El Cuento D
Pan comido
Lo que te enseñaba era tan elemental, tan fácil, que llegó un momento en el que ya no prestaste atención y te distraías con cualquier cosa. O
Lo que te enseñaba era tan elemental, tan fácil, que llegó un momento en el que ya no prestaste atención y te distraías con cualquier cosa. O él era un mal maestro y solo repetía cuestiones obvias, o tú eras un superdotado que de antemano te lo sabías todo. A esa conclusión llegaste poco después, antes de consultar con tus compañeros de clase. Pero el maestro solo veía un desinterés absoluto en tu conducta, y ya estaba fastidiado con la forma en la que parecías siempre estar en las nubes. Y un día explotó:
–¿Por qué vienes a la escuela si no te interesa en lo absoluto aprender? –te
gritó frente a los demás. --¡Nunca pones la menor atención, Hernández!
–Es que todo lo que usted dice es siempre pan comido, maestro. Con todo
respeto, este año todavía no enseña algo que yo no sepa. Y no es porque sea un genio ni mucho menos, lo mismo les pasa a mis compañeros, solo que les da pena decírselo. La verdad es que su clase es superaburrida, y como que no avanzamos.
Una vez restablecida la confianza y el orden en el salón, entre todos se lo demostraron con creces. Como resultado, el maestro no tuvo más remedio, por dignidad, que renunciar. Años más tarde supimos, por pura casualidad, que en todo ese tiempo no había podido conseguir otro empleo, y que terminó por tener serios problemas económicos y de autoestima, que finalmente le condujeron al suicidio.
En lo personal, te ha resultado muy difícil vivir con eso, un sentimiento angustiante que no puedes menos que llamar culpa, a falta de mejor nombre. Has mantenido la amistad con varios condiscípulos de aquella época, quienes te dicen que no tienes por qué sentirte así. Pasó lo que tenía que pasar, aseguran. El tipo simplemente no era un buen maestro, y para colmo, le siguió yendo mal en la vida. Pero sabes que él era buena gente, con nosotros lo era, y además, el aburrimiento en clase no mata a nadie… Todavía hoy nos preguntamos todos qué nos hubiera costado ayudarlo o fingir.
Tomado de: Enrique Jaramillo Levi. Sincronías (180 Minicuentos). 9 Signos Grupo Editorial, Panamá, 2012
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