Delfinario
- Dennis A. Smith
¡No soporto esta vida!- comentaba el más joven.
-Escucha, amigo, aquí para sobrevivir, necesitas adaptarte y no perder el espíritu.
-¿Cuándo volveré a ver a mis padres y a mis compañeros?
-Puedo recomendarte que te olvides de ellos. No pienses más en tu pasado, trata de vivir el presente para que puedas soportar el futuro que te sobreviene. Hace ya ocho años que estoy en este lugar y por lo visto aquí moriré. Ya perdí la esperanza de volver a ver a mi familia. Iba junto a ellos el día que me atraparon para traerme a este asqueroso lugar. Recuerdo los gritos de mi madre entre el tumulto y la confusión, mientras todos trataban de huir. Me agarraron por mi parte inferior y me levantaron con esos brazos extraños, hiriéndome hasta los huesos.
-A mí me atraparon con una red, pensé que me asfixiaría porque apretó tanto mi cuerpo que no podía respirar; quedó marcada por toda la piel. La mayoría pudo escapar, pero otros quedaron maltrechos y heridos, abandonados a su suerte en la inmensidad.
-¡Te entiendo!- pronunció el mayor con una pequeña sonrisa.
-No comprendo por qué nos tratan de esta forma. Nosotros los consideramos nuestros amigos, siempre estamos dispuestos a ayudarlos cuando se encuentran en peligro y requieren de nuestra guía. Hemos cuidado a sus hijos y a sus enfermos cuando deambulan por nuestro territorio. Nunca pensamos que nos iban a hacer todo este daño.
-¡Tienes toda la razón! Al asomar la cabeza en su mundo, apreciando todos aquellos colores que me iluminaban, solo podía imaginar que tal belleza emanaba de seres amigables y pacíficos que me esperaban con los brazos abiertos. La realidad es muy distinta porque son criaturas oportunistas, ávidos por esclavizar y someternos a sus caprichos circenses.
-Me gustaría verlos a ellos haciendo todos los días presentaciones cíclicas y extenuantes -exclamó el más joven haciendo un ademán burlesco-, hasta verles la lengua afuera.
-¡Ja! ¡Sí! O verlos desnudos saltando argollas una y otra vez. ¡Malditos! Como si me importaran sus aplausos. No me da vergüenza presentarme desnudo, lo desagradable es que te vean las infecciones producidas por el cautiverio dentro de estos lugares atestados de químicos que pretenden recrearte un hermoso paisaje. No hay nada como tu verdadero lugar.
-Es en vano que traten de emular nuestro hábitat, aquí no brilla el sol como brilla en casa, no huele a frescura como el aroma que penetra en nuestros valles, no se siente la libertad cuando te mueves. Miras a tu alrededor y sabes que detrás de esas paredes frías se desvanece el mundo que conociste como se desvanece tu corazón.
-¿Qué me dices de esos detestables alimentos? Todavía no me acostumbro a comer todo crudo.
-Y eso que llevas años encerrado aquí. ¿Qué se espera de mí? No tengo otra opción que alimentarme y seguir vivo. Guardo la esperanza de retirarme algún día de esta cárcel.
-¡Crudo! ¡Todo crudo! Extraño tanto la buena comida. Espero volver a la vasta hermosura aunque sea en sueños. No podemos permitir que nos suceda lo mismo que a los demás compañeros. Uno decidió no comer más hasta colapsar y el otro agredió a uno de los entrenadores y lo sacrificaron.
-Hay que soportar con el propósito de contarle a todos, si es que nos liberan, las horribles penas que vivimos estos años para que no vuelvan a confiar en esas criaturas perversas que aparte de esclavizarnos, también nos asesinan.
-¿Entonces es verdad lo que se comenta?
-Lamentablemente sí. Cuando era libre y viajaba junto a los demás, recuerdo que relataban historias de países donde nos cazan brutalmente con arpones y redes, nos tiran en una plataforma y nos cortan las entrañas mientras seguimos vivos. Nos vamos muriendo lenta y dolorosamente. El último aliento son preguntas, mientras se te nubla la vista sumergiendo en espasmos. ¿Por qué me haces esto? ¿No éramos amigos? Y todo para saciar algún capricho gourmet.
-No hablemos más de esos temas, no deseo deprimirme. Solo piensa que eres libre y lo serás.
De pronto, suena el silbato del entrenador que les indica el inicio de una nueva presentación.
La conversación se interrumpe y ambos toman sus puestos para el gran momento. Se van abriendo las compuertas y entran veloces en el recinto, donde realizan vistosas acrobacias con magistral precisión.
De vez en cuando se sumergen con el fin de saltar a través de unos aros coloridos y congraciarse con la gran multitud de delfines y ballenas que abarrotan las butacas del gimnasio.
Reverberan aplausos y gritos henchidos de emoción cada momento en que los dos fervientes hombres realizan sus rutinas malabares para entretenerlos.
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