La Historia oral como posibilidad de la Historia
Publicado 2007/02/18 00:00:00
- Por Francisco Herrera
"…las historias de los pueblos tradicionales son sólo aceptadas como una afirmación sin mucha fuerza de verdad, como una concesión indulgente a la pretensión de un hecho histórico. Y la sospecha de creer en ellas obliteró la imaginación de la gente y las hizo, a los ojos de los educados, un tema difícil de expresar o expresado con actitudes de modestia o temor al ridículo.
Los mitos, tradiciones, cuentos de la gente generalmente han sido ignorados, desechados y criticados por los historiadores, especialmente los vinculados a las corrientes positivistas. ¿Cómo verificar la verdad o falsedad de un mito o una tradición, o una historia familiar o de grupo, ignorada por otros, sino como producto de la imaginación? La comprobación de los datos o los hechos supuestamente incluidos en una expresión oral, muchas veces adornados con un lenguaje fantástico, construcciones que desde el punto de vista de la capacidad humana para realizarlos sería inadmisibles dentro de nuestra experiencia. El problema de la verdad y la confirmación de un hecho, se presenta de inmediato al historiador, acostumbrado a verificarlo mediante el documento, un elemento que tiene en su favor el hecho de que ya viene escrito, no importa si se trata igualmente de una mentira fraguada por su o sus autores, pues está en el historiador en analizarlo usando las herramientas que le proporciona la ciencia y la técnica. Y, a menos que sea un documento apócrifo, inventado, hasta este mismo caso tiene un significado para la historia. Determinar las causas o el origen del engaño.
En la historia oral, su aparente y única razón de verdad es que la gente en una sociedad particular, la ha repetido tantas veces que la considera o la consideraba una verdad. Esto fue así hasta cuando la modernidad y la ciencia nos enseñó a dudar como método para buscar la verdad. Desde entonces, los cuentos y las historias familiares están en tela de juicio, nuestro juicio se suspende o simplemente se rechaza hasta confirmar la verdad de un hecho.
De esta manera, las historias de los pueblos tradicionales son sólo aceptadas como una afirmación sin mucha fuerza de verdad, como una concesión indulgente a la pretensión de un hecho histórico. Y la sospecha de creer en ellas obliteró la imaginación de la gente y las hizo, a los ojos de los educados, un tema difícil de expresar o expresado con actitudes de modestia o temor al ridículo.
Así, la historia oral se convirtió en una especialidad de los folkloristas y de algunos antropólogos que, por razón de su actitud holística, aún desechando la validez de verdad de tales historias, las admitieron como material en el análisis de la literatura oral de los pueblos, en tanto que inventivas de la imaginación pero sobre todo por el papel que juegan o jugaban en la conducta de los pueblos. Creer en brujos o brujería no es una actitud estúpida ni irracional, es una actitud basada en la seguridad de que existen fuerzas más allá de las capacidades humanas pero manipulables por seres especiales entre los humanos. La convicción juega un papel determinante en las actitudes que asumimos frente a estas fuerzas. Un mito sobre los orígenes de un pueblo, independientemente de si se pierde en el tiempo o lugares, tiene el poder de evocar los derechos de un pueblo a su identidad y a su pasado, como a su territorio.
Ciertamente, hay mucho más en estas llamadas representaciones que permiten ser objeto de la investigación histórica con intención científica. La explicación histórica, es decir, aquella que permite descifrar los motivos o factores que hubo detrás de un hecho histórico, requiere de mucho más que la simple verificación del evento. Los historiadores le llaman ahora el contexto, derivado, hasta donde pueden, de los productos documentales. No obstante, rara vez se acercan o se han acercado a los factores que pueden haber contribuido a generar los eventos historiados. Por lo general, cuando se trata del pasado bastante remoto, los historiadores han preferido omitir la interpretación de las fuentes orales, ante el temor de caer en especulaciones susceptibles de críticas severas por los colegas. En el tiempo, los pueblos pueden haber agregado o quitado o perdido parte de los elementos que supuestamente fueron parte de un suceso o de varios sucesos que constituyen parte de la historia de un pueblo, de aquella que se cuenta una y otra vez. Los agregados pueden corresponder a elementos nuevos, determinados por nuevos contextos en los momentos en que estas historias son contadas, pues le dan un sentido de mayor vigencia a la historia. Las pérdidas pueden obedecer a que el proceso de aprendizaje de la memoria colectiva no se asienta debidamente en las siguientes generaciones o simplemente son desechadas por sus portadores en el momento de trasmitirlas. Los contadores de cuentos o de historias no son infalibles.
Si nos atenemos a eventos más recientes, ocurre algo distinto. ¿Qué es importante y qué no lo es en el registro histórico? Como ha indicado un historiador y antropólogo, Phillip Bagby, un hecho histórico se mide como tal por los impactos que provocó en la generación que lo vivió y sus efectos posteriores.
Supongamos que los sucesos del 9 d enero y los del 20 de diciembre fueran a ser evaluados desde el punto de vista de la memoria colectiva o de los actores y testigos oculares. Qué es lo que las nuevas generaciones saben de estos eventos, para que los recuerden con algún grado de respeto?
