Desvergüenza y descaro

Mónica Miguel Franco (Antropóloga) / PANAMA AMERICAAsí puede definirse la desfachatez.

Y desfachatez es el adjetivo que también puede aplicarse a los impúdicos y los inconscientes.

Los que piensan que todo lo que hacen es gracia y que ellos son graciosos hagan lo que hagan.

No pensaba hablar de este tema, en serio que no, pero lo de las fotitos y el video pudieron conmigo.

No, quizás no sea yo quien para juzgar a nadie.

O quizás sí, porque miren, no soy ninguna santa ni nunca lo pretendí.

Tengo tantas faltas o pecados como el que más.

Pero si algo tengo también es pundonor.

Eso sí que me lo inculcaron en condiciones mis padres.

Y por ello no sería capaz de entrar en la cárcel tras haber cometido un delito y ponerme a posar para fotos, como si hubiera realizado una hazaña.

Como si me hubieran premiado con una estancia en un hotel de lujo.

Muy mal debe estar esta sociedad cuando un delincuente (vale, presunto delincuente, démosle la presunción de inocencia debida) se carcajea de la situación en lugar de estar asustado y demacrado.

La falta de consciencia y de conciencia (no, no son lo mismo, compruébenlo si no me creen) me dejan ojiplática y pasmada una vez más.

A ver, hasta donde yo entiendo, el que delinque es un delincuente, ha violado la ley, y como tal, la sociedad se reserva el derecho de hacerle pagar condena.

No sólo para que aprenda la lección, sino para sacarlo de circulación y que no siga dañando a los demás, para siempre o por un ratito.

Eso es la ley, señores, y la justicia.

Que aunque no sean lo que deberían ser, es todo lo que tenemos y como tal debemos respetarlas.

Pues no, últimamente lo de ser un delincuente parece ser un honor en este país.

Infringir leyes y normas es motivo de orgullo para muchos, y hasta homicidas al volante tenemos caminando como si tal cosa entre nosotros, sin que el repudio ciudadano les haga entender que no son bienvenidos entre las personas honradas.

Eso sólo me hace pensar que el resto de los conciudadanos son condescendientes porque piensan que ‘hoy por ti mañana por mí’ y que se creen capaces de traficar droga o matar inocentes, o desfalcar, prevaricar o sobornar.

¿A qué niveles de descaro y degradación moral hemos llegado cuando alguien a quien han pillado con las manos en el volante de un carro relleno de droga se toma fotos con sonrisas de oreja a oreja choteando a sus compis tras las rejas? ¿Puede el buen humor sortear la vergüenza? ¿Será que considera que eso de ‘al mal tiempo buena cara’ es un talismán contra el suicidio? Pero cuanto más lo pienso más se concreta el desagradable convencimiento de que lo que pasa es que saben que aquí la memoria es corta y el perdón largo.

No importa cuántos incautos cayeran en la espiral de droga y desesperación por su culpa, no importa cuántas familias hayan sido destrozadas por su culpa, si sonríen y piden perdón se les concederá y exigirán, entonces, ser tratados como iguales por la sociedad.

Y quizás la que tiene el problema soy yo, porque estoy convencida de que todos somos libres de elegir nuestro camino, sí, y de equivocarnos en él, también.

Pero que debemos asumir las consecuencias y cargar con los resultados de las malas elecciones.

El perdón es opcional pero, para mí, el olvido es inadmisible.

No me importa si son amigos o conocidos, si la haces la pagas y además no me olvidaré de ella.

Así de simple.

Y espero que tú hagas exactamente lo mismo conmigo.