Cuando la palabra se convierte en un arma devastadora
- REDACCIÓN
La propaganda es un "arma terrible", dijo Adolf Hitler, que llegó donde llegó en gran medida por su control de la palabra, según una nueva exposición que ilustra el riesgo que la sociedad corre cuando un Gobierno dice poseer la verdad.
Una nueva exposición en el Museo del Holocausto de Washington presenta la consecuencia extrema "cuando un estado obtiene el control total de la información y elimina la propaganda de otras fuentes o las voces alternativas", según dijo a Efe Steven Luckert, su comisario.
El talento nazi para la propaganda costó a Alemania un gobierno genocida, al mundo una guerra mundial con entre 35 y 60 millones de muertos y a los judíos un dolor que va más allá de lo expresable.
Fue gracias a su apreciación del poder de la imagen, los símbolos y los nuevos medios de comunicación como un partido minúsculo de extrema derecha, liderado por un austríaco que aspiró a ser pintor, barrió en un puñado de años el sistema político de Alemania y aniquiló su democracia.
La muestra, que estará abierta durante tres años, rastrea el ascenso del nacionalsocialismo y su transformación en una máquina opresiva de control del pensamiento.
"La propaganda fue un aspecto integral del partido y el régimen nazis. Fue la base para lograr un apoyo masivo, crear el culto de la personalidad en torno a Hitler y mover la opinión pública", dijo Luckert.
Con sus campañas, los nazis dieron algo a los alemanes más allá del odio; al fin y al cabo se hicieron con el poder de forma democrática gracias no sólo el respaldo de los reductos antisemitas, sino al apoyo de la población en general en las elecciones de 1932.
Su programa hablaba de libertad, unidad y prosperidad, según Sara Bloomfield, la directora del Museo. Lo transmitieron con los medios más avanzados de la época, como los discos, el cine y la radio.
Hay en la exposición un cartel con un rostro estoico y ojos hipnóticos, sobre una simple palabra: "Hitler". Los nazis empapelaron las calles con él al final de la campaña electoral de 1932, cuando el resto de los partidos habían desplegado sus afiches de colores. El cartel nazi es en blanco y negro.
Además, explotaron los mítines multitudinarios que tanto se prestan a la exaltación emotiva, la cual es una característica de la propaganda, como reflejan los artefactos y vídeos reunidos por el Museo para la muestra.
En la campaña de 1932, los nazis fletaron un avión para llevar a a su líder a todos los rincones de Alemania, algo que no se había hecho nunca en el país, según Luckert.
Hitler tomó prestado de la publicidad, que admiraba enormemente, como confiesa en su libro "Mi lucha", y vendió su partido como el producto necesario para las dolencias de una Alemania en medio de la Gran Depresión.
Él mismo combinó la esvástica, un símbolo muy antiguo encontrado en India e incluso algunas sinagogas, con el color rojo, blanco y negro, los colores tradicionales de la Alemania imperial para crear la imagen nazi, la imagen de un partido moderno pero anclado en la esencia del ser ario.
Es un signo que da escalofríos al verlo en las paredes del Museo del Holocausto, pero que atrajo a una población que sufría una convulsión económica y estaba sometida al yugo de los vencedores de la Primera Guerra Mundial.
Una vez que los nazis lograron la mayoría en el Reichstag y Hitler se instaló como canciller la cosa cambió.
En cuestión de seis meses limitaron la libertad de expresión, nacionalizaron la radio y cerraron temporalmente los periódicos que no se doblegaron a sus directrices, en una suerte de "blitzkrieg" (guerra relámpago) contra la prensa.
El primer campo de concentración, abierto en marzo de 1933, acogió a políticos de la oposición y periodistas, dijo Luckert.
Desde entonces "la prensa perdió su papel de vigilante y se convirtió en un vehículo de transmisión de las ideas nazis", afirmó Luckert.
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