Cantus Interruptus
El legado de Elias Canetti
- Emiliano Pardo-Tristán (Compositor y guitarrista)
Para mí el diálogo de página y media que abre la novela es torpe, no es creíble, hace dudar si lo que sigue merece la pena.

Cuando Elias Canetti ganó el Premio Nobel en 1981, hacía cuarenta años que había escrito: «Ya nadie reza. Tampoco va a la iglesia. ¡Menuda ralea la que se reúne ahí dentro! [...] aquel eterno mendigar. Y tienes que dar algo porque todo el mundo te mira. Aunque nadie sabe qué pasa luego con el dinero. ¿Rezar en casa? ¿Para qué? Es perder un tiempo precioso. Una persona decente no necesita esas cosas».
Para muchos 'Auto de fe' es la mejor novela de Elias Canetti. Para mí el diálogo de página y media que abre la novela es torpe, no es creíble, hace dudar si lo que sigue merece la pena. Canetti no tarda en sacar la garra y mostrar de qué está hecho. Nos toma de la mano y nos pasea por la biblioteca de 25,000 volúmenes y la obsesión por los libros del profesor y experto en sinología Peter Kien. Aunque la novela es densa —más de seiscientas páginas—, antes de la página noventa da la impresión que podría terminar pronto. Quedan más de quinientas páginas por leer y la incertidumbre de cómo el autor las llenará.
Elias Canetti, un escritor búlgaro que escribía en alemán, un escritor sensible, tan sensible que era capaz de percibir emociones intensas con solo mirar de frente una obra de arte. Así aprende qué es el odio. Frente a un cuadro de Rembrandt: 'Sansón cegado por los filisteos'. Una pintura cruel que congela el momento en que los filisteos le vacían el ojo derecho a Sansón, mientras Dalila huye con la cabellera recién cortada.
De 'Autos de fe' un pasaje histórico con un desenlace desgarrador. Eratóstenes, el bibliotecario erudito de Alejandría, cuando descubre que aunque ve, la vista le niega la lectura, decide dejar de comer. Muere de inanición porque para él, si no es capaz de leer la vida no merece la pena. Peter Kien también jura quitarse la vida si la ceguera lo amenaza. «Los ciegos lo inquietaban: no comprendía que no pusieran fin a sus vidas». Jorge Luis Borges encontró mejor solución. Encontró la forma de releer —y de escribir— en la memoria. Como Beethoven y Smetana, que aún sordos componían sinfonías y cuartetos.
Si ponemos uno encima de otro el material literario de Elias Canetti en la Biblioteca de Zúrich, tendría la altura de una casa de dos pisos. El legado de Canetti, por deseo del escritor, estará disponible en diez años. ¿Qué secretos guardan sus cartas y sus cuadernos de notas, sus borradores y sus manuscritos? Sólo lo sabremos en 1924, cuando se cumplan treinta años de su muerte.
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