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Occidentalización

Publicado 2005/12/04 00:00:00
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Un wounan o un emberá, así como un kuna, manifiestan todavía creencias religiosas y cosmogónicas ajenas a la cultura occidental, es decir, ajenas a las diversas formas del cristianismo occidental, plagada de misticismo. Solo recientemente, y debido a la escolarización y comercio, todos estos grupos han incorporado valores, creencias, etc., que han modificado parcialmente su manera de concebir el mundo.

Cuando empezaba los estudios, sufrí algunas de las muchas confusiones en el uso del lenguaje. Por ejemplo, la frase "vestía a la usanza occidental" atribuida a un indígena, me parecía absurda porque de qué otra manera podría ser si vivíamos en el mundo occidental. De lo que no me percataba es de la diferencia entre vivir en un espacio considerado geográficamente como Occidente y vivir culturalmente como parte de ese mundo. Lo primero es una referencia geográfica que tiene también su asiento en procesos históricos que tienen una larga trayectoria y que arranca desde la época de los griegos. El mundo occidental es aquel que empieza en Europa, pero en la Europa particular que se cristianizó con la expansión del catolicismo romano, matizado de judaísmo y de valores de la cultura clásica griega. El indígena en América y su cultura vivía físicamente en un mundo que sería posteriormente dominado por seres de aquel otro mundo occidental y que al conquistar el continente impuso su cultura y todo lo que resultó de su evolución posterior. Los indígenas que sobrevivieron al holocausto de la conquista y que fueron conquistados, aculturados (aculturados es un término técnico de la antropología, tal vez demasiado elegante para describir lo que ocurrió con América indígena), es decir, cristianizados, dominados y asimilados a "la usanza europea", se occidentalizaron, se les impuso y asumieron la cultura que hoy detentamos la mayor parte de los pueblos mestizos de América, excepto aquellos que como en la Amazonía, y aún aquí en Panamá, como los kunas, o los ngobes y bugle o los embera y los wounan han vivido sus vidas casi al margen de esos procesos, excepto por los avances de la cultura occidental representada por la escuela, el comercio, los colonos mestizos, descendientes de hijos de españoles, portugueses, italianos, etc., de varias generaciones que se aclimataron al país, a los trópicos.
Los negros que trajeron los españoles como esclavos fueron aculturados en su mayoría, excepto aquellos que pudieron escapar al dominio total y lograron reinventar sus culturas en una nueva síntesis cimarrona como pueden haber sido los casos de los cimarrones de Jamaica, de algunas de las islas del caribe, o de la Guayanas holandesas, o los negros de las costas panameñas, especialmente en las zonas de la costa Arriba y Costa Abajo. Estos grupos sufrieron parcialmente las influencias de la cultura occidental por vía de la cristianización y la adquisición de una lengua franca que fue el castellano, pero mantuvieron manifestaciones culturales propias hasta muy cerca del siglo XX y aún en este siglo, aunque próximos a perderlos.
Un wounan o un emberá, así como un kuna, manifiestan todavía creencias religiosas y cosmogónicas ajenas a la cultura occidental, es decir, ajenas a las diversas formas del cristianismo occidental, plagada de misticismo. Solo recientemente, y debido a la escolarización y comercio, todos estos grupos han incorporado valores, creencias, etc., que han modificado parcialmente su manera de concebir el mundo, especialmente aquellas de las que llamamos occidentales, incluyendo valores estéticos, aunque de manera parcial. Compárese, por ejemplo, el uso de vestidos a la "usanza occidental" por los hombres, mientras que las mujeres todavía manifiestan ideas estéticas muy propias, especialmente en las labores artísticas de construir sus vestidos, arte que en el mundo occidental todavía se interpreta bajo la designación de artesanías, un arte menor, que rubrica la servidumbre intelectual de los productos indígenas… Cuando una mujer kuna elabora una mola, ahora, puede tener en mente dos objetivos distintos, el de usarlo para ella como atuendo personal, o para el mercado del turismo. En ambos casos, es posible que elabore dos motivos gráficos distintos, uno que corresponde a su propio mundo espiritual y material y otro que corresponde al mundo de lo que piensa ella que puede ser el de las ideas del destinatario, quien lo comprará como un consumidor estético, pero que todavía valora ese objeto como algo que subestima llamándole artesanía, razón por la cual tiende a regatear precios. Lo mismo ocurre con la cestería wounan y emberá, que hacen las mujeres, o las tallas en madera y de tagua, que hacen los hombres.