Podríamos recurrir a las fuentes escritas del momento, a las notas periodísticas, a las fuentes gráficas, a los comentarios y tal vez estudios históricos y teóricos sobre los sucesos, pero aún así difícilmente podríamos tener un panorama suficientemente amplio de los detalles. Ciertamente, la invasión del 20 de diciembre fue un evento traumático, pero ocurre que entre la generación de los que la vivieron y los que actualmente la está reemplazando, existe un vacío. Ni siquiera los padres han contado estas historias a sus hijos. Difícilmente escuchamos en las aulas a los estudiantes reconocer qué sucedió ese día, un evento que apenas tiene dieciséis años de haber ocurrido. Los niños que tendrían cinco o más años entonces y que pudieron estar en Chorrillo o en Tocúmen, o en algún sitio donde se produjeron enfrentamientos, o sucesos generados por la invasión, difícilmente recuerdan, y sus padres al parecer no asumieron la tarea de contarles. Por qué? Tal vez, los sucesos del 9 de enero tienen mayor registro colectivo que los del 20 de diciembre. No se, pero me da la impresión que así es, al menos para la generación que la vivimos y nuestros hijos, aquellos que ahora representan la generación de reemplazo, la que nació entre 1964 y 1970, o la que tendría cinco años en ese momento. Hoy tendría cuarenta años o más. Sus hijos podrían tener entre quince y treinta años. Parte de esa generación vivió el régimen militar y acuñó sus vicios y virtudes, sus vacíos con la verdad o sus encuentros con las necesidades. Estos fueron los padres de los jóvenes de dieciséis años de ahora. ¿Cómo entender las relaciones entre una generación y la siguiente, si fuera solo por lo que se ha escrito a favor o en contra de esos períodos? Esta es la generación que ha visto en la historia algo en la que no se reconocen, en la que desconfían.
La historia oral de los últimos años es precisamente un medio para equilibrar el análisis de los sucesos de los cambios ocurridos en cualquier sociedad, y particularmente en la panameña.
Esta es una de las razones por las que del 29 de Enero al 2 de Febrero pasado, los historiadores de países de América Latina, desde México a Argentina, así como Brasil y España, Portugal y Alemania, que están trabajando con las fuentes orales se reunieron en el Hotel Continental, para discutir la contribución de la historia oral a la historia general y a desarrollar métodos más efectivos para analizar, comparar, estas experiencias e interpretar y explicar sucesos poco comprendidos, según la historiografía formal. En ese marco se dieron talleres de metodología investigativa en historia oral, y otros de metodología educativa para trasmitir el conocimiento a las siguientes generaciones, vía el sistema escolar, todavía reacio a esta metodología, aprovechando la tendencia humana a contar historias reales como si fueran cuentos. La riqueza de estas experiencias, tanto al nivel de la investigación y el de la metodología docente, fue más allá de las expectativas. Los investigadores de México, Brasil y España, pudieron mostrar los avances de más de diez años de trabajo sistemático en la historia oral. Aunque con menos tradición, los representantes de los demás países también mostraron sus avances, así como los problemas inherentes a poner en práctica estas experiencias, especialmente respecto a la historia contemporánea.
Departamento de Historia, Universidad de Panamá
En la historia oral, su aparente y única razón de verdad es que la gente en una sociedad particular, la ha repetido tantas veces que la considera o la consideraba una verdad. Esto fue así hasta cuando la modernidad y la ciencia nos enseñó a dudar como método para buscar la verdad. Desde entonces, los cuentos y las historias familiares están en tela de juicio, nuestro juicio se suspende o simplemente se rechaza hasta confirmar la verdad de un hecho.
De esta manera, las historias de los pueblos tradicionales son sólo aceptadas como una afirmación sin mucha fuerza de verdad, como una concesión indulgente a la pretensión de un hecho histórico. Y la sospecha de creer en ellas obliteró la imaginación de la gente y las hizo, a los ojos de los educados, un tema difícil de expresar o expresado con actitudes de modestia o temor al ridículo.
Así, la historia oral se convirtió en una especialidad de los folkloristas y de algunos antropólogos que, por razón de su actitud holística, aún desechando la validez de verdad de tales historias, las admitieron como material en el análisis de la literatura oral de los pueblos, en tanto que inventivas de la imaginación pero sobre todo por el papel que juegan o jugaban en la conducta de los pueblos. Creer en brujos o brujería no es una actitud estúpida ni irracional, es una actitud basada en la seguridad de que existen fuerzas más allá de las capacidades humanas pero manipulables por seres especiales entre los humanos. La convicción juega un papel determinante en las actitudes que asumimos frente a estas fuerzas. Un mito sobre los orígenes de un pueblo, independientemente de si se pierde en el tiempo o lugares, tiene el poder de evocar los derechos de un pueblo a su identidad y a su pasado, como a su territorio.
