detalla la institución, que el 88% de las personas rescatadas tienen relación directa con la adicción.
Las personas reciben ropa, corte de cabello, comida, aseo personal, una charla dictada por psicólogos y trabajadores sociales y posteriormente son remitidos a la Fundación REMAR.
Sin embargo, indica que la indigencia es un problema de Estado y no solo de caridad. Recogerlos y asearlos no soluciona el problema como piensan algunas autoridades.
“Se puede aliviar el problema de esa persona, pero no resuelve la causa que genera que existan. Aunque se murieran, la sociedad seguiría produciendo más orates”, dijo.
En este proceso también se destaca el trabajo de las iglesias. Pinock señala que la iglesia puede brindar su aporte ayudando a los individuos a encontrarle sentido a la vida, a las normas y plantearse metas tantos sociales como familiares.
Puntualiza, que las sociedades conocen el problema, sin embargo, no existe el nivel de compromiso necesario de llevar el proyecto. Comprender que el problema no termina al sacarlos de las calles sino garantizándoles una actividad que le permita sostenerse dignamente.
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