El eterno fariseo y la fe
- Jorge Majfud
No hace mucho, un señor, quejándose del orden inverso de palabras en español, me dijo que el inglés era el idioma original porque la Biblia estaba escrita en ese idioma. Sí, contesté, sobre todo en el inglés original de Brooklyn.
El profeta del Smartphone o teléfono inteligente (en nuestro tiempo se lleva no solo la memoria en la mano sino la inteligencia también) pronto comprendió lo inútil que podría ser tratar de educar a alguien que no ha alcanzado la revelación de la verdad única. Seguramente no le preocupaba la verdad porque en un salvado nada es duda; les preocupa que no sea la única verdad y que haya alguien que se atreva a pensarlo siquiera. Tampoco soportan que un insignificante mortal, con acento samaritano, sugiera que tal vez Dios no piensa como ellos, así como un escritor frecuentemente está en desacuerdo con las interpretaciones que se hacen de sus escritos. Siendo Dios el autor, cualquiera podría esperar mayor humildad de sus lectores, y sin embargo…
Pero no, “stricto sensu”, a lo largo de la historia ha ocurrido siempre lo contrario y los lectores se han matado, de las formas más crueles, sutiles y brutales, más por sus propias interpretaciones de la verdad única que por alguna posible discrepancia sobre el autor. Cuando Mateo dice que Jesús dijo: “El que quiera salvar su vida la perderá; mas el que la pierda por causa de mí la hallará” (Mateo 16:25) puede estar diciendo “vida” o “alma”, ya que en griego “o” significa ambas cosas. La diferencia de significado metafísico es notable, pero la tradición religiosa odia la polisemia y la ambigüedad. No por casualidad por siglos el diablo fue identificado como “el heterodoxo” y el dos (la ambigüedad) como un atributo femenino y demoníaco. El autor (Dios) es la autoridad; es uno, como el texto y la lectura posible es única. Leer es descubrir la intención del autor. La verdad es, entonces, necesariamente una y pertenece a la secta de cada lector, que, extrañamente, nunca es única sino innumerable.
Para resolver esta trágica contradicción, en sus circos mediáticos, a cada línea que leen o agregan a las diferentes versiones de los textos sagrados, exigen que los salvados la repitan varias veces, a veces a los gritos. Si algo se repite muchas veces con convicción y sin cuestionamientos, entonces algo es una verdad repetidamente incuestionable.
Nadie nunca puede esperar que en alguno de estos templos alguien levante una mano para cuestionar la interpretación del pastor o del líder espiritual de turno. No. Cuando la masa levanta sus manos, cada sujeto levanta las dos manos para confirmar a los gritos la virtud de decir siempre sí. Entonces, una nueva paradoja se produce: mientras no hay salvación colectiva sino solo individual (por lo cual una persona debe ser feliz en el Paraíso, aunque su eterno amor haya sido condenado al infierno por escéptico), el camino que conduce a la utopía celestial es masivo: no hay individuos sino masa que repite lo que vocifera el autoproclamado portavoz de Dios. Luego, los restantes seis días de la semana lo dedicarán a los templos del dinero y del consumo, a confirmar su ilusoria idea de ser individuos, mito funcional al estado acrítico y narcótico que produce y reproducen los medios de comunicación y los discursos sociales, para que voten y vayan a las guerras repitiendo eslóganes que sacuden como banderas sagradas.
Algunos arengadores, mientras anuncian el Fin del Mundo por enésima vez para el mes que viene, se quejan de que los profesores humanistas (identificados como “liberals”) infiltran dudas y demasiadas preguntas en el cerebro de los jóvenes adultos. Lo cual no parece ser tan grave, considerando que los jóvenes son adultos; o considerando la conversión forzada de niños en las iglesias y en el discurso social, niños inocentes a los cuales se les amenaza con el infierno y se les enseña que la obediencia y la repetición escolástica son las máximas virtudes de un humano. Luego olvidan aclarar que la obediencia es una virtud mientras el niño es niño; y es un lavado de cerebro cuando se pretende que los adultos actúen pensando y actuando como niños obedientes.
Convencidos de que este método escolástico de repetición es superior a la razón crítica, algunos han propuesto una tasa obligatoria de profesores conservadores en las universidades de Estados Unidos, lo que no solo atentaría contra la libertad de cátedra sino contra el tradicional proceso de eliminación por competencia y mérito mediante distintas rondas, lo que normalmente tiene un coeficiente de un seleccionado cada varios cientos de candidatos. Y si algunas universidades públicas reciben un porcentaje de ingresos de los impuestos, como se argumenta desde la derecha, también las iglesias que pululan sin permiso lo reciben en forma de exoneraciones de impuestos, además de encargarse de otros programas públicos para distribuir la generosidad de los trabajadores.
No son pocos, pero tampoco tan visibles ni tan poderosos. Porque la ignorancia colectiva ha sido siempre una forma histórica de fortaleza. Existe una relación directa entre ignorancia y arrogancia, entre ingenuidad y convicción y, finalmente, entre convicción, arrogancia y brutalidad.
Y si esta alabanza a la ignorancia y a la creencia ciega y sin cuestionamientos no es solo producto de la fortaleza propia de los fanáticos, si esto es de alguna forma verdad, si todas esas matanzas nacionalistas y arbitrarias atribuidas a Dios en tantos textos sagrados son realmente obra del Creador y no narraciones o interpretaciones promovidas por intereses espurios, entonces yo renuncio a todas esas versiones criminales del mismo dios.
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