Sobre todo
Administre su ego; le irá mejor
- Egbert Lewis ([email protected])
Sin querer pecar de falsa modestia, soy de las personas que cree en los reconocimientos íntimos, sinceros y sin fuegos artificiales. Detesto ser el centro de atracción
Sin querer pecar de falsa modestia, soy de las personas que cree en los reconocimientos íntimos, sinceros y sin fuegos artificiales. Detesto ser el centro de atracción de nada. Más bien prefiero el rol de estratega, el papel de poner la maquinaria de la mente en movimiento y apreciar en la quietud los resultados para disfrutarlos o mejorarlos; en eso creo.
Reniego de reconocimientos exagerados o que no me merezco. Por ejemplo, hay quienes me dicen maestro, lo cual tomo como símbolo de respeto más que como un homenaje u otorgamiento de un título que formalmente no tengo. Eso sí, estoy convencido de que todos tenemos algo de maestros porque enseñamos con nuestro proceder, con nuestro ejemplo y con el caudal de experiencias que acumulamos a diario en nuestro andar por esta vida.
También hay quienes me dicen escritor, motivados quizá porque me han visto durante años tratando de decir sobre el papel muchas cosas que de repente si las digo a viva voz, alcancen connotaciones distintas a las que la mansedumbre y la calidez del papel transmiten.
Como ya dije, todos somos maestros de algo, así que trato de caminar con dignidad con esa etiqueta cuando alguien —por las razones que sean— decide ponérmela. Pero lo de escritor, eso sí es un fardo que cuesta cargar.
He tenido la fortuna de relacionarme con algunos escritores, primero como un lector común y corriente, y después, como resultado de mis labores como periodista. Los escritores son en realidad personas especiales, aunque a simple vista puedan parecerse a usted y a mí. Pero no se engañe con la fachada, los escritores de verdad por fuera son como nosotros, pero interiormente están tocados por una sabia especial, su ADN es diferente y, generalmente, suelen atinar cuando aprietan el gatillo para disparar una palabra.
Por eso, hay que ser cuidadosos a la hora de llamar escritor a alguien porque pudiéramos estar otorgándole una distinción inmerecida a un individuo que apenas balbucea sobre páginas y que quizás nunca sea capaz de producir un texto que mueva a quienes lo lean.
Vuelvo al principio y me ratifico en aquello de que el ego es una pésima carta de crédito, la estridencia ahuyenta a los potenciales seguidores y la sed de reconocimiento puede transformarse en un bumerán. Así que, maestros y escritores, pongan sus egos en resguardo y esperen a que la gente les dé el reconocimiento porque siempre será mejor ganárselo que exigirlo.
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