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Día D / De La Historicidad Al Ahistoricismo

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De La Historicidad Al Ahistoricismo

Publicado 2006/12/10 00:00:00
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Dado que el sistema educativo construye valores y recrea los mecanismos de lealtad, en cada generación, el debate en torno al desconocimiento de la historia nacional, es una demostración de sus vacíos. La enseñanza de la historia en este país ha fallado al reforzar los mecanismos opuestos a su intencionalidad, y lo ha hecho porque de manera cínica es consciente de que es inútil insistir en un discurso en el que sus agentes, los educadores, carecen de la convicción de que enseñar la historia oficial sea algo significativo para las nuevas generaciones, especialmente, cuando buena parte del sistema educativo esta en manos de las clases populares, para quienes la historia de esos grupos está aun por escribirse".

Poco antes de anunciar su retiro como columnista deLa Prensa , hace varios meses, Guillermo Sánchez Borbón, explicaba una de las razones del triunfo del candidato presidencial Martín Torrijos, gracias a los votos masivos de una gran parte de la juventud que se volcó a las urnas, proporcionándole una extraordinaria ventaja nunca antes vista en anteriores elecciones. Su punto de vista partía de dos argumentos. A los panameños les gusta votar porque es una de las pocas cosas interesantes que ocurren en nuestra sociedad, y en segundo lugar, contrariamente a la opinión de muchos opositores al PRD, que afirmaban una traición de la juventud a la historia, para Sánchez Borbón, la juventud carece de recuerdos históricos. Alimentó sus argumentos con ejemplos de países donde en poco menos de diez años, los jóvenes han olvidado o siquiera se dan por enterados de los sucesos más recientes de su pasado. El ahistoricismo de las generaciones actuales pareciera contrastar con la historicidad de las llamadas sociedades modernas de al menos hace tres generaciones para quienes la memoria histórica parecía un acto religioso, de la misma manera que se recuerda el calvario de Jesús.
En el primer argumento no estoy tan seguro de la opinión de Sánchez Borbón. Ciertamente en nuestra sociedad tal vez no ocurren eventos dramáticos, excepto la invasión de 1989 que muchos ya han olvidado. O promueven su olvido. Pero no es que la gente acude a las elecciones porque esté aburrida, sino porque sigue operando bajo una orientación clientelista, aún cuando no haya firmado ningún pacto de adhesión a cambio de puestos públicos. Su pacto es tácito, pues es lo que espera que se cumpla durante el mandato del nuevo gobierno. Frente a la crisis económica y a la incapacidad del gobierno ultimo para responder a esa expectativa, la juventud le puso al nuevo presidente un contrato en blanco cuyos réditos él debe proporcionar, además de haberlo prometido.
La adhesión a los partidos tiene ese elemento clientelista, por lo general. Es parte de la cultura política que hemos construido, mediante la cual la relación patrón-cliente se afianza.
El segundo argumento me parece más consistente con la realidad. Frente a la supuesta historicidad de las sociedades modernas la cultura popular y en general la cultura social de la población educada está marcada por una fuerte tendencia ahistórica. Si interpretamos a Sánchez Borbón, para la gente, la pretensión del aforismo de que desconocer la historia nos condena a la repetición de lo mismo, no tiene sentido. En todo caso, las urgencias cotidianas, multiplicadas por una sociedad de masas demandante, son un factor en la conducta colectiva que nada tiene que ver con el pasado. Y mientras menos se sepa del pasado, mejor, pues ello no debe ser un factor que limite la acción, es decir no debe comprometernos a respetar nada que nos impida hacer frente a la necesidad. Así lo hacen tanto las élites como los sectores populares.
La razón por la cual pretendemos ser una sociedad con historia o histórica, nace de la necesidad de reiterar los acuerdos de lealtades entre la sociedad y los que administran el poder, económico y político. La enseñanza de la historia tiene y ha tenido ese objetivo fundamental, de crear en la mente de las poblaciones escolarizadas una relación de pertenencia al territorio (enseñanza de la geografía del país), a los modelos de gobierno (el sistema político instaurado por los creadores del Estado), a través de un conjunto de símbolos, como son las narrativas históricas sobre el papel de los personajes (lo cual es un elemento legitimador de las familias herederas del poder), los símbolos patrios, etc., y el supuesto significado que deben tener para las presentes generaciones..
Ese conjunto de elementos debe ser congruente para una población heterogénea, dividida en grupos étnicos, de clase, de profesiones, y de partidos, parte de la cual probablemente no participó en el desarrollo de ese proceso y con el cual no siente ni ha sentido ningún vínculo, excepto cuando ha podido estar en contradicción con esos mismos propósitos. Cuando la sociedad dominante logra transferir esos símbolos a la mayor parte de la sociedad y aún a aquellos grupos que en principio pudieron haberse resistido (como los kunas), entonces ha logrado un consenso al menos por un periodo histórico determinado. Si las condiciones sociales cambian y los grupos de poder pierden su hegemonía o pierden la legitimidad, entonces la historia oficial pierde fundamento y carece de sentido para la mayor parte de la población.
