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Día D / Necesidades parecidas y destinos diferentes

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Necesidades parecidas y destinos diferentes

Publicado 2009/04/17 22:39:57
  • Omar Jaén Suárez
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Bogotá registró claros avances como resultado de la puesta en práctica con determinación y firmeza de una visión de futuro, por parte de sus autoridades nacionales y municipales. Al analizar lo que podemos llamar el “milagro” de Bogotá se destacan tres ejes de acción: institucional, cultural y físico.

Panamá y Bogotá tenían, hace más de quince años, muchos elementos en común. A pesar de la desigualdad de magnitud (1 a 6), de la diferencia de altitud (nivel del mar y 2,650 metros) y de localización (ciudades costera y continental) eran dos capitales del mundo en vías de desarrollo, hispanoamericanas, con poblaciones con idiosincrasia y problemas semejantes. Eran producto de una larga historia y, sobre todo, de una enorme inmigración rural-urbana que multiplica por 30 su población en el siglo XX. Eran ciudades más bien desordenadas y sucias en las que cada día era más difícil vivir con sosiego en un entorno agradable. Pero en sólo diez años, Bogotá cambió radicalmente mientras que Panamá relativamente se estancó. En ambas ciudades, el frenesí de construcción y de urbanización se aceleró y la población continuó creciendo. Pero el balance entre ambas es hoy muy desigual en provecho, sin duda, de Bogotá.

En urbanismo y planeación con participación ciudadana, patrimonio cultural construido, gestión pública y seguridad, cultura cívica, movilidad urbana, espacio público, medio ambiente y desmarginalización e inclusión social, Bogotá registró claros avances como resultado de la puesta en práctica con determinación y firmeza de una visión de futuro, por parte de sus autoridades nacionales y municipales. Al analizar lo que podemos llamar el “milagro” de Bogotá se destacan tres ejes de acción: institucional, cultural y físico.

En el primero sobresale el ordenamiento político para dotar al gran Bogotá de un estatuto que, más allá de los municipios históricos existentes, centralizará en el distrito capital la capacidad de gestión y los medios legales, administrativos y financieros para hacerlo con eficacia, con buen gobierno. Esto sucedió con el cambio constitucional de 1991 y la acción del alcalde Jaime Castro. Fue como reunir en una sola entidad metropolitana urbana los poderes, ampliados, de los municipios de La Chorrera, Arraiján, Panamá y San Miguelito (el gran Panamá), fortaleciendo el papel del gobierno local. La elección, en vez de los políticos corruptos tradicionales, de dos alcaldes mayores que venían del mundo académico puro, los científicos Antanas Mockus y Enrique Peñalosa fueron elemento clave en ese buen gobierno lo mismo que el fortalecimiento institucional de la Alcaldía Mayor en la que se reunió a lo más granado de los pensadores y expertos, economistas y planificadores urbanos de Colombia.

El segundo aspecto, la fabricación de una buena ciudadanía, se logró rápidamente gracias a acciones que formaron la cultura ciudadana mediante la cual los habitantes de Bogotá, de orígenes geográficos y sociales muy diversos, se sintieron íntimamente comprometidos con su ciudad. Se hizo mediante la transformación en el plano político y fiscal, por la tributación de todos los que ocupaban un predio urbano en los seis estratos en los que se dividió la ciudad (se aprecia lo que cuesta, y pagan más los más pudientes) y a través de un gran esfuerzo de educación ciudadana para producir un cambio profundo de mentalidad de manera que el bogotano, habitante de una ciudad diversa, incluyente y pacífica, se comprometiera con la democracia, la defensa de los derechos humanos y la tolerancia social. Las autoridades municipales de Bogotá, en vez de gastar en “imagen” sin sustancia o lo que es mera “propaganda”, invirtieron poderosamente en educación ciudadana. Pasaron de enseñar la cortesía a la responsabilidad a cada uno de los habitantes de la ciudad, mediante programas eficaces e innovadores. El resultado es que Bogotá es hoy una ciudad pulcra porque tiene un servicio de limpieza excelente, privatizado en cuatro empresas, pero, sobre todo, porque los bogotanos han aprendido la disciplina social, a no botar desperdicios en las calles y los espacios públicos, a proteger el patrimonio colectivo. Esa preeminencia de lo colectivo sobre lo particular, interiorizada en la inmensa mayoría de los ciudadanos, es rasgo indeleble de la nueva Bogotá y explica las acciones exitosas de recuperación de los espacios públicos. Las aceras, todas, a pesar de la resistencia de los comerciantes, sirven al peatón y no al automóvil o a las sucias fondas y puestos ambulantes. La ciudad tiene 300 kilómetros de ciclovías, la red más extensa de América Latina. Los parques, numerosos, son para todos, entre los que está el concurrido Parque Metropolitano Simón Bolívar, y no sólo para un grupo selecto de observadores de aves (como sucede con el Parque Natural Metropolitano que debió ser el Parque Central de Panamá). El ornato municipal funciona de verdad, con una jardinería extensa, armoniosa y coherente, sin ramas (aquí también pencas) que caen sobre los autos y los transeúntes. La prohibición de la contaminación auditiva se respeta y los pitazos inútiles se castigan, lo mismo que los ruidos que incomodan al vecindario, aunque provengan de los clubes más exclusivos.

