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Tragedia en Hong Kong por lealtad absoluta exigida por China

Las protestas fueron un impresionante voto de desconfianza en el sistema judicial controlado por los comunistas de China.

The Economist - Actualizado:

Arrestos durante protestas en Hong Kong. (Lam Yik Fei/The New York Times)

En los últimos cuatro meses, en una movilización impresionante, dos millones de hongkoneses —más de un cuarto de los residentes de la ciudad— han marchado para exigir la eliminación de un proyecto de ley que habría obligado a los sospechosos de delitos a comparecer ante los juzgados de China continental. Las protestas fueron un impresionante voto de desconfianza en el sistema judicial controlado por los comunistas de China. Funcionaron: se tomó la decisión de retirar el proyecto de ley de extradición.

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Es difícil imaginar un grito de guerra más claro para los muchos chinos continentales que desconfían de su propio sistema judicial. Sus primos en Hong Kong, con su acceso garantizado a tribunales independientes y noticias no censuradas bajo el lema “un país, dos sistemas”, no podrían soportar vivir como los continentales lo hacen cada día. Pero la disidencia en Hong Kong no ha demostrado ser contagiosa.

No todos los 1400 millones de chinos continentales piensan igual, sin embargo, no hay ningún reporte de que alguno de ellos haya marchado en solidaridad. Esto puede deberse en parte a que, gracias a los censores incansables que vigilan el Gran Cortafuegos de China, muchos ni siquiera están enterados del debate sobre la extradición. Pero también se debe a que un número desconocido pero significativo de ellos acepta la narrativa de los medios de comunicación de China, según la cual radicales traidores en Hong Kong, probablemente financiados por la CIA, están tratando de dividir a la Madre Patria.

La aceptación generalizada de esta narrativa da testimonio de que el gobierno ha logrado moldear la manera en que sus ciudadanos ven el mundo.

Sin embargo, la maquinaria propagandística de China, tan efectiva en casa, ha quedado en ridículo en Hong Kong. Cuando algunos funcionarios intentan vender la idea de que una mayoría silente en Hong Kong ama a China, la simple afirmación les suena ridícula a muchas personas.

Las organizaciones controladas por comunistas en Hong Kong por lo regular simplemente copian las maniobras exitosas de los manifestantes. A mediados de septiembre, manifestantes prodemocracia subieron a una montaña local, Lion Rock, donde crearon una cadena de luces con sus teléfonos, antorchas y punteros láser mientras caía la tarde. Al día siguiente, un grupo más pequeño de patriotas comunistas escalaron la misma colina para ondear una bandera nacional gigante, y las imágenes fueron fuertemente promovidas en los medios de China continental. Cuando un grupo de jóvenes en Hong Kong abarrotaron los centros comerciales para entonar un nuevo himno de protesta, pequeños grupos de personas leales al partido fueron movilizadas para interpretar el himno nacional de China en los mismos lugares.

En víspera del espectacular despliegue que se realizará en Pekín el 1 de octubre, cuando tanques y misiles nucleares desfilarán frente al presidente Xi Jinping para conmemorar los 70 años de la República Popular, vale la pena reflexionar sobre el éxito local del aparato de propaganda chino y su fracaso en el exterior. Esa maquinaria se puede entender mejor como un monopolio gigante, dirigido por el Estado. Dentro de China, se ha fortalecido. Pero en los libres mercados repletos de ideas y argumentos de todas partes del mundo, la retórica patriótica y propagandística de China no resuena en absoluto.

El Reino Unido, el amo colonial anterior de Hong Kong, dejó un híbrido engorroso. El territorio tiene la cultura política y el sistema educativo de una democracia liberal, pero en general, sus líderes se designan por dedazo y solo una minoría de cargos públicos se abren a elecciones directas. Desde que Xi se convirtió en secretario general del Partido Comunista, China ha dejado entrever su impaciencia incluso con esa rendición de cuentas limitada y los agentes del gobierno central han trabajado para marginar voces alternativas.

En 2012, el año en que Xi asumió, el gobierno de Hong Kong intentó imponer la “educación nacional” en las escuelas, pero dio marcha atrás frente a las protestas masivas. Los políticos que buscan mayor autonomía o incluso independencia (una posición minoritaria) han sido excluidos de cargos o de la posibilidad de postularse a uno. Una ley relativa al himno nacional exigida por Pekín, de ser aprobada, podría convertir en delincuentes a los hongkoneses que abucheen la melodía en los juegos de fútbol.

VER TAMBIÉN: Cómo los líderes pueden pedir la retroalimentación que nadie quiere darles

Los resultados se pueden escuchar en los centros comerciales de Hong Kong casi todas las noches. Paseando esta semana por Kowloon, Chaguan se topó con unos cuantos jóvenes que habían sido convocados por Telegram, una aplicación de red social encriptada, para cantar el himno de protesta en el atrio de un complejo comercial.

Nic, un manifestante de 25 años, describió su identidad mixta. No se imagina que Hong Kong pueda ser independiente, pues sabe que 50 años después del traspaso del Reino Unido, la promesa de “un país, dos sistemas” expirará. “En 2047 regresaremos completamente a China, nosotros entendemos eso”, dijo. “Pero estamos intentando proteger lo que tenemos hasta el último día”. Cuando viaja, su pasaporte indica “Hong Kong, China”. Pero cuando le preguntan quién es, Nic responde: un hongkonés. “China no nos enorgullece”, explica. “El gobierno chino apesta”.

La política en Hong Kong se está volviendo peligrosamente tribal. En vez de un debate sobre políticas, se está convirtiendo en una discusión acerca de quién es bueno y quién es malo, quién está empeñado en salvar a Hong Kong o en destruirlo. En esa guerra cultural, los políticos que simpatizan con el partido mezclan el patrioterismo con la legitimidad.

Eso los ha llevado a apoyar a maleantes “patriotas” y a presuntos miembros de pandillas, como los que en julio atacaron a manifestantes en el remoto distrito del norte Yuen Long. Ese incidente cambió la naturaleza de las movilizaciones, según Cheng Chung-Tai, presidente de Civic Passion, un partido que quiere más autonomía para Hong Kong. Tras los hechos de Yuen Long, demostrar resistencia y desafío a la autoridad se convirtió en una insignia de pertenencia a un grupo cuyos miembros se ven a sí mismos como defensores del territorio. “El domingo pasado, en la bahía de Tseung Kwan O se disparó gas lacrimógeno por primera vez. Lo celebraron”, señaló Cheng, refiriéndose a una operación policial para sofocar manifestaciones en un distrito del este.

No hay cabida para una oposición leal

El historial de Xi no indica que vaya a responder con generosidad y creatividad a la crisis de identidad de Hong Kong. En otros territorios periféricos como el Tíbet y Sinkiang, Xi ha autorizado el uso de la violencia, combinada con vigilancia de alta tecnología y propaganda retumbante, para aplastar identidades híbridas. Hong Kong, una metrópolis turbulenta pero aún vibrante, será más difícil de domar.

Por desgracia, 70 años después de su fundación, China es hostil incluso con las formas más limitadas de pluralismo. Es por eso que donde la gente tiene opciones, inspira miedo o asombro, pero no amor.

 

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