Para muchos, hablar todavía del mundo occidental, en esta época, representa casi un reto de interpretación. Qué es ese mundo occidental que tanto apreciamos, como parte de nuestras raíces culturales, cuando vivimos en un mundo mas bien híbrido que no es el mismo que manifiestan los europeos cuando leen una obra clásica romana o griega o la literatura de las épocas de oro de las respectivas lenguas nacionales europeas? Aceptemos el mundo occidental como un referente histórico que está cambiando ahora mismo, cuyos contenidos no son exclusivos suyos, sino también la impronta de otros tantos procesos de hibridación, el judaísmo, o las influencias musulmanas en la edad media, las influencias africanas, asiáticas, y americanas, después de la vuelta al mundo de Magallanes.
En el caso de "El país de las Maravillas" (Anatema contra la Corrupción), una actitud similar parece sugerir el autor al lector, por el hecho de documentar exhaustivamente un pesimismo recalcitrante sobre el futuro del país nulificando las posibilidades y esperanzas de cambio, especialmente en lo tocante a la corrupción de la justicia panameña.
Resulta algo así como empujemos hacia el fondo al que se está ahogando, a ver si de una vez por todas, al hacerlo logra impulsarse de vuelta hacia la superficie en lugar de quedarse tragando agua acalambrado por el miedo.
Este libro constituye, además; un valiente y contundente testimonio que pone a parir (o al menos romper fuentes) a los corruptos panameños de ayer, de hoy e incluso a los que están pensando serlo.
En este país en el que todos nos conocemos, el autor con solvencia literaria, no requiere mencionar nombres. Basta y sobra con los retratos hablados que producto de sus minuciosas investigaciones y vivencias, nos describen las actuaciones dolosas de estos personajes.
"El país de las Maravillas" es un espectacular "strip tease" de la corrupción panameña narrada con la solvencia literaria de quien conoce cabalmente el oficio de escribir. El autor mantiene como hilo conductor de la obra, la trama de un juicio, el más importante noble y culminante de su carrera como abogado.
Es muy probable que la decisión del autor de imponerse la arriesgada tarea de escribir esta obra haya sido el deseo íntimo de conjurar cual chamán mediante un despojo sin saumerios, el cúmulo de resentimientos, injusticias recibidas y sinsabores acumulados a lo largo de su vida, para que no intoxiquen su espíritu ni contaminen su alma. La catarsis del zahorí, sospecho que ha revitalizado sus fuerzas para seguir siendo el guerrero solitario de siempre, aunque mucho mas temible y seguro.
El libro definitivamente es bueno y constituye un valioso aporte al país. La obra reta a los panameños a no quedarse arrinconados por el miedo rumiando sus rencores, ni lamiendo sus heridas hasta morir. Nos da la receta para perderle el miedo a los corruptos y nos exhorta a poncharlos en lugar de seguir dándoles la base por bolas.
Confieso que me emocioné como panameño al confirmar en la obra, que Rodrigo era el informante de Guillermo Sánchez Borbón en aquella extraordinaria serie de columnas que publicará diariamente en la Prensa bajo el titulo de: "En pocas palabras", a raíz de la decapitación de Hugo Spadafora. Yo conservo con respeto y admiración los recortes de periódico de cada una de las columnas escritas por Sánchez Borbón en aquella época.
Finalmente, en honor a la verdad y a fuerza de ser sincero debo decir también, que es una lástima que la catarsis del zahorí, no haya incluido liberar al escritor Miranda Morales de seguir cargando en la basta de sus pantalones las pequeñas semillas del "pega-pega" de la vanidad y el egocentrismo durante su tránsito por la llanura.
En la elevada cumbre en que se encuentra, no suelen sobrevivir estas malezas.
Usted, apreciado y valiente hombre de bien, no necesita repetirse ante el espejo, ni enrostrarle a los demás que virtudes ciudadanas le adornan.
Su desempeño como abogado, su calidad de escritor, su valentía a toda prueba, hablan por Usted.
Yo comparto con el escritor su tesis sobre la falsa modestia y la convicción de ser usada por hipócritas. Sin embargo creo que la vanidad y el egocentrismo son igualmente aberrantes y es necesario atreverse a exorcizarlas también, respetado y valiente guerrero zahorí.
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