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¿Recto o directo?
Ariel Barría Alvarado (Profesor de lengua y litera - Publicado:
Hablábamos la semana pasada del conjunto de voces “pluma, bolígrafo”, y el resultado de su asociación en el marco de la plurisignificación, un factor necesario en la lengua, dado su impacto economizador en cuanto al peso de un vocabulario.A raíz de este comentario, surgió un diálogo en el que se generó otra pregunta: “Oiga, profe, ¿y en dónde deja el mal uso que hacemos de la palabra ‘recto’?” “¿Qué mal uso?” “¿Es que no ha oído que cuando vamos a dar una dirección, o a orientar a alguien, decimos: ‘Váyase recto por aquí’? ¡Qué ignorancia! ¡Cuánto desprecio por el buen hablar! ¡Panameños teníamos que ser!”Confieso que la única razón por la que no corrí a echarle aire a esta indignada persona fue porque no es raro escuchar esta crítica por las calles, y hasta en los medios de comunicación.No pocas veces he oído con qué ímpetu se corrige al que señala, por ejemplo: “Al llegar al cruce de San Félix, tome la vía hacia Las Lajas y váyase recto por la calle principal, recto, recto, y llegará a la playa...”Para este tema vale el mismo preámbulo y las justificaciones que dimos en la columna del 2 de octubre; porque las palabras suelen tener distintos significados según el contexto en el que se usen, que es el que define la intención del mensaje.Y en el caso de “recto”, además de los otros significados, quiere decir, en calidad de adjetivo y como primera acepción: “Que no se inclina a un lado ni a otro, ni hace curvas o ángulos”.Y más adelante señala: “Dicho del movimiento o de una cosa que se mueve: Que va sin desviarse al punto donde se dirige”.¿Cuál es el problema, entonces? Creo que todo se debe a que persiste un cierto temor social a usar mal la palabra, por las otras acepciones que la rodean; o al hecho de que se imponen los criterios, no siempre bien ilustrados ni fundamentados, de personas con acceso a los medios de comunicación, o qué se yo cuál otro obstáculo que impele al hablante a dejar de lado la riqueza del vocabulario puesto a su disposición.Entiendo que esta plurisemia, o polisemia, puede dar lugar a malos entendidos, pero no tiene por qué ser así, por lo que ya dije del contexto; de igual modo, este carácter de la lengua no pocas veces se emplea para ocultar significaciones, para generar malos entendidos, o para dejar abierto el sentido a la crítica o a la sátira encubierta, como cuando dice Don Quijote: “Con la iglesia hemos dado, Sancho”, que si bien se refiere a la edificación (con minúscula), bien podría aludir a la institución (con mayúscula).En la polisemia se basa gran parte de la literatura, sobre todo la de hoy, la micro; si no lo creen, observen el papel que desempeña esa característica en el cuento “Antropofagia” de la madrileña Isabel Segura:“Sus incontables victorias no le impidieron sucumbir a los encantos de la exótica reina negra.Ella, siguiendo ancestrales ritos, no dudó en comérselo.El rey había olvidado que era el blanco del tablero”.Pero no olviden que la plurisignificación no siempre es tan obvia, ni siquiera tiene que ser explícita, puede producirse camuflándose en la ironía, como en este microrrelato de Augusto Monterroso, titulado “Fecundidad”, donde hay una polisemia embozada que aparece desde el título: “Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea”.Pues algo similar me sucede, al ver culminada esta columna.Nos vemos el próximo domingo.