El salto que se volvió oro
Nuestra fue la gloria, la medalla, el oro. Panamá estalló el lunes 18 de agosto de 2008 en una fiesta que quedará grabada para la historia del deporte nacional.
Irving Saladino se convirtió en el primer deportista nacido en nuestra tierra que subía al podio olímpico desde que Lloyd LaBeach lo hizo en Londres 1948, donde conquistó dos preseas de bronce . Habían pasado 60 años de esa última alegría.
En ese periódo vivimos de la gloria que nos proporcionó en el boxeo leyendas como Roberto "Mano de Piedra" Durán, Eusebio Pedroza, Ismael Laguna, Hilario Zapata... Rommel Fernández o Julio César Dely Valdés, en el fútbol o Rod Carew, Mariano Rivera y Carlos Lee, en el béisbol.
El triunfo de Saladino en Beijing se ha encargado de devolver el nombre de Panamá a los primeros planos, a las portadas de los periódicos del mundo, a los rincones menos esperados. Este no ha sido el éxito de Saladino, ni de Colón, ha sido el triunfo de un país, de un pueblo necesitado de alegrías y hechos que nos hagan sentirnos orgullosos de nuestra nacionalidad.
Antes mirábamos por televisión las canastas de Michael Jordan en la NBA, celebrabamos los goles de Ronaldo o los batazos de Alex Rodríguez en las Grandes Ligas. Hoy los niños quieren saltar como Saladino, el nuevo héroe de un país que necesita más ídolos, más Saladinos...
Esta historia, que comenzó hace cuatro años en Atenas, cuando Saladino participó en su primera olimpiada, cierra un ciclo y pone en lo más alto a un atleta que con disciplina, sacrificio, esfuerzo y pundonor, ha dado el salto de su vida, el salto que lo ha instalado en el Olimpo, el que lo ha convertido en leyenda de nuestro deporte.
El registro de 8,34 del panameño en la final del salto de longitud superó por lejos lo que hizo el sudafricano Khotso Mokoena, con 8,24, mientras que el bronce fue para el cubano Ibrahim Camejo, quien con 8,20 en su último intento apartó del podio al desconocido zimbabuense Ngonidzashe Makusha.
Dio la sensación que el campeón colonense administró bien sus energías, midiendo siempre lo que hacían sus rivales.
Con el oro asegurado, nuestro compatriota cumplió con el último salto por rutina y estalló en emoción. Llegó el abrazo con Roberto Durán, la señal al cielo, el rostro de felicidad y sacó la lengua como burlándose del oro, en fin, Saladino nos regaló una imagen de alegría que quedará grabada para siempre en nuestros corazones.
Ha sido una historia con un final feliz, una historia llena de sentimientos, de lágrimas que no hay que secar, sino más bien dejarlas correr por las mejillas para bendecir el éxito que vive el país.
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