Mannheim y la emoción de la música
- Emiliano Pardo-Tristán (Compositor y guitarrista)
'Cantus interruptus 'Sorpresas, Pedro Navaja II'), que es uno de los ejemplos de cambios de tempo mejor logrados en música popular.

La emoción que sentimos al escuchar música la logran los compositores por medio de algunas técnicas que se siguen repitiendo. En la segunda mitad del siglo XVIII, en Mannheim, Alemania, existió una escuela que contribuyó con varias de estas técnicas. Un recurso tan expresivo —y a la vez simple—, como el crescendo (sucesión gradual de sonidos suaves a fuertes), empezó a escucharse de forma sistemática en Mannheim. Para que el crescendo fuera más dramático, utilizaban la técnica del trémolo: cada nota en las cuerdas se tocaba moviendo el arco con rapidez en ambas direcciones.
Los compositores de Mannheim innovan los inicios de sus obras. Desarrollan un tema que en pocas notas alcanza un registro amplio, lo que se conoce como 'tema cohete' por la súbita propulsión de las notas. Si prestamos atención a lo que pasa en una saloma, a su contorno melódico, notaremos que la costumbre en la melodía panameña es abarcar todo el registro desde las primeras notas. La tamborera panameña 'La cocaleca', alude por instinto al tema cohete. En la frase «Es la cocaleca» se alcanza el registro de una octava con cinco notas.
La escuela de Mannheim también es responsable de incluir una danza en la estructura de las sinfonías. Insertan el minueto en el tercero de los cuatro movimientos, un recurso de contraste en la métrica y el tempo —la velocidad de ejecución de la música. (Hablar de crescendo, trémolo y tempo no es pedantería, las palabras existen en nuestro vocabulario). Hay una canción de Rubén Blades ('Sorpresas, Pedro Navaja II'), que es uno de los ejemplos de cambios de tempo mejor logrados en música popular. Cada estrofa está cantada a una velocidad más rápida, hasta llegar a la sección del montuno «¿Estos novatos que creen? ¡si éste es mi barrio papá!», y el tempo se mantiene.
En todas las artes existen recursos técnicos capaces de conmovernos. Vargas Llosa en 'La verdad de las mentiras' habla de la magia del creador, «nuestras lágrimas o nuestros bostezos dependerán exclusivamente de la buena o mala brujería del narrador». Pero también tiene que ver la amplitud intelectual del que recibe lo creado. En el siglo XVIII los músicos se dividían en connoisseurs (profesionales) y amateurs (aficionados). Sin embargo, el amateur no era un ignorante, sabía leer música y tocar un instrumento, entre otros conocimientos que eran parte de su formación como persona culta. Por más brujo que se sea, ¿cómo apelar a sentimientos de tristeza o alegría donde sólo existe inopia y tedio? Amateur viene de amor —no de ignorancia— y amar algo es conocerlo.
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