En mi opinión eso es lo que ha ocurrido con la emergencia de nuevos grupos sociales como actores que en un principio o no estaban en la fase formativa de la nación, o aparecen ahora en el marco de condiciones de apertura producto de las mismas fuerzas económicas y sociales que las impulsan. En el primer caso nos referimos a las generaciones de negros de ascendencia antillana, post independencia, y en el segundo, a los grupos indígenas que no fueron actores del proceso ya indicado.. Y, por supuesto, a muchas generaciones de inmigrantes, con la construcción del canal y después para quienes la estadía en Panamá fue y es todavía un accidente en sus vidas, sólo que un accidente que se prolonga más de lo esperado. Hablamos también de los casi medio millón de colombianos y dominicanos recién llegados a este país, con distintas estrategias de sobrevivencia, como matrimonios y otras fórmulas de adaptación.
Ello no niega la adhesión de lealtad de algunos de sus descendientes que se han identificado con el país, pero probablemente no con su historia.En algunos casos, venidos de países con mayor tradición, sienten que la del país carece de profundidad y relevancia comparada con la propia. Esto no se plantea como un reproche moralista y demandante sino como un hecho sociocultural. El etnocentrismo aflora de manera espontánea. Hace poco, por ejemplo, escuché a un panameño miembro de cierta comunidad religiosa, expresarse sobre la cultura panameña como la de un país "bicicletero", comentario muy parecido a la de un argentino casado con panameña hace muchos años al referirse a la gente del país como de "come arroz", como si fuera el peor de los gustos gastronómicos.
La pregunta que nos hacemos es nuevamente si somos una sociedad histórica, y si lo somos, quiénes o qué sectores de la sociedad comparten ese paradigma de mantener la historia como un registro que justifica la existencia del país. Para muchos panameños la historia oficial hace tiempo fue descalificada por las ambivalencias que mostraron varios de sus principales actores (según Eusebio A. Morales), Las críticas que hacemos al desconocimiento de la Historia, es decir del conocimiento hecho fórmula acerca de los eventos del pasado, obedecen a diferentes posiciones respecto a lo que percibimos de ese desconocimiento. Por un lado, tal desconocimiento en las masas populares sugiere que existe un divorcio entre tales sectores sociales y el discurso oficial de lealtad a los valores establecidos. En segundo lugar, sugiere la imposibilidad de un diálogo con esas masas que permita demandar su participación en proyectos de futuro apelando a los símbolos de la historia, porque estos son desconocidos o son rechazados. De aquí que, conociendo esa particular actitud, la única manera de convocar a las masas es la técnica del pan y circo, reflejado en distintos momentos, uno de los cuales es el de las elecciones y, ahora el gran proyecto de la ampliación del canal. La gran abstención podría interpretarse como producto de estos mismos factores que intervienen en las decisiones de los grandes conglomerados.
¿Para qué enseñar historia entonces? La historia contada, aquella que se relata como suceso, es parte de la base del proceso de hacer historia. La fase explicativa o científica es la que pocos quieren oír, pues hace ruido a las idealizaciones construidas y legitimadoras del poder.
Como ciencia, la historia verifica los contenidos de verdad en los relatos que construyen la identidad y sus significados, es decir los significados que la sociedad les quiere dar en determinados momentos. Permiten reconstruir o releer los hechos en otra perspectiva, aquella de la que emanan las preguntas de una etapa social del pasado. Los grupos que hoy no se sienten parte de la historia o la ignoran o la niegan lo hacen porque no se sienten invitados al banquete oficial, aquél donde sólo disfrutan los que controlan el poder o, por otra parte, encuentran que es mejor apropiarse de los beneficios de una sociedad cuya identidad no se ha consolidado.
Las celebraciones de las fiestas patrias y otros eventos que tienen los mismos significados, son públicas porque intentan renovar las lealtades entre los que mandan y los que obedecen, entre los ciudadanos comunes y los ciudadanos que administran la cosa pública. En otros países, el sistema logra convencer a la ciudadanía sobre los acuerdos que en principio se establecieron entre los padres fundadores de la patria y los ciudadanos comunes. Generalmente, hay reciprocidad entre la demanda de lealtad y la oferta de la misma cuando también hay satisfactores económicos y sociales congruentes con las expectativas de la mayoría. Como se sabe, la desigualdad que existe en este país en torno al repartimiento de la riqueza, no puede ser el mayor resorte que estimule las lealtades esperadas.
Dado que el sistema educativo construye valores y recrea los mecanismos de lealtad, en cada generación, el debate en torno al desconocimiento de la historia nacional, es una demostración de sus vacíos. La enseñanza de la historia en este país ha fallado al reforzar los mecanismos opuestos a su intencionalidad, y lo ha hecho porque de manera cínica es consciente de que es inútil insistir en un discurso en el que sus agentes, los educadores, carecen de la convicción de que enseñar la historia oficial sea algo significativo para las nuevas generaciones, especialmente, cuando buena parte del sistema educativo esta en manos de las clases populares, para quienes la historia de esos grupos esta aun por escribirse.
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