Ciertamente, hay mucho más en estas llamadas representaciones que permiten ser objeto de la investigación histórica con intención científica. La explicación histórica, es decir, aquella que permite descifrar los motivos o factores que hubo detrás de un hecho histórico, requiere de mucho más que la simple verificación del evento. Los historiadores le llaman ahora el contexto, derivado, hasta donde pueden, de los productos documentales. No obstante, rara vez se acercan o se han acercado a los factores que pueden haber contribuido a generar los eventos historiados. Por lo general, cuando se trata del pasado bastante remoto, los historiadores han preferido omitir la interpretación de las fuentes orales, ante el temor de caer en especulaciones susceptibles de críticas severas por los colegas. En el tiempo, los pueblos pueden haber agregado o quitado o perdido parte de los elementos que supuestamente fueron parte de un suceso o de varios sucesos que constituyen parte de la historia de un pueblo, de aquella que se cuenta una y otra vez. Los agregados pueden corresponder a elementos nuevos, determinados por nuevos contextos en los momentos en que estas historias son contadas, pues le dan un sentido de mayor vigencia a la historia. Las pérdidas pueden obedecer a que el proceso de aprendizaje de la memoria colectiva no se asienta debidamente en las siguientes generaciones o simplemente son desechadas por sus portadores en el momento de trasmitirlas. Los contadores de cuentos o de historias no son infalibles.
Si nos atenemos a eventos más recientes, ocurre algo distinto. ¿Qué es importante y qué no lo es en el registro histórico? Como ha indicado un historiador y antropólogo, Phillip Bagby, un hecho histórico se mide como tal por los impactos que provocó en la generación que lo vivió y sus efectos posteriores.
Supongamos que los sucesos del 9 d enero y los del 20 de diciembre fueran a ser evaluados desde el punto de vista de la memoria colectiva o de los actores y testigos oculares. Qué es lo que las nuevas generaciones saben de estos eventos, para que los recuerden con algún grado de respeto?
Podríamos recurrir a las fuentes escritas del momento, a las notas periodísticas, a las fuentes gráficas, a los comentarios y tal vez estudios históricos y teóricos sobre los sucesos, pero aún así difícilmente podríamos tener un panorama suficientemente amplio de los detalles. Ciertamente, la invasión del 20 de diciembre fue un evento traumático, pero ocurre que entre la generación de los que la vivieron y los que actualmente la está reemplazando, existe un vacío. Ni siquiera los padres han contado estas historias a sus hijos. Difícilmente escuchamos en las aulas a los estudiantes reconocer qué sucedió ese día, un evento que apenas tiene dieciséis años de haber ocurrido. Los niños que tendrían cinco o más años entonces y que pudieron estar en Chorrillo o en Tocúmen, o en algún sitio donde se produjeron enfrentamientos, o sucesos generados por la invasión, difícilmente recuerdan, y sus padres al parecer no asumieron la tarea de contarles. Por qué? Tal vez, los sucesos del 9 de enero tienen mayor registro colectivo que los del 20 de diciembre. No se, pero me da la impresión que así es, al menos para la generación que la vivimos y nuestros hijos, aquellos que ahora representan la generación de reemplazo, la que nació entre 1964 y 1970, o la que tendría cinco años en ese momento. Hoy tendría cuarenta años o más. Sus hijos podrían tener entre quince y treinta años. Parte de esa generación vivió el régimen militar y acuñó sus vicios y virtudes, sus vacíos con la verdad o sus encuentros con las necesidades. Estos fueron los padres de los jóvenes de dieciséis años de ahora. ¿Cómo entender las relaciones entre una generación y la siguiente, si fuera solo por lo que se ha escrito a favor o en contra de esos períodos? Esta es la generación que ha visto en la historia algo en la que no se reconocen, en la que desconfían.
La historia oral de los últimos años es precisamente un medio para equilibrar el análisis de los sucesos de los cambios ocurridos en cualquier sociedad, y particularmente en la panameña.
Esta es una de las razones por las que del 29 de Enero al 2 de Febrero pasado, los historiadores de países de América Latina, desde México a Argentina, así como Brasil y España, Portugal y Alemania, que están trabajando con las fuentes orales se reunieron en el Hotel Continental, para discutir la contribución de la historia oral a la historia general y a desarrollar métodos más efectivos para analizar, comparar, estas experiencias e interpretar y explicar sucesos poco comprendidos, según la historiografía formal. En ese marco se dieron talleres de metodología investigativa en historia oral, y otros de metodología educativa para trasmitir el conocimiento a las siguientes generaciones, vía el sistema escolar, todavía reacio a esta metodología, aprovechando la tendencia humana a contar historias reales como si fueran cuentos. La riqueza de estas experiencias, tanto al nivel de la investigación y el de la metodología docente, fue más allá de las expectativas. Los investigadores de México, Brasil y España, pudieron mostrar los avances de más de diez años de trabajo sistemático en la historia oral. Aunque con menos tradición, los representantes de los demás países también mostraron sus avances, así como los problemas inherentes a poner en práctica estas experiencias, especialmente respecto a la historia contemporánea.
Departamento de Historia, Universidad de Panamá
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