AULLIDO DE LOBA
Hay que ser cabezota
El ser humano es un animal de costumbres. Cabezones que somos, seguimos por la rodada del carro aunque se nos hundan las piernas hasta las rodillas en
El ser humano es un animal de costumbres. Cabezones que somos, seguimos por la rodada del carro aunque se nos hundan las piernas hasta las rodillas en el barro. Todos hacemos lo mismo que hemos hecho siempre, lo que nos dicen que debemos hacer. Si siempre cogemos la misma ruta al trabajo ¡cómo nos cuesta coger por otra calle! Así, taraditos como somos, no somos capaces que darnos cuenta de que, a veces, es mucho más inteligente cambiar de aires y de rumbo. No aferrarnos y salvar la vida.
La madre Naturaleza siempre fue considerada una gran diosa. La más poderosa. La que dominaba al resto, la encargada de dar la vida y la muerte, la que traía prosperidad o procuraba la ruina, el hambre y la miseria. Hoy, el hombre se considera imbatible. Hemos logrado volar, rompemos las distancias con imágenes “en vivo” y las tragedias a las que antiguamente solo cubría el tupido manto del olvido, hoy son cubiertas por periodistas artistas y periodistas listos que nos “explicotean” paso a paso cómo van muriendo las víctimas de cada horror. Las explicaciones nos atenúan la desazón y pensamos que las tragedias naturales siempre son provocadas por despistes humanos. No es así: cuando la diosa del mar agita su melena, las olas arrasan con furia todo lo que encuentran a su paso. Cuando la diosa del volcán despierta, la lava cubre de muerte todo lo que pilla. Cuando la madre tierra se despereza, de nada sirven el progreso y la civilización. Somos peleles en manos de fuerzas que no pueden ser controladas y, así de frágiles como somos, nuestra estupidez nos cree invencibles.
Seguimos haciendo las cosas igual que siempre, sin darnos cuenta de que en cualquier momento el agua nos puede llegar al cuello, literalmente.
Hacer una casa al borde de un río en esta tierra en la cual la lluvia sorprende sin respetar día u hora es una completa inconsciencia. El que haga muchos años que el agua no haya inundado la quebrada no quiere decir que pasado mañana la “quebradita” no se convierta en un torrente asesino que se lleve por delante todo aquello que con tanto esfuerzo se ha levantado. La arquitectura vernácula habrá sido calificada por alguna mente brillante como “no digna”, pero lo cierto es que se adapta mucho mejor a la climatología de Panamá. Y cuando la sabiduría ancestral construye sobre pilotes en áreas inundables es por algo, aunque durante años no se haya visto una gota de agua alrededor de la casa. Pero hoy en día, la modernidad nos exige casas de cemento y zinc, con ornamentales “bien bonitos”, a ras de suelo y cerquita de la quebrada para poder usar su cauce como vertedero para tirar en ella todo aquello que queremos que desaparezca de nuestra vista. Entonces, cuando la quebrada decide que ha llegado la hora de desperezarse un pelín y el agua se lleva por delante lo que pensábamos que era eterno, lloramos amargamente.
Pero aún así nos mantenemos en nuestras trece y queremos seguir viviendo allí mismito, en el mismo sitio, al pie de la misma quebrada. Conseguimos materiales para reconstruir la misma casa de bloques y ornamentales, ¡ojalá logremos unas cuantas columnas! Las llenamos de objetos y recuerdos, y cruzamos los dedos para que la madre Naturaleza no se convierta nunca más en madrastra.
En fin, el hombre es el único animal que tropieza “sopotocientas” cuarenta y siete veces en la misma piedra y espera con magnífica inocencia que la vez “sopotocientas” cuarenta y ocho el golpe en la espinilla no le duela.
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