En la reinvención de Bogotá, la pobreza extrema (de 40 a 28%) y el desempleo han disminuido un poco, pero la caída en las muertes por accidentes de tránsito (menos 150%) y por homicidios (menos 170%) ha sido espectacular en los últimos diez años. La cultura de la vida ha superado la de la muerte mediante la resistencia civil a la violencia, el control del alcohol, de las armas de fuego, de la pólvora, la policía comunitaria y los programas cuyo resultado ha sido la disminución considerable de pandillas juveniles y de bandas de delincuentes profesionales. La educación sistemática para el manejo ordenado, la eliminación de las vallas publicitarias que además de horrenda contaminación visual provocan numerosos accidentes y muertes por distracción del conductor, una iluminación nocturna más intensa y una política de seguridad bien entendida han producido el “milagro” de Bogotá como ciudad más segura. La acción firme y contundente de la administración del presidente Álvaro Uribe ha alejado de Bogotá la violencia política, la narcoguerrilla izquierdista, abriendo la capital al resto de Colombia.

Finalmente, el tercer eje, los adelantos en la infraestructura física, además de los esfuerzos por la sanitaria en una ciudad en dramática expansión, se inicia por una enérgica política vial y de transporte público que privilegia el transporte colectivo al auto particular, que ha desembocado en la construcción de vías y el establecimiento del famoso transmilenio, después de un duro combate con las mafias locales del transporte público como las que existen en Panamá. Los estacionamientos públicos se han multiplicado. Las labores para la desmarginalización y la inclusión social pasan por la construcción de escuelas de calidad, bibliotecas y centros de salud, y la prestación de eficientes servicios públicos en los barrios pobres. Añadimos que en la transformación de la ciudad, la restauración de los monumentos históricos y del barrio legendario de La Candelaria han asumido un ritmo mucho mayor que en el Casco Viejo de Panamá. Surgen nuevos edificios públicos dedicados al arte y la cultura (teatros, bibliotecas, museos), diseñados por célebres arquitectos, como el espléndido Archivo General de la Nación (de Rogelio Salmona) el cual, al estar detrás del Palacio de Nariño, sede del Ejecutivo, asocia estrechamente el poder máximo con la memoria colectiva, de la misma manera que en Washington el centro del conocimiento, la Biblioteca del Congreso, la mayor del mundo, lo hace con el sitio que es fundamento de la institucionalidad histórica de la gran nación americana. En Bogotá se ha perdido mucho de la ciudad antigua, pero ya se rescatan edificaciones y residencias de antes de la década de 1930, protegidas por ley, como debería hacerse en La Exposición y Bella Vista de Panamá. La inclusión social y el combate a la violencia se facilitan en Bogotá al otorgarle prelación a la vivienda social individual y en pequeños bloques en vez del multifamiliar enorme (como en Barraza y El Chorrillo), generador de insatisfacción y crimen, que las ciudades europeas ya están dinamitando en sus centros y sus suburbios, así como las autoridades municipales de Bogotá eliminaron un barrio entero de tugurios y criminalidad, El Cartucho, para construir un parque de 20 hectáreas y viviendas dignas de interés social.

En Panamá todo esto es posible. Recordemos que hace más de diez años se realizó un gran proyecto de desarrollo y expansión urbanos, exitoso, mediante la integración y aprovechamiento de las áreas revertidas de la Zona del Canal, bajo la administración en la ARI del doctor Nicolás Ardito Barletta, como resultado de un gran esfuerzo de rigurosa reflexión, planificación y ejecución. Por fortuna hay una continuidad en el pensamiento cuando los arquitectos Álvaro Uribe, Álvaro González Clare y Rodrigo Mejía Andrión nos alertan pública y constantemente sobre las necesidades de planificar y ejecutar un buen gobierno urbano y algunos ambientalistas llaman la atención sobre el tema. Otros proyectos extensos, más bien privados, como Costa del Este y también urbanizaciones de medios y bajos recursos en Panamá oeste y Panamá este recuerdan lo que está sucediendo en Bogotá. En la recuperación del espacio público, salvo las verrugas del Club de Yates y Pesca y las planchas de cemento de estacionamientos (entregados a intereses privados), la cinta costera parece ser el elemento más relevante y esperanzador que legará la administración del presidente Torrijos al Gran Panamá, que apreciaremos verdaderamente en pocos meses.

En Bogotá, capital inmensa con ocho millones de habitantes, de un país azotado por la guerrilla izquierdista, la paraguerrilla y el narcotráfico, con un ingreso per cápita inferior al de Panamá se logró un avance significativo en los últimos diez años porque hubo líderes carismáticos y eficaces, honestos, que antepusieron el interés público a la ambición política y el interés personal. ¿Por qué no podemos hacerlo en la ciudad de Panamá, con cerca de un millón quinientos mil habitantes en su área metropolitana a ambos lados del canal? Sólo hay que tomar un avión, y una hora y veinte minutos después estamos en Bogotá para aprender del ejemplo de gente cercana a nosotros que se decidió por una capital con calidad de vida, sin tener que ir mucho más lejos, hasta Curitiba, ciudad modelo, poblada de brasileños de origen alemán. Ningún arrebato xenofóbico en contra de los colombianos puede ocultar que nuestros dos pueblos parten de un origen común y tienen un destino compartido y que nada debe obstaculizar su estrecha relación. Que cada uno puede aprender y aprovechar de lo mejor del otro. Que ambos pueden cambiar lo peor de su mentalidad y fabricarse un futuro a su medida. ¡La ciudad de Panamá, así como lo hizo Bogotá, no puede ni debe perder diez años más!

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